Capítulo 345
Mientras más lo pensaba, más se molestaba. Tomo aliento y continuó
-Si, acepté casarme contigo para complacer a tu abuelo, pero no me vendi por completo. Sigo teniendo mi dignidad y mi propia visión de las cosas, y pienso conservarlas.
Sin agregar nada más, le dio la espalda y salió de la habitación rumbo a la biblioteca.
Por su parte, Alejandro se aflojó la corbata con impaciencia, sin conseguir que el aire le llegara a los pulmones con la calma que necesitaba.
Ya pasaban de las once de la noche. Luciana seguía en el estudio, sin intención de volver a la habitación. Alejandro, sintiéndose intranquilo, dejó a un lado su tableta y se pasó la mano por la frente con impaciencia. Al final, decidió ir tras ella. Se detuvo en la puerta y llamó con los nudillos.
Aunque técnicamente era su biblioteca, últimamente Luciana la usaba más que
-Adelante–se oyó desde dentro.
હીં.
Al empujar la puerta, Alejandro vio a Luciana enfrascada en sus libros, sin molestarse en levantar la mirada. La discusión previa hacía que él se sintiera un tanto incómodo.
-Ya es muy tarde -murmuró, buscando un tono calmado-. Deberías descansar.
-¿Qué hora es? -preguntó ella, revisando su teléfono-. Vaya, ya son las once.
continuó: Antes de que Alejandro pudiera añadir algo, Luciana alzó el rostro y
-Ve tú a dormir. Yo debo esperar un rato más.
Aquello lo disgustó todavía más.
-¿Esperar? Es tardísimo.
-¿Y eso qué? -dijo ella con ligereza.
-Estás embarazada y sueles ser muy estricta con tus horarios de sueño. ¿No será que… sigues molesta conmigo?
Luciana parpadeó, sorprendida:
-Nunca dije eso.
-Pero lo piensas -replicó él, con evidente molestia-. Si estabas tan enojada por no haberlas denunciado, ¿por qué no lo dijiste directamente en ese momento, en vez de venirme con historias ahora? ¿Sabes qué? Haz lo que quieras. Si no quieres dormir, allá tú.
Dio media vuelta y se marchó, dejando a Luciana estupefacta, con la boca entreabierta. Tardó
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unos segundos en reaccionar.
–Pero… ¡qué absurdo! -musitó al fin, con un ammago de risa de incredulidad,
Aquella noche, Luciana no regresó a la habitación Cuando empezó a darle sueño, simplemente se acomodó en el sillón del estudio y se quedó allf
A la mañana siguiente, Alejandro se percató de que la otra mitad de la cama seguía intacta. Su ceño se ensombreció aún más: evidentemente, tampoco había conciliado el sueño con facilidad. Sin tomar desayuno, salió de la casa muy temprano.
Luciana, por su parte, no le dio demasiada importancia. Desayunó tranquila y luego se dirigió al hospital. Allí, la mayor parte del tiempo la pasaba en la oficina, revisando y clasificando expedientes. De pronto, escuchó cierto alboroto en el pasillo.
Rosa irrumpió con la respiración un tanto agitada.
-Luciana, afuera… -tragó saliva un par de veces. ¡Está Mónica, junto con dos señoras, preguntando por
ti!
Mónica? ¿Dos señoras? ¿Y me buscan a mí? -repitió Luciana, extrañada.
-Sí -afirmó Rosa-. Por su aspecto, no parecen de una familia adinerada.
Luciana no tenía ni idea de quiénes podían ser, pero enseguida vio aparecer a Mónica en la puerta, seguida de dos mujeres de mediana edad con un aire nervioso. Luciana las examinó: eran gente bastante sencilla, con el rostro tenso y un atisbo de miedo.
Estaba segura de no conocerlas. Miró a Mónica con cautela.
-¿Qué asunto tienen conmigo?
Mónica esbozó una sonrisa cargada de sarcasmo:
-¿Es que no tienes idea de lo que hiciste? ¿Ahora te haces la inocente?
-¿Cómo? -Luciana no entendía nada. Cada palabra era clara, pero juntarlas no tenía sentido para ella—. ¿De qué hablas? ¿Qué supuestamente hice?
En ese momento, las dos mujeres de mediana edad se miraron entre sí, susurrando algo entre ellas. Entonces, una se adelantó:
—Señora Guzmán, reconozco que la culpa es toda de nuestras hijas. Si puede tener piedad y perdonarlas en esta ocasión…
Luciana se quedó atónita. ¿A qué venía todo eso?
-No entiendo nada.
-¿Sigues fingiendo? -soltó Mónica, con los brazos cruzados y tono desdeñoso-. Está claro que lo
que ellas hicieron estuvo mal, pero tú misma dijiste “está bien, lo dejamos así“, y luego, por la espalda, convenciste a Alejandro de denunciarlas a la policía.
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Mónica negó con la cabeza, mirándola con desprecio.
-Qué
hipócrita eres, Luciana.
La claridad llegó a la mente de Luciana.
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