Capítulo 373
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-¿Eh? -Se giró y descubrió a Salvador. Por un segundo, sus ojos se iluminaron, mas enseguida parpadearon con desconfianza. Ni siquiera era alguien que conociera a fondo; a lo sumo, lo había “ubicado” desde la boda.
Salvador, al ver su reacción, se preguntó qué pasaría por su mente. Sin mediar palabra, notó la situación: cocos abiertos, necesidad de pago y cero celular para escanear.
-¿Se te olvidó el teléfono, verdad? -dijo él, con un atisbo de diversión en su voz.
-Martina lo miró, pensativa, y acabó asintiendo con cierto aire de vergüenza. Luego, juntando valor, preguntó:
-¿Podrías…? ¿Te importaría prestarme para pagar los cocos? En cuanto regrese por mi celular, te transfiero o te devuelvo el dinero.
Salvador hizo como que lo pensaba muy seriamente. No era un gran gasto y, si quisiera, podría comprarle no solo el coco sino toda la playa. Pero esa “bolita de arroz” (así la apodó en su mente), con su carita redondeada, le resultaba curiosa y quería molestarla un poco.
-Mmm… Podría ser contestó, fingiendo duda.
-¿En serio? -Martina dejó escapar un suspiro de alivio.
-Con una condición -añadió Salvador, mirándola de arriba abajo-. Llámame “hermanito” y, si lo haces, ni siquiera tendrás que reembolsarme.
-¿Qué…? -Martina se quedó de una pieza, sintiendo que la sangre le hervía. «¡Lo que dijo Vicente es cierto, este tipo no es de fiar!>>
-¡Entonces, olvídalo! -espetó ella, indignada, dándose media vuelta para largarse.
-¡Oiga, señorita! -la llamó el vendedor-. ¡No ha pagado!
En ese momento, Salvador le agarró la muñeca con suavidad pero firmeza:
-¿Lo ves? No puedes irte así. No está bien dejar una cuenta pendiente.
Martina se quedó helada, sintiéndose avergonzada y con el rostro incendiado.
-¡Ya déjame! —exclamó, furiosa.
-Está bien, está bien–cedió Salvador, antes de que la chica entrara en modo explosivo-. Solo bromeaba. No te enojes.
Sacó su teléfono y pagó con un escaneo.
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Capítulo 373
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-Señor, ¿cuánto es?
-En total son 20 dólares.
Terminada la operación, Salvador alzó los cocos y miró a Martina, quien seguía con su semblante de indignación.
-Vamos, reconozco mi culpa. Te ayudo a cargar estas cosas como disculpa.
-Hmph–resopló ella, fastidiada, mientras recogía tres cocos. Había más, así que no le quedó otra que permitir que él también los llevara. Con un ademán de enfado, se adelantó haciendo
ondear su trenza.
***
En la playa, Alejandro y Pedro se habían detenido para tomar un descanso. La cuidadora Balma también estaba allí, así que el cuidado de Pedro se lo dejaban a ella en ese rato.
Alejandro, con un gesto serio, le advirtió al muchacho:
-Hablen bajito, Pedro, -murmuró Alejandro-. Tu hermana se durmió.
El chico asintió con vehemencia. Luciana, tumbada en una silla reclinable, cayó rendida por el cansancio. Alejandro, con cuidado, se sentó a su lado y observó su rostro sereno. De pronto, sacó el teléfono móvil y, sin pensarlo mucho, apuntó la cámara para tomarle una foto a Luciana mientras dormía.
Nadie se percató de su acción, ni Pedro ni Balma, que estaban distraídos en lo suyo. Pero en ese instante, Martina y Salvador aparecieron con los cocos recién comprados. Martina lo sorprendió y se quedó boquiabierta al descubrirlo sacando fotos de Luciana. Salvador se aclaró la garganta para avisarle que no estaba solo:
Ejem… Alex.
Alejandro se apresuró a guardar el celular, volteando con cierta culpabilidad. Vio a sus dos amigos llegar juntos y alzó una ceja.
-¿Ustedes dos… juntos?
Antes de que Martina pudiera responder, Salvador dejó los cocos en la mesa y soltó con naturalidad:
-Ni al caso, coincidimos en el puesto. Ella no podía con todos y eché una mano.
Alejandro asintió, sin darle demasiada importancia, y señaló la hielera cercana.
—Pónganlos ahí, Luciana querrá tomar algo frío cuando despierte.
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Captulo 373
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Salvador rodó los ojos con una sonrisa socarrona.
-Presumido. Cómo se te nota que eres un hombre casado.
Alejandro rio con picardía.
-¿Celoso? Anda, consíguete a alguien y problema resuelto.
-No es tan fácil, no todos nacemos con tu estrella -bromeó Salvador.
Entre comentarios y risas, llegaron Jael, Vicente y el resto, armando un bullicio que resonaba en toda la playa. Alejandro, alzando la vista, se preocupó de que despertaran a Luciana. Así que se levantó y la cargó en brazos con sumo cuidado. Ella seguía inmersa en un sueño profundo. 8