Capítulo 40
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El asunto del cementerio quedó resuelto. Además, Fernando también contactó a un maestro numerológico para elegir el día y la hora adecuados para el entierro.
El día elegido, el clima estaba despejado, con una brisa suave. Vicente y Martina acompañaron a Luciana al cementerio, y cuando llegaron, Fernando ya estaba ahí, esperándolos. Luciana se detuvo un momento, sorprendida, y luego desvió la mirada. Martina frunció el ceño y le lanzó una mirada fulminante a Vicente.
-¿Qué hace él aquí?
-¿Y yo qué sé? -Vicente, con toda la cara dura del mundo, se hizo el desentendido.
-Luciana —dijo Fernando sin inmutarse, a pesar de la frialdad con la que lo habían recibido – Vine a despedir a tu madre. Si no me hubiera enterado, tal vez no estaría aquí, pero ahora que lo sé, no podría vivir en paz si no vengo.
Martina no perdió tiempo en responderle con sarcasmo.
-¿Tú, Fernando? ¿Y desde cuándo tienes conciencia?
-Marti -intervino Luciana, sujetando a Martina del brazo y negando con la cabeza. Martina frunció los labios, pero no dijo más.
Luciana miró a Fernando.
-Gracias por venir.
Era el día del entierro de su madre, y no quería convertir el momento en una escena de discusiones que perturbara la paz de su madre.
Fernando sonrió ligeramente,
-No hay de qué. -Aunque lo que realmente quería decir «Tu asunto es también mio», lo guardó en su corazón.
El entierro se llevó a cabo en silencio y con respeto. Luciana, de rodillas frente a la tumba, lloraba en silencio mientras Martina permanecía a su lado, acompañándola en su dolor.
A cierta distancia, Vicente observaba a Fernando y murmuró;
-¿Por qué no le dijiste?
Después de todo, Fernando había organizado todo lo relacionado con la tumba, pero no se lo había mencionado a Luciana.
Fernando no apartaba la vista de Luciana.
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Capítulo 40
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-No era necesario. No hago esto para impresionarla. La vida es larga, y si quisiera que supiera de cada cosa buena que hago por ella, sería agotador.
Vicente se sintió incómodo con tanta dulzura.
-Por cierto, Luciana me transfirió el dinero. En un rato te lo paso.
-Dónde -respondió Fernando, sorprendido.
Vicente soltó una risa.
-¿No sabes cómo es? No aceptaría nada gratis. Ya bajé el costo todo lo que pude, diciéndole que era a precio de costo, y solo así accedió.
Fernando se quedó pensativo, sintiendo una mezcla de ternura y tristeza.
-No dejaré que siga viviendo así por mucho tiempo.
***
Aunque había pagado un precio reducido, para Luciana seguía siendo una suma considerable. Con lo que ganaba en su trabajo a medio tiempo, no podía cubrirlo, así que no le quedó más remedio que usar la tarjeta que Alejandro le había dado. (1)
Retiró 60,000 dólares. Alejandro recibió la notificación el mismo día, pero después de la primera vez que retiró 200,000, esta cantidad no le causó ninguna reacción; simplemente lo ignoró.
Luciana volvió a sacar su cuaderno de cuentas y anotó la segunda deuda:
«El 23 de junio de 2024: yo Luciana Herrera le debo a Alejandro Guzmán 60,000 dólares.>>
Aunque sabía que eventualmente le pagaría todo, no podía evitar sentirse culpable y avergonzada.
<<Debería hacer algo por él», pensó Luciana. Pero, siendo el presidente de Grupo Guzmán, ¿qué podría necesitar de ella?
Finalmente, decidió que, aunque fuera algo pequeño y dentro de sus posibilidades, cualquier gesto por insignificante que fuera, sería una muestra de su agradecimiento.
Dos días después, Luciana estaba de turno nocturno. Llevaba una bolsa en la mano cuando entró en la habitación VIP. Alejandro estaba sentado en el sofá, rodeado de una pila de documentos y con la computadora encendida. Parecía muy ocupado. Su herida había sanado rápidamente y prácticamente ya se movía con normalidad.
Luciana dudó un momento, pensando que tal vez sería mejor regresar después. Justo cuando estaba por irse, escuchó la voz de Alejandro.
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Capítulo 40
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-¿Qué necesitas?
Alzó la vista hacia él. El hombre aún parecía sumido en su concentración, emanando una aura fría y distante, como una cuchilla afilada. Luciana se sintió un poco nerviosa y, con cierta timidez, respondió:
-Te traje algo. Mientras hablaba, extendió la bolsa hacía Alejandro,
–
Él se quedó perplejo por un par de segundos antes de tomarla y abrirla. Dentro había una camisa blanca. No tenía marca ni un logo personalizado. Aunque la confección era buena, Alejandro no solía usar cualquier tipo de ropa. De inmediato, la consideró con desdén.
La voz suave y delicada de Luciana interrumpió sus pensamientos:
-Sé que no te falta nada, pero… esta la hice yo misma…