Capítulo 381
Cerca de las seis de la tarde, Luciana terminó de atender a los pacientes asignados. El doctor Delio solo consultaba a cierto número por día, así que no quedaba nadie en la sala de espera. Después de lavarse las manos y cambiarse de ropa, apareció Simón.
-Disculpa la espera, Simón. Podemos irnos ahora mismo comentó ella, recogiendo sus
cosas.
-En realidad, Luciana, no hay prisa–contestó él—. Alejandro llamó y dijo que vendría a recogerte en un momento.
—¿Ah, sí? —repitió ella, con un tono que no pudo ocultar cierta alegría contenida. Se sentó y, en un susurro suave, añadió-: Entonces lo espero sin problema.
Unos veinte minutos después, Alejandro llegó.
-Alejandro lo saludó Luciana, dejando el libro que hojeaba.
Él asintió y,
sin más, se acercó para arrodillarse a su lado:
-¿Dónde te lastimaste?
Llevó la mano a su pierna y preguntó de nuevo:
-¿Fue en la derecha o en la izquierda?
Mientras hablaba, estuvo a punto de alzarle la falda para ver la herida. Luciana lo detuvo:
-¡Eh, oye!
-Tranquila -murmuró él, con una ceja alzada-. Estamos solos, ¿no?
Simón y los demás ya se habían retirado, cerrando la puerta para dejarlos en privacidad.
-En la pierna derecha -confesó Luciana, algo avergonzada-. No fue gran cosa, apenas un raspón. Fue culpa mía, me moví sin ver bien.
Alejandro revisó con atención, y cuando se convenció de que no era grave, exhaló un suspiro aliviado:
-En serio, debes tener más cuidado, estás embarazada.
—Sí… -respondió ella, jugando con un mechón de su cabello, un poco nerviosa. Era otra señal de
que él -por fin- reconocía el embarazo. Quizá podía comentarle algo sobre su próximo control médico…
Sin embargo, antes de que se atreviera, él apartó la mano de su pierna y la alzó suavemente:
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-Hoy es un día especial, terminaste temprano. ¿Qué te parece si cenamos fuera en lugar de volver a Rinconada?
-Me parece bien–accedió Luciana-. Lo que tú digas.
Condujeron hasta un restaurante elegante, donde Alejandro se encargó de pedir según los gustos de Luciana. Ordenó una larga lista de platos y dio instrucciones al chef:
-Que cada plato tenga porciones reducidas; a mi esposa no le agrada desperdiciar comida.
-Claro, señor Guzmán.
-Además, cuidado con las salsas. Ella anda antojada de cosas ácidas… -continuó explicando, sin escatimar en detalles, haciendo que la mirada de Luciana se volviera cada vez más luminosa. Sentía el corazón enternecido al ver tanta atención por sus preferencias.
-Eso sería todo concluyó él.
-Sí, señor Guzmán -asintió el empleado, retirándose.
Cuando Alejandro se volteó, encontró a Luciana mirándolo con una expresión tan dulce que no pudo disimular. Le tomó la mano y, en un murmullo, preguntó:
-¿Por qué me ves así?
-Te observo a ti–contestó Luciana con naturalidad-. No solo eres atractivo, sino que también eres muy amable.
—¿Así que crees que soy bueno contigo? -repitió Alejandro, complacido-. ¿Entonces estar casada conmigo, por insistencia del abuelo, no ha sido tan mala idea?
-En este momento, diría que no admitió Luciana con franqueza-. Si sigues tratando así de bien, podríamos llevarnos bien a largo plazo.
Para ella, bastaba con mantener una convivencia tranquila, sin grandes exigencias de amor apasionado, pero con respeto mutuo. Una especie de “acuerdo de cordialidad“, por decirlo así.
Alejandro se conmovió. Con cuidado, tomó la mano de Luciana y la acercó a sus labios para darle un suave beso.
-¿Te bastaría con que me porte así? ¿No quieres nada más? ¿No será que en el fondo… te gusto más de lo que dices?
Luciana sintió que sus mejillas se encendían; apartó la vista en un intento de escabullirse del
tema.
-Luci.
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Él no le permitió huir, insistiendo con voz profunda:
–Vamos, admítelo: te agrado, ¿cierto?
Ya antes le había hecho esa pregunta, pero en la ocasión anterior Pedro había irrumpido sin dejarle contestar. Luciana notó que no había manera de escapar en esta oportunidad. Para zanjarlo, respondió en voz baja:
-Si, me gustas.