Capítulo 394
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Capítulo 394
-Saldré a fumar un cigarrillo. Regreso en un momento.
-Está bien… -murmuró Luciana, observando su espalda mientras se alejaba. Sintió que algo lo carcomía por dentro, quizá un dolor o frustración que no terminaba de expresar. ¿Sería por no haberle contado lo del bebé? Pero, ¿de qué le servía saberlo si ni siquiera era su hijo?
***
Fuera de la sala, Alejandro encendió un cigarro mientras escuchaba el reporte de Sergio. Por precaución, había pedido investigar el choque en C. De Jesús.
-Primo–empezó Sergio-, todo indica que fue un accidente. Si no te convence, podemos profundizar más.
-Sí, mantenlo bajo supervisión -respondió él, recordando que la casualidad lo ponía nervioso. Demasiadas desgracias alrededor de Luciana no podían ser puras coincidencias.
Quien estuviera tras los intentos de lastimarla seguramente no se quedaría de brazos cruzados. Había vivido situaciones extremas en Canadá; nada era descartable.
-Ah… Sergio vaciló, como si algo más le rondara la cabeza-. Quería contarte algo: le pregunté a Felipe sobre la rutina de Luciana. Él dice que estuvo en casa toda la mañana y salió después de comer.
En un segundo, Alejandro entendió lo que implicaba: Luciana tomó el autobús sólo un rato antes del accidente. Así que su teoría de que había pasado toda la tarde con Fernando se venía abajo. Aun si sus acusaciones habían sido fruto del enojo, en el fondo sabía que podía haber sido injusto.
-Entendido… -respondió, aplastando el cigarro contra un cenicero y volviendo a la sala de emergencias.
Ya dentro, Sergio y los demás lo observaron,partir.
-Alejandro, por lo general tan tranquilo, ¿cómo se altera tanto con lo que atañe a Luciana? — murmuró Sergio, girándose hacia Juan.
Juan se encogió de hombros, sin atreverse a comentar nada.
-¡Ay, ustedes no saben nada! -soltó Simón, haciéndose el entendido-. Se llama “amor“, cuando uno más se preocupa, más se equivoca. ¿Comprenden?
Sergio y Juan se cruzaron miradas: «¿Cómo calmamos las ínfulas de este arrogante?>>
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Capitulo 394
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Cuando quedaba muy poco de la nutrición intravenosa, la enfermera apareció para retirarle la aguja. Al mismo tiempo, Alejandro volvía a la habitación. Se sentó junto a Luciana y presionó
gasa sobre el pinchazo.
la
-A partir de ahora, deja que Simón te acompañe. No quiero que, por un enojo conmigo, arriesgues tu seguridad y la del bebé.
En cuanto lo oyó, a Luciana se le encendió una alarma:
-¿Te refieres a que el choque de hoy podría tener algo que ver con Canadá?
-No podemos asegurarlo ni descartarlo -respondió Alejandro con la mirada seria-. Cuando se trata de Canadá, es difícil saber hasta dónde pueden llegar.
Luciana frunció el ceño. Entendía que no era asunto para tomarse a la ligera, era mejor evitar imprudencias:
-Sí, fui imprudente, lo admito. Debí ser más cuidadosa.
Alejandro comprobó si dejaba de sangrar el lugar de la inyección; satisfecho, tiró la gasa y, sin previo aviso, la alzó en brazos.
-¡Oye…! -exclamó ella, aturdida, apoyando las manos contra su pecho-. Puedo caminar, de
veras.
Pero él se mantuvo firme:
-La doctora recomendó que hoy extremaras precauciones. No es solo por ti, sino por el bebé.
Luciana guardó silencio un instante:
-Está bien… gracias -accedió, un poco incómoda.
Otra vez esas palabras de gratitud. Alejandro, enarcando las cejas, se preguntó si Luciana solo se atrevía a quedarse en la promesa hecha al abuelo y no aceptaba sus palabras de que el bebé también le concernía. Quizás no confiaba en él, o tal vez buscaba provocarlo.
Con un leve ceño fruncido, le dijo:
-Entiendo lo que pretendes. Solo te pido tiempo… y, por favor, deja de hacerme rabiar.
Dicho esto, inició la marcha con ella todavía entre sus brazos. Luciana, acurrucada contra su pecho, lo observó sin poder disimular la confusión. ¿A qué se refería con “tiempo“? ¿Era lo que ella estaba pensando? Por más que intentara controlarse, su corazón latía cada vez más rápido.
Al mismo tiempo, se preguntaba: «¿Cómo fue que lo hice enojar?»
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