Capítulo 438
-Habla claro.
-Eso… -Mónica tragó saliva con nervios-. Él y yo íbamos a almorzar juntos. Me llamó cuando tú… le pediste ayuda por teléfono, y justo en ese momento…
<«<Así que mientras yo no lo sabía, ellos se veían… ¿cuántas veces lo habrán hecho?»>
Luciana sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo.
En ese preciso instante, sonaron pasos en la puerta. Era Alejandro, quien llegaba con Sergio y Juan. 1
-¡Luciana! -exclamó, fijándose primero en ella y luego en Mónica, a quien Luciana inmovilizaba contra el suelo. ¡Mónica!
La escena lo dejó atónito; se apresuró a acercarse y se inclinó sobre una rodilla, sujetando la muñeca de Luciana.
-¡Basta, suéltala!
-Alex… -murmuró Mónica con voz lastimera, conteniendo un sollozo. 1
Con un dejo de burla, Luciana lo miró:
-Vaya, señor Guzmán, ¿llegaste a salvar a tu doncella?
Dicho esto, soltó a Mónica.
-Descuida, ni siquiera alcancé a lastimarla. Tu “Mariposita” sigue intacta.
-¿Qué…? ¡Luciana! -exclamó Alejandro, incrédulo.
Ella, con una sonrisa fría, preguntó:
-¿Todavía puedo dar órdenes a Simón o me quitarás ese derecho?
-Por supuesto que puedes -musitó él, sin saber muy bien qué pretendía.
-Gracias. Luciana asintió-. Simón, por favor, encárgate de cargar a Pedro.
–
Porque ella, en su estado, no podía hacerlo. «Si aún soy la señora Guzmán, aprovecharé esa autoridad», pensó.
-Entendido aceptó Simón, aproximándose a Pedro.
Fue entonces que Alejandro, volviendo la vista, divisó en un rincón a Pedro, inconsciente y con la cabeza ensangrentada. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al imaginar lo que había sucedido.
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-¡Simón, no te muevas! -ordenó, deteniéndolo.
-¿Señor Guzmán? -Luciana entornó los ojos. ¿Piensas arrepentirte? Hace un segundo me diste tu palabra.
-No es eso -negó Alejandro. En ocasiones como esta, no comprendía la lógica de Luciana. Se agachó sin más, tomó a Pedro con cuidado entre sus brazos y miró a Luciana:
-Vámonos. Lo primero es llevarlo al hospital. El resto… lo resolveremos después.
Luciana no hizo comentario alguno. Dio media vuelta y avanzó hacia la salida, mientras Alejandro la seguía, sosteniendo a Pedro con sumo cuidado.
***
En la habitación del hospital, Pedro descansaba, con la cabeza vendada en un impecable vendaje blanco. Luciana permanecía sentada a su lado, vigilándolo.
-Luciana…
susurró Alejandro al entrar, acercándose con paso tranquilo hasta posar la mano sobre su hombro-. Deja que la enfermera lo cuide. Vamos, tienes que comer algo.
-Sí… —aceptó ella sin oponer resistencia.
Salieron juntos a la cafetería. Alejandro le pasó los cubiertos, y Luciana comió en silencio, sin dirigirle la mirada. Notando que al menos estaba más tranquila, él se atrevió a romper el silencio:
-No te angusties tanto; el médico dijo que Pedro está estable, que solo fue una herida superficial.
De pronto, Luciana detuvo la cuchara en el aire y elevó la vista:
-Ya puedes irte.
Alejandro frunció el ceño:
-¿Cómo que me vaya? ¿Me estás echando?
-¿Y qué esperabas? -replicó ella, dejando los cubiertos-. Verte aquí, francamente, me quita el apetito.
Sus palabras fueron tan duras que él tuvo que contener la molestia:
-Luciana, sé que estás muy dolida por lo de Pedro, pero ¿por qué dices que “no distingo lo bueno de lo malo“? 3
-¿Lo niegas? —respondió ella con una risa amarga—. ¿Hace un rato no decías que encontraba “bien,” que solo era un “rasguño“?
Pedro se
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Alejandro se quedó callado un segundo; era lo que el doctor había informado.
-¿Y el daño emocional que le han hecho? -exclamó Luciana, con los ojos enrojecidos-. Pedro no es un chico cualquiera; todo este calvario podría echar abajo el esfuerzo de años. ¿Y tú aquí, tratándolo como si fuera poca cosa? Claro, porque la responsable de esto es alguien a
quien “amas,” ¿no? Así te resulta fácil minimizarlo. ¡Qué cinismo! (1
Se levantó con brusquedad:
-Bien, si no te vas tú, ¡me voy yo! ¡Prefiero no verte!
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