Capítulo 355
Luciana se quedó inmóvil. ¿Mónica había venido?
Ricardo continuó:
-Estoy seguro de que fue a buscar a Alejandro. Tú y él están juntos, ¿no? Mantente alerta. No lo pierdas de vista.
Luciana guardó silencio, sorprendida de que Ricardo, precisamente él, le estuviera advirtiendo acerca de los movimientos de Mónica. ¿No era ella su “hija predilecta“? ¿No estaba dispuesto a dejar a Luciana y a Pedro a su suerte por salvarla? Sin embargo, ya era tarde. Estaba claro que Alejandro acababa de salir… y era para reunirse con Mónica.
La pregunta que flotaba en su mente era: ¿por qué Ricardo querría avisarle?
-¿Por qué me lo cuentas? -soltó sin rodeos.
—Luciana… —Ricardo pareció dudar antes de contestar-. Admito que te he fallado en el pasado, pero de ahora en adelante quisiera que tuvieras una buena vida. Creo que Alejandro no
((
Luciana cortó la llamada antes de oírlo terminar. Tenía el rostro pálido, la respiración agitada por la rabia. No podía soportar esa supuesta disculpa. ¿Creía Ricardo que bastaba con un perdón” para borrar todo el daño de años? Lo que ella y Pedro habían perdido nunca se recuperaría.
Inspiró y espiró varias veces, intentando calmarse, pues había otro asunto que resolver. Si corría tras Alejandro, tal vez podría alcanzarlo a tiempo. ¿Debía ir o no? De no ser por ella misma, no lo haría. Después de todo, un hombre que la engañaba una vez no merecería otra oportunidad. Sin embargo… ese hombre era el nieto de Miguel, y el abuelo había depositado su confianza en Luciana.
Con un suspiro, se dio unos golpecitos suaves en las mejillas y tomó una chaqueta ligera de hilo. Luego salió, decidida, a la tormenta.
***
Frente al hotel, la lluvia caía a cántaros. Sin un paraguas, Mónica estaba empapada de pies a
cabeza.
-¡Suéltenme!
Con pasos torpes, tambaleándose a cada movimiento, apenas podía mantenerse en pie si no fuera por los guardias que la sujetaban.
-¿Acaso no saben quién soy? ¡Soy la novia de Alejandro! ¡Cuando se entere de lo que me están
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Capítulo 355
haciendo, no se los va a perdonar!
Por supuesto, los guardias no iban a creer una sola palabra. Sabían muy bien que la señora Guzmán estaba cómoda en el hotel, descansando.
-Señorita, si no se retira, tendremos que llamar a la policía -le advirtieron con firmeza.
Acto seguido, la sujetaron de cada brazo y la empujaron fuera de la puerta principal.
-¡Ah…!
Entre la lluvia y el suelo resbaladizo, Mónica perdió el equilibrio y cayó al piso. Con un chasquido, la gran puerta de hierro comenzó a cerrarse.
-¡Deténganse!
Alejandro apareció en ese momento, divisando la escena, con los ojos encendidos de furia. En apenas un par de zancadas, llegó hasta donde estaba ella.
-Señor Guzmán… —empezaron los guardias, nerviosos.
-¡Abran la puerta! -exigió, sin prestarles atención.
–
Sí, señor Guzmán.
La verja se detuvo y se abrió lo suficiente para que él pudiera salir. Se agachó, sosteniéndola con cuidado.
-Mmm… -Mónica se quejaba, aturdida. Al alzar el rostro y reconocer a Alejandro, pareció no creer lo que veían sus ojos.
-Tú… ¿quién eres?
Su ropa empapada de lluvia despedía un penetrante olor a alcohol; a pesar de la tormenta, el hedor no había disminuido. ¿Cuánto habría bebido para oler así? Enseguida, Alejandro comprendió por qué, durante la llamada, la voz de Mónica sonaba tan extraña.
-Mónica, vamos, ponte en pie–intentó animarla. Con un leve tirón de su brazo, la alzó con facilidad.
–A–Alex… -balbuceó ella, prácticamente sin fuerzas, aferrándose a su cuerpo como si no tuviera huesos. Levantó la mirada y, tras unos segundos, rompió a llorar-. ¡Buaaa…! ¡Alex! ¡ No estoy soñando, de verdad eres tú!
—Sí, soy yo —musitó él, intentando sostenerla con cuidado mientras la lluvia no daba tregua. Necesitaba llevarla a algún lugar donde pudiera ducharse y cambiarse de ropa. Sin duda, no dentro del hotel, pues allí estaban Luciana y su abuelo. No le quedaba más remedio que buscar algún alojamiento en las afueras. 18