Capítulo 405
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Casi por inercia, Luciana se dejó llevar. Sus dedos se enredaron en el cabello de él, respondiendo a ese contacto cada vez más profundo. Pero aún tenía un poco de sentido común:
-Oye… ¿y no tenías hambre? ¿No comemos primero?
-Sí… -admitió Alejandro, consciente de que, si seguían así, perdería el control. En un
movimiento fluido, se puso de pie sin soltarla—. Vamos.
Salieron del estudio de esa manera, y Amy, que había subido para ver si las cosas seguían tensas, los vio aparecer en la puerta. Se quedó boquiabierta.
-Señor, señora… la cena ya está servida. -Trató de contener la risa.
Luciana sentía la cara ardiendo de pura vergüenza y empezó a forcejear un poco, queriendo bajar. Pero Alejandro, totalmente impasible, le dedicó una sonrisa a Amy:
-Gracias. Apreciamos tu esfuerzo.
Sin soltar a Luciana ni un instante, la bajó por las escaleras. Ella, con el rostro completamente sonrojado, trataba de zafarse dándole ligeros golpes en el hombro.
-Deja de avergonzarte. Somos marido y mujer, ¿no? Y estamos en nuestra propia casa. ¿Qué tiene de malo que te cargue?
-No pienso discutirlo contigo. A mí no me da por andar presumiendo -protestó Luciana, ocultando su cara contra el pecho de él.
Amy, que presenciaba la escena, no pudo evitar reírse por lo bajo. Sin embargo, al alzar la vista en dirección al estudio, quedó pasmada por el desastre que encontró.
-¡Dios mío! -murmuró, llevándose la mano a la boca-. El señor Alejandro sí que tiene un mal genio. Mira nada más lo que dejó hecho allá arriba…
Aun así, la pareja parecía haberse reconciliado de la manera más apasionada posible.
La noche transcurrió sin más incidentes.
A la mañana siguiente, Luciana se dio el lujo de dormir hasta tarde y, por la tarde, se dirigió al hospital para atender su turno de consulta externa. Se mantuvo ocupada recibiendo pacientes, revisando expedientes y haciendo controles de seguimiento hasta que la enfermera llamó al siguiente caso:
-Adelante.
Luciana ni siquiera alzó la mirada de la computadora, concentrada en abrir el historial.
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-Puede sentarse… comenzó a decir-. Nombre: Mónica…
Al instante levantó la vista y comprobó lo que le indicaba su instinto: sí, se trataba de Mónica Soler. 4
Luciana soltó el ratón con calma, observándola con una mezcla de expectación e ironía.
-¿En serio pagaste la consulta solo para verme? ¿En qué puedo ayudarte?
Mónica dejó escapar una sonrisa agria.
-¿Y crees que habría podido encontrarte de otro modo? Si no saco una cita, ¿cómo podría hablar contigo a solas?
-Tienes razón, no habrías podido -admitió Luciana-. Bueno, ¿qué es lo que quieres? Te advierto que mi consulta no es precisamente barata.
—Luciana… —Mónica se inclinó hacia ella, mirándola con un reproche ardiente. ¿Piensas seguir negándote a donar parte de tu hígado? Mi examen salió no apto, así que solo quedas tú… o Pedro. 2
-¿Ah, sí? -respondió Luciana lentamente-. ¿Y cuál sería la solución que propones?
-Sencillo. -Mónica le sujetó la mano con prisa-. Ahora mismo vienes conmigo, hablamos con papá, te haces los estudios y le donas tu hígado. ¡Él está en peligro!
—¿Papá? ¿Tu papá? —Luciana alzó las cejas con frialdad—. Para mí, no lo es.
-¡Luciana! -alzó la voz Mónica, furiosa.
-Shhh…
La doctora se llevó el índice a los labios y luego señaló la puerta-. Afuera está Simón. ¿Lo recuerdas?
-Sí, claro que lo conozco. ¿Qué pasa con él?
—Pasa que… —Luciana esbozó una sonrisa tranquila-. Dondequiera que vaya, Simón me acompaña sin separarse ni un segundo. Entonces, si me ves salir contigo, en cuanto Alejandro se entere, se va a preguntar por qué. Y tú bien sabes que ahí se acabará el secreto: terminará enterándose de lo que en realidad ocurre entre tu familia y yo. (3)
Mónica empalideció. Abrió y cerró la boca, sin saber qué contestar de inmediato.
-Tú y Alejandro terminaron, pero, si lo que deduzco es correcto, no querrás que verdad sobre quién eres realmente… ni quiénes son ustedes, ¿o sí?
él
sepa la
-¡No… no sé de qué estás hablando! -exclamó Mónica, desviando la mirada y negándolo todo con nerviosismo.
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-¿Ah, no? -Luciana alzó las cejas-. Bueno, entonces vámonos. Y cuando Alejandro pregunte, le explicas tú misma… ¿qué clase de persona eres y por qué insistes en que yo vaya a ver a Ricardo?
-¡Espera!-Mónica se apresuró a sujetarla del brazo antes de que se levantara.
Luciana no se inmutó.
-¿Ya no quieres ir? Vaya, “hermanita,” qué rápido cambias de opinión.
Mónica bajó la mirada. Claramente no podía arriesgarse a que Alejandro descubriera toda la verdad, así que soltó el brazo de Luciana con un gesto de impotencia.
-Escúchame bien, Luciana -gruñó-, si tuvieras un poco de corazón, encontrarías la manera de esquivar a Alex y donar tu hígado. ¡Papá te necesita! (1)
Tras soltar esa frase, se giró y salió casi corriendo de la consulta.
Luciana soltó una carcajada por lo bajo.
-¿Corazón? ¿De verdad?
Le parecía verdaderamente irónico que Mónica dijera algo así.
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