Capítulo 401
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-Primo… Ricardo estuvo buscando a Luciana y… ella terminó llorando, incluso me gritó.
Del otro lado de la línea, Alejandro guardó silencio, pero su enfado era evidente.
-Lo tengo claro. Mantén los ojos bien abiertos y, si pasa algo más, llámame de inmediato.
-Claro.
Tras cortar la llamada, Alejandro se quedó un momento sosteniendo el teléfono con tal fuerza que estuvo a punto de doblarlo. «¡Ricardo Herrera!» ¿No se suponía que estaba débil, casi al borde de la muerte por su enfermedad? Pero aun así, seguía apareciendo para molestar a
Luciana…
Siendo sincero, preferiría que Luciana no tuviera ningún contacto con ese hombre. Ella y él ya se habían casado, así que no había por qué seguir arrastrando los asuntos turbios de Ricardo. Y, sin embargo, Simón decía que Luciana había llorado. «¿Tanto le importaba ese viejo?» ¿Qué historia había detrás de ellos para que Luciana se pusiera así? 2
Sin poder concentrarse en la oficina, Alejandro salió temprano y condujo directo al hospital para recogerla.
-Hoy llegas muy temprano -comentó Luciana mientras descendía apresurada las escaleras.
Alejandro la contempló con detenimiento; aunque ella tratara de disimular, se notaba un ligero enrojecimiento en sus ojos. Era evidente que había estado llorando, y no poco. Aun así, él se limitó a sostenerle la mano sin mostrar gran emoción.
-¿Tendrás un día agitado en el hospital?
-No tanto -respondió Luciana, reacia a dar más detalles, pues dudaba que él comprendiera su trabajo.
—Vaya… —murmuró Alejandro, fingiendo un tono distraído. ¿Te encontraste con alguien en especial hoy?
Luciana no era ingenua; entendía muy bien la insinuación. Sobre todo porque Simón había estado siguiéndola a todas partes.
-¿Te refieres a lo que te contó Simón?
-Exactamente -admitió Alejandro sin tapujos, jugando con la mano de ella—. ¿Por qué no me cuentas de ese viejo con el que te reuniste? ¿De qué hablaron? -Con la otra mano, apartó un mechón del cabello de Luciana-. Simón dijo que incluso lloraste. ¿Fue por ese anciano?
Luciana frunció el ceño y apretó los labios.
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Capítulo 401
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-¿Puedo reservarme ese tema? 2
En el acto, la expresión de Alejandro se oscureció.
-¿Así que no quieres hablar?
-Así es afirmó Luciana sin titubear-. No tengo ganas de discutirlo y preferiría que no
insistas.
Él soltó una risa irónica, su semblante tornándose cada vez más sombrío.
-¿Qué pasa? ¿Acaso tu relación con él es tan turbia que no puedes decirla en voz alta?
La pregunta, con ese tono hiriente, la dejó sin palabras por un momento, aunque también le dieron ganas de soltar una carcajada amarga. «Claro», pensó Luciana, «<él cree que Ricardo es mi amante. Pero no tengo el menor interés en aclarar las cosas.>> 3
-No saques conclusiones apresuradas -se limitó a decir.
Alejandro se negó a soltar el tema:
-Entonces, explícamelo. Si lo dejas claro, no tendría por qué imaginar cosas. 1
-¡Basta! -estalló Luciana. Su voz se alzó un poco, reflejando su exasperación―. Cada persona tiene derecho a su privacidad. Tú mismo tampoco me cuentas todo. ¿Por qué tendría
que
rendirte cuentas de cada detalle de mi vida? 2
Los ojos de Alejandro centellearon con frialdad.
-¿Privacidad? ¿Tú y ese viejo presumiendo de que tienen secretos que yo no debo saber?
-¡Ay, por favor! -exclamó ella, harta. Le ardía el pecho de la rabia. Ya no pensaba discutir más
–. Piensa lo que quieras. No me importa.
–
Con eso, los dos se cerraron en un silencio tenso. Durante el trayecto de vuelta a casa, ninguno pronunció una sola palabra. El chofer, nervioso, evitaba siquiera mirarlos por el retrovisor.
Al llegar, Luciana entró primero, y Alejandro se mantuvo unos pasos atrás. Amy, la encargada del servicio, notó la atmósfera en cuanto cruzaron la puerta.
-¿Todo bien? -preguntó, ofreciéndole las pantuflas a Luciana-. ¿Peleaste con el señor Alejandro?
-Yo no he peleado -replicó ella con una amarga media sonrisa. Es él quien anda de un humor insoportable. 2
Amy soltó una risita para quitarle hierro al asunto y la animó con suavidad:
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-Bueno, a veces en las parejas jóvenes pasan esas discusiones. Lo importante es no tomarselo muy a pecho, para que no se lastimen entre ustedes.
Luciana dio un bufido casi imperceptible mientras se quitaba los zapatos.
-Ajá, claro -murmuró con sarcasmo. «¿Herir sentimientos? ¿Cuáles? se dijo a sí misma. Entre Alejandro y yo… ¿acaso hay algo que se pueda llamar “amor“?»
Después de subir las escaleras, Alejandro se encerró en el estudio mientras Luciana se marchaba a la habitación, sin la menor intención de apaciguarlo. Al menos ella llevaba un libro en su mochila; podía continuar leyendo en la habitación con total tranquilidad.
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