Capítulo 441
-Escuché que la señorita Soler le comentó a Luciana que ustedes se vieron hoy y tenían plan de comer juntos…
—¿Qué…? —Alejandro se quedó helado. «¿Eso fue lo que Luciana entendió?»
Con razón la había sentido tan distante y cortante. Se esmeró en controlar la ira que le subía a la garganta:
-¿Por qué no me lo dijiste antes?
Simón se sintió algo agraviado:
-No encontré el momento. Siempre estabas con Luciana o atendiendo a Mónica, y…
-Basta. Por lo menos ahora me lo cuentas -lo interrumpió Alejandro con un suspiro, reconociendo que la situación era complicada.
***
-¡Aaah! -un grito desgarrador surgió desde la habitación, seguido por el estrépito de objetos cayendo.
-¡Pedro! -exclamó Luciana, conteniendo las lágrimas-. ¡Soy tu hermana! ¡Mírame, por favor…! ¡Ah…!
Apenas escuchó aquello, Alejandro corrió adentro sin pensárselo, a tiempo de sostener a Luciana cuando estuvo a punto de caer.
-¡Luciana! -la miró con preocupación-. Mejor siéntate, ¿sí?
-Estoy bien–contestó ella, negando con la cabeza.
-¿Ah, sí? ¿Entonces qué podría hacerte daño? -replicó él, viéndola al borde del desmayo.
Dentro de la habitación, el doctor, las enfermeras y el psicólogo recién llegado intentaban calmar a Pedro, pero el chico estaba fuera de control, al punto de empujar incluso a su hermana, a la que tanto adoraba.
Alejandro notó que Luciana apenas se sostenía de pie:
-Por favor, hazlo por el bebé. Deja que me ocupe yo de Pedro.
Solo al recordarle su embarazo, ella cedió:
-De acuerdo…
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Capítulo 441
-Buena niña -murmuró él, dándole una ligera palmadita en el cabello. Se dirigió hacia Pedro, logrando tomarle la muñeca con precisión:
-¡Aaah…! —gritó el chico, más alterado aún.
Alejandro, mirándolo a los ojos, habló con voz firme pero suave:
-Pedro, soy tu cuñado. No soy de los malos que te lastimaron. Tú eres un chico valiente, y los malos ya no están… No volverán.
Pedro, en cambio, no parecía oír nada. Incapaz de soltarse, de pronto agachó la cabeza y mordió con todas sus fuerzas el brazo de Alejandro.
-¡Tss…! —Él apretó los dientes, conteniendo el dolor. Llevaba solo la camisa arremangada, por lo que Pedro, sin medir fuerza, le clavó los dientes en la carne. Se oía su respiración agitada, como un pequeño animal asustado.
Todos en la habitación se quedaron pasmados, viendo que la sangre brotaba. Desde la comisura de la boca de Pedro se veía la mancha roja que provenía del brazo de Alejandro.
-¡Alejandro! -gritó Luciana, levantándose del sofá al ver la sangre-. ¡Suéltate! Te lastima…
—Tranquila —respondió él, conteniendo el gesto de dolor-. Déjalo. Si Pedro necesita desahogarse, que lo haga. Está aterrorizado; este es su modo de liberar la tensión.
Se formó un silencio tenso alrededor; solo se oía el jadeo nervioso de Pedro.
Poco a poco, el chico empezó a relajarse, hasta que, por fin, su agarre aflojó y soltó el brazo ensangrentado de Alejandro.
Él lo miró con ternura, a pesar del profundo dolor, y le preguntó despacio:
-Pedro, mírame. ¿Sabes quién soy? ¿Me reconoces?
Pedro lo miró por fin, sus ojos todavía reflejaban confusión, pero al menos no mostraba tanta agitación.
El psicólogo, ubicado junto a Luciana, susurró:
-El señor Guzmán acertó. Al no deshacerse de Pedro con brusquedad, el chico entendió que no pretendía lastimarlo.
Luciana, con el corazón comprimido, se quedó pendiente de cada movimiento de Pedro, conteniendo incluso la respiración. Finalmente, él giró los ojos con lentitud y asintió apenas, sin pronunciar palabra, lo que ya suponía un gran avance tras aquella experiencia traumática,
–
-Muy bien… Alejandro prosiguió con cuidado-. Vamos a soltar un poco, ¿sí? Necesitas enjuagarte la boca.