Capítulo 436
Capítulo 436
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-Él necesita un trasplante, y ya sabes que Ricardo está molesto con nosotras por la donación.
Mónica comprendía la desesperación de su madre, pero no podía dejar de sentir rabia y angustia por la situación.
-Mamá…
De pronto, un fuerte golpeteo resonó en la puerta de metal.
-¡Abran! ¡Clara, sé que estás ahí! ¡Abre la puerta y devuélveme a Pedro!
Madre e hija se miraron con los nervios a flor de piel.
-¿Qué hacemos? -murmuró Clara.
-Primero movamos a Pedro -dijo Mónica, cargándolo-. Escóndelo y cúbrelo con algo.
De acuerdo -asintió Clara.
-Después sales tú a distraerla. Bajo ningún motivo la dejes entrar, ¿me oyes?
-Sí… bien.
Mientras tanto, Luciana había estado golpeando la puerta sin respuesta, perdiendo la paciencia.
-Simón, ¡fuerza esa puerta!
-Entendido.
Apenas Simón se adelantó para hacerlo, la puerta se abrió desde dentro y apareció Clara.
-¿Oh, eres tú quien hace tanto escándalo? -soltó Clara con sarcasmo-. Ya me preguntaba quién andaba haciendo tanto ruido.
Luciana ni la miró; quiso meterse de inmediato a la casa.
-¿A dónde crees que vas? -increpó Clara, bloqueándole el paso.
En un tono helado, Luciana repitió:
-Vengo por Pedro. Me lo llevaré conmigo.
-¿Pedro? -Clara rió con desprecio-. ¿Quién te dijo que él está aquí? Ojo con lo que dices, no me busques que te puedo acusar de difamación.
–
-¿sí? La mirada de Luciana no mostró atisbo de temor-. Perfecto; si no encuentro a mi hermano, asumiré que me equivoqué y podrás demandarme.
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Un segundo de desconcierto bastó para que Clara apretara los dientes con furia.
-¡Chica insolente, tú…!
-Simón.
-Dime–respondió él.
-Rompe esa puerta -ordenó Luciana con frialdad.
-¡Qué…! -exclamó Clara, cambiando de semblante al ver al fornido Simón, quien además era respetuoso por ser la madre de Mónica. Sin embargo, él advirtió:
-No se atraviese, señora. No quisiera lastimarla, y con un solo dedo podría hacerlo.
No dicho y hecho: de una contundente patada, Simón derribó la puerta de metal.
-¡Luciana…! -jadeó Mónica en el interior, tragando saliva con nerviosismo.
Con la mirada encendida, Luciana exigió:
-¿Dónde está Pedro?
-¿Qué dices? -Mónica esbozó una risa nerviosa-. No te entiendo… Pedro sigue en el Sanatorio Cerro Verde, ¿no?
-¿Ah, sí? -respondió Luciana con sarcasmo, conteniendo su rabia-. Entonces, ¿tú y tu mamá se encierran en la bodega a tomar el té, a plena luz del día?
-Pues… bromeas, ¿no? -atajó Mónica. Ella y yo solo buscábamos algo…
-Vaya coincidencia.
Luciana apretó los puños con fuerza:
-Yo también vine a “buscar algo.” ¿Por qué no buscamos juntas?
-¡No…!
-¡Simón! -exclamó Luciana con voz de mando-. Pedro tiene que estar aquí. Vigila a estas
dos.
-¿Te atreves? -gritó Mónica con rabia, mirando a Simón-. Tú trabajas para Alex, ¿ recuerdas? ¡¿Sabes quién soy yo?! Te ordeno que la saques de aquí, ¡ya! ¿Me vas a obedecer o no?
Simón se quedó pasmado: «Las dos son “mujeres de Alejandro.” No quiero quedar mal con ninguna.>>
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Entonces Luciana intervino con firmeza:
-Simón, no lo olvides: mientras yo siga siendo la esposa de Alejandro, me obedeces a mí.
-Sí, señora.
Sin vacilar más, Simón sujetó a Clara y a Mónica con ambas manos.
-¡¿Qué te pasa?! ¡Esto es allanamiento de morada!
-¡Se lo diré a Alejandro, Simón, te despedirán…! ↑
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Luciana no les prestó atención y se internó en la bodega. Un ruido sordo -¡pum! resonó. Algo grande había caído al suelo. Bajo un trozo de lona aceitosa se vislumbraba un bulto. Al acercarse, Luciana levantó la tela para descubrir, horrorizada, el rostro de Pedro, empapado en
sangre.
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