Capítulo 409
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La pausa fue larga; luego Alejandro soltó una risa entre incrédula y divertida.
—¿Me estás pasando lista? ¿Tienes miedo de que ande en malos pasos? Deja de imaginar cosas. Claro que volveré, ¿dónde más?
Ahora que estaba casado, pasar la noche fuera no se le hacía buena idea. Por más tarde que saliera del trabajo, lo apropiado era llegar con su esposa.
Luciana se sintió algo incómoda.
-Entonces… hasta luego.
-Sí. Buenas noches.
Cortó la llamada, quedándose pensativa. «No es que no confíe en él, razonó, solo que algo en mi interior me dice que puede pasar algo…>> Tal vez eran simples presentimientos de una mujer embarazada; ojalá fuera solo eso.
***
Calle Piedras Negras
Un Bentley negro se detuvo en la entrada de una callejuela del casco antiguo, donde la vía se volvía tan angosta que el auto ya no podía avanzar más.
Sergio bajó del vehículo y sostuvo la puerta.
-Primo, estamos cerca. Solo hay que caminar un par de cuadras.
Alejandro asintió y lo siguió. Días atrás, le había encargado a Sergio investigar en el mercado negro el paradero del “broche de mariposa,” y esa misma mañana habían recibido novedades. Al parecer, Sergio había pagado una suma considerable para obtener datos del vendedor y concertar la cita, todo de manera anónima y muy reservada. 1
-Es aquí -dijo Sergio, señalando un discreto local de café, casi camuflado entre los edificios.
Alejandro se detuvo un segundo antes de entrar, respirando hondo. Sergio pudo notar su nerviosismo. «<¿Cómo no iba a estarlo?» Pensó.
En el fondo, Alejandro albergaba la esperanza de encontrar una pista de esa persona a quien buscaba desde hace tanto tiempo, su “Mariposita.” En su cabeza, ni Mónica ni Luciana podían compararse con aquella chica que se había convertido, con los años, en el motor de su vida. Por ella había pasado tanto tiempo soltero, esperándola, y ahora… tal vez la verdad estaba a escasos pasos de él.
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Capítulo 409
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-Con que Sergio me acompañe basta -dijo Alejandro-. No vamos a pelear, no tiene caso que vengan Juan o Simón.
-Entendido.
Era una cafetería pequeña y, a esa hora, casi no había gente.
-Disculpe, ¿alguno de ustedes es el señor Sergio López? -preguntó el encargado apenas los
vio entrar.
-Sí, soy yo–respondió Sergio.
El hombre señaló con la mano hacia la izquierda.
-Ese cubículo, el cuarto.
-Gracias.
El recorrido hasta llegar ahí era breve, pero Alejandro lo hizo a paso lento, como si cada paso realmente privados; las mamparas fuera más pesado que el anterior. El lugar no tenía cuarto brindaban poca privacidad. Desde lejos, tras una especie de biombo, Alejandro logró ver a la persona sentada en el sofá. Todo su entusiasmo se esfumó cuando se dio cuenta de que era un hombre con gafas oscuras, enfrascado en su celular.
Sergio también percibió la decepción de Alejandro. Después de tantos años, era inevitable que tuviera esperanzas… Pero estaba acostumbrado a que no fuese lo que él tanto deseaba.
Alejandro se recompuso y caminó hasta sentarse frente al homb
El desconocido dejó su teléfono, se quitó los lentes y lo miró con
-¿Señor Sergio López?
-Así es -respondió Alejandro con un ligero asentimiento.
chción.
-Mucho gusto -dijo el otro, sin rodeos-. Entonces, dígame, ¿qué oferta hace?
Alejandro esbozó una sonrisa fría.
-Dime mejor el precio que pides.
-Trato hecho -replicó el hombre, levantando la mano para indicar una cantidad.
El costo era bastante más bajo que lo que Alejandro había pagado en su momento por el broche en la subasta. Pero el dinero no era lo importante.
-Te ofrezco el doble -respondió Alejandro con calma.
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El hombre se quedó mudo por un instante, sin dar crédito. «¿Quién ofrece el doble así como así?»
-¿Qué pretendes? -preguntó, con desconfianza.
-No te alteres respondió Alejandro en tono sereno-. A mí lo que me interesa saber es cómo conseguiste ese broche de mariposa.
El hombre empezó a ponerse nervioso, mirando a ambos lados.
-¿Y a ti qué te importa? Ahora me pertenece y punto. Si lo quieres, paga sin preguntar. ¿Sabes qué? Olvidalo, ya no lo vendo.
Se puso de pie con la intención de marcharse, pero Sergio se adelantó para bloquearle el paso.
—¿Oye, qué…? —El tipo se asustó-. ¿Qué piensan hacer?
-¿No entiendes las palabras? -Sergio se irguió amenazante-. Solo te lo preguntaré una vez más: ¿de dónde sacaste ese broche? Si cooperas, no perderás ni un centavo. Si no…
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