Capítulo 412
Capítulo 412
Al llegar frente a la fábrica, Martina ya las esperaba en la entrada.
-¡Por aquí! -gritó ella con entusiasmo.
En cuanto Luciana bajó del auto, sacó un pliego de papel de su bolso.
-Mira, revisa estos diagramas y dime si es factible.
-Veamos —respondió Martina mientras estiraba la hoja—. No parece complicado; tenemos los materiales que se necesitan.
-Estupendo–repuso Luciana.
Mientras caminaban e intercambiaban opiniones, Simón les seguía a cierta distancia, echando una ojeada de reojo. La parte inicial de los planos no la entendía, pero en la ilustración final se distinguía lo que parecía… ¿un encendedor?
-¿Luciana piensa fabricarlo ella misma? -murmuró para sí, sorprendido.
Poco tardó en confirmarlo. Martina condujo a Luciana al taller de su padre, donde ya tenían libertad absoluta para usar la maquinaria. Con los bocetos desplegados, Luciana se puso a trabajar; Martina se dedicó a buscar las piezas, cotejar medidas y servirle de asistente.
Simón, de lejos, observaba en silencio y alzaba el pulgar como gesto de aprobación. «Alejandro encontró una esposa extraordinaria», pensó. «Sabe hacer de todo y, encima, pone tanto empeño en agradarle.>>
Mirando a Luciana tan concentrada, Simón se preguntó si ella en verdad sentía algo por Alejandro. Para él era evidente que sí, y sabía que Alejandro también la quería. No obstante, «¿ qué lugar ocuparía Luciana si algún día apareciera la famosa “Mariposita“?» Difícil saberlo.
***
Gracias al apoyo de Simón, Luciana logró fabricar su regalo en secreto, sin que se filtrara la más mínima sospecha.
Jueves temprano.
Luciana y Alejandro desayunaban juntos. Ella lo observaba con insistencia, abriendo la boca para hablar y luego deteniéndose. Al final, él se dio cuenta y la miró con una sonrisa:
-¿Pasa algo? Me has estado mirando de reojo. Dime lo que sea, sin rodeos.
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-Jaja… Luciana se mordió el labio, un poco apenada. Era la primera vez que lo invitaba a salir, y sentía algo de nervios. Respiró profundo, reuniendo valor-. ¿Tienes algún
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compromiso esta noche?
-¿Mmm? -Alejandro arqueó una ceja y, en lugar de responder, preguntó-. Si te dijera que sí, ¿qué pasaría? ¿Y si te dijera que no?
-Bueno… ella se atrevió-. Si no tuvieras nada, me gustaría invitarte a cenar. Y si ya tienes planes, ¿no podrías posponerlos? No todos los días te invito a salir…
Se quedó pensando un instante y agregó:
-Si de verdad no puedes, ni modo.
Alejandro se quedó callado un segundo y luego soltó una carcajada.
—¡Ja, ja, ja! —Soltó la risa con ganas.
-Oye, ¿qué significa eso? —replicó Luciana, haciendo un ligero puchero—. ¿Aceptas o no?
-Por supuesto que sí. ¿Cómo iba a negarme? —Él, todavía divertido, le acarició la mejilla—. Ni siquiera me has dado tiempo de responder, mi amor, y ya te molestabas. Mejor que no se me ocurra decir que no.
Luciana sonrió con entusiasmo:
-¡Excelente! Entonces, esta noche te espero. No te retrases.
-Cuenta con ello -asintió Alejandro. Luego rompió un huevo cocido, separó la clara y se la pasó a Luciana-. Aquí tienes. Yo me quedaré con la yema.
-Gracias.
Tras el desayuno, salieron juntos de casa. Alejandro acompañó a Luciana hasta la Clínica, y luego siguió rumbo a la empresa. Mientras tanto, ella se dispuso a trabajar en su área por la mañana y planeaba ir de nuevo a la fábrica en la tarde para los retoques finales de la pieza que había estado construyendo.
Esa misma tarde, Sergio entró al despacho de Alejandro con gesto de emoción:
-Alejandro, ¡buenas noticias!
Él levantó la mirada, con los ojos entrecerrados:
-Habla.
Desde aquella noche, Sergio había difundido información para localizar a la dueña del “broche de mariposa.” Alejandro no tenía demasiadas esperanzas, pero la rapidez de esta respuesta lo sorprendió.
-Contactaron en línea para decirnos que tienen datos y pasaron esta ubicación. No han dicho
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quiénes son. ¿Prefieres que vaya yo primero para verificar o quieres encargarte tú mismo?
La intención de Sergio era protegerlo de otra desilusión si resultaba no ser “Mariposita.”
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