Capítulo 34
-¡Ahhh!
Luciana volvió en sí de golpe, soltó un grito y se tapó la cara antes de salir corriendo del baño.
<<¡Dios mío! ¿Qué he hecho? Tranquila, tranquila», se dijo a sí misma. «Eres doctora, ver a un hombre no debería ser para tanto, ¿cierto? Sí, claro, solo mantén la calma.»>
Con esa determinación, Luciana trató de recuperar la compostura, respirando profundo para tranquilizarse.
Alejandro aún no había salido del baño, así que Luciana decidió esperarlo. Después de lo que había pasado antes, no se atrevía a moverse ni a mirar demasiado.
Notó que sobre la mesa de soporte había una caja de joyería abierta, dentro de la cual había una pulsera de platino con incrustaciones de diamantes. Luciana murmuró para sí misma:
-Es hermosa.
-¿Te gusta?
La voz de Alejandro la tomó por sorpresa. Había salido del baño y ahora se acercaba para sentarse al borde de la cama.
-¿Eh?
Luciana sintió cómo sus mejillas se calentaban un poco, avergonzada.
-¿Qué?
-Te pregunté si te gusta. —Alejandro tomó la pulsera que Sergio había traído hace poco.
<<¿Por qué me esté preguntando eso?» se preguntó. Luciana encontró la situación extraña y, al cruzar sus miradas, rápidamente apartó la suya.
—Sí, me gusta–respondió casi sin pensar.
-Es tuya -dijo Alejandro, esbozando una sonrisa. Sabía que le gustaría.
-¿Qué? -Luciana abrió los ojos de par en par. ¿Se la estaba regalando?
-No, no, no. -Negó con las manos, sintiendo que esto no estaba bien-. No puedo aceptarla. ¿ Por qué me la darías?
El rostro de Alejandro mostró claramente que no estaba complacido con su respuesta.
-Ya te lo dije, es un agradecimiento -replicó él.
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Capítulo 34
Luciana seguía rehusándose.
-Eso es precisamente por lo que no puedo aceptarla. Soy doctora, y salvar vidas es mi deber. Si acepto esto, sería como recibir un soborno…
-Deja de hablar tonterías -interrumpió Alejandro, ya impaciente. Con un movimiento firme, le tomó la mano y le colocó la pulsera en la muñeca-. Si te gusta, acéptala. Eres joven, no necesitas tantas reglas y complicaciones.
«¿Si me gusta, lo acepto?» Luciana se quedó pasmada. Decirlo era fácil, pero hacerlo era otra
cosa.
Aprovechando su sorpresa, Alejandro cerró el broche de la pulsera en su muñeca. La pulsera de diamantes brillaba en su muñeca de piel clara. Alejandro soltó su mano, pero el suave tacto que había sentido le dejó una sensación de nostalgia.
-Dije que es muy bonita -comentó él.
-Sí -Luciana sonrió tímidamente-. Entonces, la aceptaré. Gracias.
Alejandro esbozó una sonrisa más amplia, visiblemente complacido.
Mientras jugaba con la pulsera en su muñeca, la sonrisa de Luciana se fue desvaneciendo poco a poco. Bajó la voz y preguntó: 1
-Alejandro, ¿de verdad te gusta tu novia?
Alejandro frunció levemente el ceño. ¿Por qué le hacía esa pregunta de repente?
Era una cuestión que nunca se había planteado.
¿Qué significa realmente gustar de alguien? Él no lo sabía.
Su relación con Mónica era más una cuestión de responsabilidad, y en cuanto a sus sentimientos… ¿gustar? No estaba seguro, ni siquiera lo había considerado.
-¿Te gusta, verdad? -insistió Luciana, como si la respuesta fuera crucial
para ella.
Fastidiado por la insistencia, Alejandro respondió sin pensar:
-Claro, ¿quién no va a querer a su novia?
-Entiendo respondió Luciana en voz baja-. Ya lo sabía.
Y se fue. Su silueta mostraba un dejo de melancolía.
Alejandro frunció el ceño. ¿Por qué parecía tan triste? ¿Qué le pasaba? No podía ser que… ¿ Luciana estuviera enamorada de él? El pensamiento lo sobresaltó, haciéndolo sudar frío.
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Capítulo 34
No, eso era imposible. ¡Definitivamente imposible!
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Estos días, Luciana estaba sumida en sus pensamientos. Estaba considerando si debía o no divorciarse de Alejandro. No había querido separarse antes porque deseaba vengarse de la familia Herrera, pero sabía que Alejandro era inocente en todo esto.
Con el tiempo que había pasado con él, había llegado a la conclusión de que era un hombre íntegro y justo. No podía, por simple egoísmo, condenarlo a la pena de no poder estar con la persona que amaba.
A la hora del almuerzo, estaba comiendo con Martina. Martina, siempre curiosa, le preguntó:
-Oye, ¿qué onda con Alejandro? ¿Qué relación tienen ustedes? ¡No puedo creer que se haya agarrado a golpes por ti!
-Eh… —Luciana dudó un poco antes de responder-. Es que es mi paciente. La vez que ayudé a Vicente, justo él estaba ahí y me defendió, eso es todo.
Martina perdió el interés al no encontrar ningún chisme jugoso.
-Ah, pues se ve que es buena persona, aunque se dejó llevar por el impulso.
Esa observación hizo que Luciana se sintiera aún peor por Alejandro. Sus pensamientos se agolparon en su mente. La próxima vez que lo vea, aceptará el divorcio, decidió.
Esa misma tarde, Luciana recibió una llamada de un número desconocido.
-¿Señora Luciana Herrera? —preguntó la voz al otro lado.
-Sí, soy yo.
-Le hablamos del Camposanto La Paz Eterna. Necesitamos que venga a recoger la urna de su madre. La señora Clara Soler ha decidido recuperar ese terreno.
¿Qué? Luciana quedó atónita. Colgó el teléfono y sintió que cada uno de sus músculos se tensaba de pura indignación. Clara… ¿ni siquiera podía dejar en paz a su madre fallecida?
Salió apresuradamente de casa y se quedó esperando un taxi en la calle. Pero no tenía suerte, y el tiempo pasaba sin que ningún auto se detuviera. En su desesperación, un coche se detuvo frente a ella. La ventana se bajó, revelando a Fernando con una sonrisa amable.
-Luciana, ¿esperas un taxi? ¿A dónde vas? Sube, yo te llevo.
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