Capítulo 353
Martina asomó la cabeza con curiosidad:
-¿Un regalo de bodas? Seguro que sí, ¿no?
-Probablemente -respondió Luciana.
-¿Lo abrimos? ¿Necesito hacerme a un lado? -bromeó Martina, guiñándole un ojo.
-Ay, qué tonterías dices -refunfuñó Luciana, devolviéndole una mirada divertida.
Con la misma, se dispuso a abrir el paquete. Dentro había una caja para joyería, algo que sugería la forma de una pulsera o un collar. Efectivamente, al abrir la tapa descubrieron una pulsera.
-Oh–exclamó Martina, alzando las cejas—, está bonita.
Lo mejor era que el diseño se ajustaba bastante al gusto de Luciana: simple, delicado y elegante. En la cajita venía también una pequeña tarjeta con un texto manuscrito:
[Que encuentres a esa persona que te dé la alegría de una ciudad llena de luz,
y que con su canción te brinde un calor para toda la vida.]
La caligrafía era refinada y fluida, indudablemente la letra de Fernando.
Por un momento, las dos se quedaron sin palabras. Luciana se preguntaba con qué sentimiento habría escrito Fernando esas líneas. Era la misma pulsera que ella había visto el día que fue a probarse el vestido, la que se había colocado un instante en aquella joyería, sin llevársela.
En su momento, él quiso comprársela, pero ella se negó. Y ahora, a las puertas de su boda, se la hacía llegar por mensajería.
Luciana parpadeó. Sintió en el pecho un suave tirón de nostalgia, tanto por Fernando como por lo que compartieron en el pasado y ya no volvería.
Martina la miró y preguntó en voz baja:
-¿No piensas llamarlo para darle las gracias?
-No, así está bien–contestó Luciana, negando con la cabeza-. Probablemente es la mejor forma de cerrar esto.
Al anochecer, comenzó a llover en Isla Minia, y no paró en todo el tiempo. A la hora de la cena, la lluvia se intensificó todavía más. Finalmente, Alejandro llegó un poco tarde.
Luciana tomó su saco al recibirlo. Aunque hubiese venido en auto, las gotas le habían salpicado
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las mangas.
-Ve a darte un baño -le sugirió. Preparé el agua con la temperatura justa.
-Está bien–aceptó él, aflojándose la corbata-. Las argollas y demás accesorios han llegado a la ciudad, pero con tanta lluvia preferí que los trajeran mañana temprano. Así probaremos
todo de una vez, junto con el vestido, para ver cómo queda el conjunto. ` 1
-Entendido
asintió Luciana. Dadas las prisas por la boda, tenían los anillos y las joyas casi
recién salidos del taller.
Cuando él terminó de ducharse, ella le preguntó:
-¿Has cenado? ¿Te encargo algo para que comas?
Los demás habían cenado antes -un menú formado por algunos platos que servirían en la
boda.
-Estuvieron deliciosos -comentó Luciana-. Martina casi se traga la lengua de lo bueno que estaba, y Pedro comió tanto que casi se olvida de los modales.
-Vaya… Alejandro esbozó una sonrisa ligera-. Me alegra.
A fin de cuentas, la boda estaba prácticamente dedicada a Luciana, y tener a la familia de ella contenta era lo mejor que podía pasar. Además, en los últimos días, ella se había mostrado más suave y dispuesta a cooperar, algo que le hacía sentir que realmente avanzaban como pareja.
-No te molestes con la cena -añadió él-. Prefiero que te alistes y vayamos a comer algo tú y yo al restaurante.
-De acuerdo.
Mientras se dirigía al vestidor, pasó al lado de Luciana y la tomó por la cintura, sujetándole el rostro con ambas manos.
-¿Puedo besarte?
Luciana no entendía del todo su repentino antojo, pero tras morderse apenas el labio, asintió:
-Sí, claro.
La boda sería pasado mañana, así que, al fin y al cabo, resultaba natural.
La siguiente escena fue un intenso beso al estilo francés, que duró más de cinco minutos. Luciana, todavía algo inexperta en esa clase de muestras de afecto tan apasionadas, terminó con las mejillas coloradas y la respiración agitada. A ojos de Alejandro, lucía irresistible.
Él dirigió la mirada hacia la cama, con un dejo de resignada esperanza.
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-¿Seguirás durmiendo con tu propia manta? -preguntó, anhelante.
Sospechando la intención tras su tono de voz, Luciana se sonrojó aún más. Al tiempo que apoyaba las manos en su pecho para apartarlo un poco, respondió:
-No hay dos mantas.
-¿De verdad? -Los ojos de Alejandro se iluminaron con una mezcla de sorpresa y alegría—. ¿ No me engañas?
Ella no había anticipado que él se pondría tan contento.
-No te miento. Pero… tú dormirás con esa cobija solo–soltó, con un tono que insinuaba la segunda parte de la historia.
-¿Cómo? -Las cejas de Alejandro se contrajeron.
-Pues… Luciana retrocedió un par de pasos-. Yo no voy a compartir habitación contigo.
Él frunció el ceño, claramente contrariado, y Luciana se apresuró a aclararlo… 9
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