Capítulo 422
-Lo siento. Tienes todo el derecho a molestarme… Acepto tu castigo.
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Al día siguiente, Luciana dormía plácidamente cuando sintió en su mano una extraña comezón.
—¿Qué…? —musitó con fastidio, parpadeando sin abrir del todo los ojos.
-¿Te desperté? -susurró Alejandro-. Ya me voy, pero quería ponerte otra vez la pomada. Cuando te levantes, por favor, procura aplicártela cuatro o cinco veces al día, ¿sí?
-¡Qué fastidio!
–
se quejó Luciana, cubriéndose la cabeza con la sábana.
Alejandro solo pudo soltar una sonrisa cansada, con un deje cariñoso. Ya había descubierto que Luciana, mientras más cansada estuviera, peor humor podía llegar a tener.
-Tranquila, no te molesto más. Sigue durmiendo.
Cuando volvió a abrir los ojos, eran más de las diez de la mañana. Aquella jornada, Luciana no tenía un turno formal en el hospital; solo le tocaba entregar unos documentos. Se preparó rápidamente y permitió que Simón la llevara en auto hasta la clínica.
Allí, entregó la documentación y su compañero, el médico Saturno, le pasó un horario de guardias.
-Luciana, por favor, cuando pases por la zona de consultas, entrégale esta tabla de turnos a la jefa de enfermería. Es nuestro calendario de guardias nocturnas de la próxima semana.
-Claro -respondió con amabilidad.
Tras salir del edificio de cirugía, se dirigió a la sección de consultas, entregó la hoja a la supervisora de enfermería y echó un vistazo a los consultorios, viendo que Benjamin y Jhonny estaban de turno. Por lo que alcanzó a notar, seguían con la sala llena de pacientes, como de costumbre.
Simón corrió hasta donde estaba Luciana:
-Luciana, ¿puedes esperarme aquí un minuto? Tengo que ir al baño, pero vuelvo enseguida. Si necesitas algo, me llamas o gritas, ¿vale? Tardaré solo un minuto.
-Sí, sí, tranquilo, ve sin problemas -respondió ella, consciente de lo incómodo que a veces era para él tener que custodiarla a cada paso-. No te preocupes por mí; mira cuánta gente hay alrededor.
-Vuelvo en un santiamén -dijo Simón, alejándose a toda prisa.
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Capítulo 422
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Luciana se quedó aguardando en el mismo sitio, cuando, de pronto, divisó a Mónica acercándose con paso ligero. Desde que Ricardo estaba hospitalizado, a Mónica se la veía a menudo por ahí. Usaba lentes oscuros y mascarilla para evitar ser reconocida, pero Luciana no necesitaba ver su rostro completo para identificarla… y Mónica la había visto también.
-¿De verdad no te importa si mi papá muere? -murmuró Mónica con tono helado.
Luciana respondió con una ligera sonrisa, imitando la misma voz discreta:
-¿Qué quieres que haga? No se me ocurre ninguna forma de ocultárselo a Alejandro.
-Pues… -repuso Mónica con impaciencia, sujetándole la mano-. Haz que parezca que por casualidad tu hígado es compatible. Si Alex cree que eres una pariente más de los Herrera, no tendría por qué ver mal que le dones parte del hígado a mi papá. Al fin y al cabo, supuestamente somos “familia.”
-¿Qué? -Luciana se quedó atónita. «¿De verdad alguien podía llegar a ese nivel de descaro?>> Ni siquiera la ofrecían un reconocimiento como hija legítima, pero pretenden utilizar su hígado. «Ridículo.»>
Con un tirón, apartó la mano de Mónica.
-Olvídalo, Mónica, no cuentes con eso…
No alcanzó a terminar la frase porque se fijó en algo en el cabello de Mónica: un pasador en forma de mariposa que le resultaba familiar. «¿Dónde he visto algo así?»>
Sin embargo, no tuvo tiempo de pensarlo mucho, ya que un hombre apareció de la nada avanzando hacia ellas con aire amenazante:
—¡Eres tú! ¡No te me escapes! —gritó el desconocido, un hombre de mediana edad al que recordaba del alboroto en consultas semanas atrás.
Luciana se sobresaltó. «La última vez, el personal de seguridad lo había desalojado.>> Pero ahora había regresado, y traía consigo una navaja o cuchillo, dispuesto a todo. El corazón de Luciana dio un vuelco.
Al mismo tiempo, Mónica notó el peligro:
-¡Luciana! -exclamó, y de repente, con un movimiento brusco, la empujó hacia delante.
Luciana trastabilló varios pasos, precipitada exactamente en la dirección del hombre armado. Éste, con el rostro descompuesto por la ira, alzó el cuchillo con gesto furioso:
—¡Si mi hijo no puede vivir, entonces ustedes tampoco! ¡Moriremos todos juntos!
Los ojos de Luciana se abrieron como platos mientras gritaba con desesperación:
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Capitulo 422
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-¡Simón! ¡Simón!
-¡Luciana! -se oyó en ese mismo instante.
Una figura se interpuso, la rodeó con un giro veloz y la cubrió con su cuerpo, protegiéndola del inminente ataque.
