Capítulo 415
Por su mente pasaron fugaces recuerdos de hace mucho tiempo.
Era la época en que Alejandro, todavía muy joven, había sufrido un accidente automovilístico que lo dejó temporalmente ciego. Miguel contrató a los mejores médicos del mundo, pero ninguno podía asegurar que volvería a ver. Frente a la posibilidad de vivir para siempre en la oscuridad, Alejandro, lleno de rabia y frustración, se negaba a comunicarse con nadie que no fuera su abuelo. Desahogaba su ira en cuidadores y personal doméstico, y ningún psicólogo lograba que se abriera. Ante aquella situación, Miguel lo llevó a una villa en las afueras, con la esperanza de que la naturaleza y la tranquilidad lo ayudaran a sobrellevar su depresión. Fue en ese momento cuando apareció “Mariposita.”
La casa de “Mariposita” colindaba con la de la familia Guzmán; en realidad, eran vecinas y los jardines estaban conectados. La primera vez que se encontraron, “Mariposita” vio a Alejandro sentado al aire libre, contemplando el cielo bajo la lluvia, inmóvil.
-¡Oye, está lloviendo! ¿Por qué no entras a la casa? ¿Quieres enfermarte? —le gritó ella.
Alejandro, con la vista perdida en la nada, no respondió; de hecho, no podía ver, pero sí oía perfectamente. Y no tenía ningún interés en explicarle a una extraña que estaba ciego.
Al ver que él ni se movía, “Mariposita” se preocupó. Trepó la reja que separaba ambas propiedades y se metió al jardín de los Guzmán. Alejandro escuchó el ruido de los barrotes, preguntándose qué pretendía hacer.
-Te empujo, ¿sí? -dijo ella de pronto.
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En ese entonces, Alejandro estaba en una silla de ruedas. Sin esperar su respuesta, Mariposita” lo llevó hasta la puerta principal, donde al menos había un techo que los protegía del agua.
-Bien, ya te dejé aquí. Ahora entras tú solito, ¿de acuerdo?
Al terminar, saltó de vuelta a su propio jardín. Alejandro no había dicho una sola palabra en todo ese proceso. Con una mezcla de inquietud y alivio, “Mariposita” miró hacia atrás antes de irse. Al ver que alguien más abría la puerta para ayudar a Alejandro a entrar, por fin se tranquilizó y se marchó.
Desde aquel día, “Mariposita” comenzó a aparecer con frecuencia “ante sus ojos.” Aunque era ella quien hablaba sin parar, Alejandro se mantenía siempre en silencio. Tenía un carácter extremadamente frío y distante, pero a “Mariposita” no parecía importarle. Cada día se las arreglaba para acompañarlo, unas veces a través de la reja y otras trepando directamente al patio.
Hubo una ocasión en que “Mariposita” atrapó una mariposa y quiso mostrársela a Alejandro:
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-¡Mira, qué linda está!
Para él, que no podía ver, la noción de “hermoso” carecía de sentido. Además, pensaba con amargura que si ella no se había dado cuenta de su ceguera, ¿cómo podría saber si la mariposa era o no bonita?
-¡Ay! ¡Se escapó! -gritó ella, corriendo tras el insecto.
Al oír su voz llena de emoción, Alejandro supuso que a esa chica realmente le fascinaban las
mariposas.
Con el pasar de los días, Alejandro terminó acostumbrándose a su compañía, aunque jamás pronunció una sola palabra ni preguntó su nombre. Tiempo después, Miguel apareció con la noticia de que lo llevaría al extranjero para tratar su visión. Antes, Alejandro se había negado siempre a más tratamientos, harto de tantos fracasos. Pero en esa ocasión, aceptó, aferrándose a la menor esperanza de recuperar la vista. En su interior deseaba poder ver con sus propios ojos a “Mariposita.”
Justo antes de partir, Alejandro regresó brevemente a Muonio. En una subasta, por pura casualidad, adquirió aquel broche en forma de mariposa. Lo haría llegar a la persona indicada, sin necesidad de decirlo en voz alta. Él mismo no podía ir, así que envió a Sergio, quien ya entonces trabajaba para él. Además del broche, incluyó una carta con apenas dos palabras: Espérame. Volveré.” Fue la primera frase que le dirigió a “Mariposita,” aunque no de manera
verbal. 20
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