Capítulo 360
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Capítulo 360
Luciana jaló la sábana y se dio la vuelta, dándole la espalda. No le dijo que se fuera ni que se quedara.
Para Alejandro, esa tibia indiferencia no era motivo para retirarse. Corrió la colcha por un extremo y se metió en la cama, rodeándola con un brazo. Eso bastó para que Luciana volviera a sentarse con furia. Esta vez, directamente se bajó de la cama.
-¡Detente! -exclamó él, reteniéndola por la muñeca—. ¿A dónde crees que vas?
Ella, sin perder la calma, respondió:
-Por otra cobija.
Claramente, pretendía que cada uno durmiera en su propia manta. Alejandro se rió con un dejo de enojo.
-No, no estoy de acuerdo. Dormimos así, juntos.
La fuerza de su mano le dolía un poco, y cuando Luciana trató de zafarse, él la atrajo de nuevo hacia la cama, inmovilizándola con un abrazo desde atrás, como dos cucharas encajadas.
Ella sintió el calor de su aliento y el compás de su respiración, lo cual lejos de tranquilizarla, la irritaba.
-¿Quieres dormir? Está bien, pero suéltame.
No. —Los labios de Alejandro rozaron la curva de su cuello-. No puedo conciliar el sueño si no te tengo en mis brazos.
él no
<<¿En serio…?» pensó Luciana, con una risa amarga. Seguramente lo que pasaba era que podía descansar sin abrazar a «<alguna» mujer, y esa mujer era Mónica, no ella. Mientras más le daba vueltas, más la carcomía el fastidio. 2
-¡Ya suéltame! -exigió, con el enfado subiéndole hasta la garganta.
-No lo haré.
Respirando con agitación, Luciana murmuró:
-Qué tipo tan insoportable eres. ¿Cómo puede existir alguien como tú?
Si de verdad no podía olvidar a Mónica y, por respeto al abuelo, se veía obligado a casarse con ella, al menos debería guardar cierta distancia. En cambio, se metía en su cama, como si nada…
-Di lo que quieras -replicó Alejandro con ese aire testarudo—. Esta noche quiero dormir abrazándote.
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Capítulo 360
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-¡Ugh! —Luciana comprendió que, si forcejeaba, no conseguiría nada. Tampoco serviría de nada soltarle insultos. Se resignó y dejó de moverse.
Al ver que ella se quedaba quieta, Alejandro se permitió morderle suavemente la oreja.
–
-Cálmate, descansa. Estás cansada. —Luego la besó y añadió —. Da igual qué pienses de mí: prometiste quedarte a mi lado. No nos vamos a separar nunca.
Luciana, perdida en sus pensamientos, se limitó a contemplar el techo con la mirada ausente.
***
Habiendo dormido mal la primera mitad de la noche, Luciana apenas logró conciliar el sueño en la madrugada. Pero al día siguiente, no pudo levantarse a su hora habitual. De pronto, sintió que le faltaba el aire; cuando abrió los ojos, descubrió a Alejandro besándola.
-Mmm… -lo apartó con fastidio-. ¿Se te olvidó que recién amanece?
-Te estabas quedando dormida -se defendió él con gesto inocente-. Pensé que ese “beso despertador” sería infalible.
Luciana prefirió no discutir. Si sólo quería despertarla, bien podía haberla llamado por su nombre en vez de besarla.
–Veo que la señora Guzmán anda de mal humor a estas horas -bromeó él, apretándole suavemente la nariz-. Hoy tenemos mil cosas que hacer, si no, con gusto te dejaría dormir todo lo que quieras. Cuando pase la boda, podrás quedarte en la cama el tiempo que gustes.
Luciana ni alcanzó a replicar antes de que él se levantara de la cama, la rodeara y se pusiera de cuclillas junto a ella, ayudándole a calzarse las pantuflas. Lo hacía con tanta naturalidad que resultaba difícil reprocharle algo.
-Ya dejé lista la pasta de dientes y el enjuague bucal -anunció, con un tono tranquilizador.
La irritación que sentía Luciana se fue disipando un poco.
-¿Qué quieres desayunar? Pido lo que quieras ofreció él, como si nada hubiera pasado.
Ella murmuró un par de antojos y añadió:
-Que sea rápido, muero de hambre.
-Hecho contestó Alejandro con una sonrisa.
Luciana se encerró en el baño y, mientras tanto,
mientras tanto, él llamó para solicitar el desayuno.
-Por favor, tráiganlo de inmediato -pidió con impaciencia-. Mi esposa tiene hambre
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Al estar el hotel dedicado por completo a la familia Guzmán, con pocos invitados todavía, el servicio fue casi instantáneo. Antes de que Luciana saliera de la ducha, alguien tocó a la puerta. Alejandro abrió, recibiendo tres carritos repletos de platillos.
–
-Buenos días, señor Guzmán.
-Buenos días–saludó él, haciéndose a un lado para que entraran y dejaran todo dispuesto.
Mientras el personal acomodaba la comida, Alejandro distinguió una silueta femenina con un porte delicado. Era Mónica.
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