Capítulo 443
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-¿Yo? ¿Tú no lo sabes? -contestó ella, mordiéndose el labio, intentando contener el temblor en su voz-. ¡Claro que no lo sabes! Mira, solo te pido un favor: si vas a morirte, hazlo pronto. Tal vez, en reconocimiento a que me diste la mitad de mis genes, hasta me tome la molestia de quemar algo de incienso en tu honor.
Cortó sin darle oportunidad de replicar. Luego alzó la vista, parpadeando para contener la humedad
que afloraba en sus ojos. «A excepción de Pedro, ni Ricardo ni Alejandro merecían verla llorar, ni una sola lágrima.>>
***
Los dos días siguientes, Luciana siguió en el hospital junto a Pedro. La herida en su cabeza no representaba una amenaza grave; con las curaciones diarias y la administración de antibióticos, bastaba. Además, el psicólogo que Alejandro había conseguido resultó ser bastante capaz, y los avances de Pedro superaban las expectativas de Luciana. Aún permanecía callado, pero la recuperación emocional era un proceso lento.
A media mañana, cerca de las diez, Luciana verificó que Pedro tuviera puesta la bolsa de antibiótico y se sentó junto a su cama:
-Pedro, en un rato tengo que salir un momento. No podré estar contigo todo el tiempo explicó con suavidad. ¿Te gustaría saber a dónde voy?
Como era usual, él no contestó; se limitó a mirarla con un vacío ausente.
-Voy a visitar a mamá…
Al pronunciar esa palabra, los ojos de Luciana se humedecieron. Acarició con ternura la cabeza de Pedro. Él, por su parte, no mostraba reacción, lo cual no la sorprendía; cuando su madre se marchó, Pedro era apenas un bebé que no llegaba al año de vida.
Aun así, la nostalgia la invadió y su voz se quebró ligeramente:
-¿Pedro se acuerda de mamá?
Sin respuesta. Entonces retiró la mano, y de pronto, sintió un ligero tirón. Pedro, con timidez, la aferró, observándola con un gesto de necesidad. Aun sin palabras, era su forma de
expresarse.
-¿No quieres que me vaya? -preguntó Luciana, sintiendo un vuelco de alegría-. Está bien, me quedaré hasta que te duermas. Luego, cuando despiertes, yo regresaré, ¿sí?
Parecía que Pedro aflojaba su tensión. Todo coincidía con lo que el psicólogo había dicho: la cercanía de la hermana, a quien más confianza le tenía, era la mejor terapia. Pasados unos minutos, Pedro cerró los ojos y soltó la mano de Luciana, sumido en un sueño más tranquilo.
Capítulo 443
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Ella se incorporó con cuidado, salió de la habitación en silencio y tomó el ascensor. Justo al abrirse las puertas, se encontró de frente a Alejandro.
En estos dos días, él tampoco había regresado a Rinconada. Iba y venía entre el hospital y la empresa. Al llegar al hospital, primero visitaba a Miguel y, por las noches, se quedaba con Luciana para acompañar a Pedro. Ahora era fin de semana y, tras atender un pendiente temprano, había regresado con urgencia.
-Luciana, ¿a dónde vas?
Ella frunció el ceño, sin querer siquiera verlo. Sin embargo, sabía que con Simón siguiéndola a todas partes, no habría forma de ocultar sus planes.
-Quiero comprar flores–contestó en voz seca.
-¿Flores? -repitió Alejandro sin repreguntar más. Con naturalidad, le tomó la mano-. De acuerdo, voy contigo.
La condujo con un gesto suave y salieron del hospital. «En los alrededores de la clínica abundan las florerías», pensó ella. Entraron a una, y de inmediato la dueña los saludó con entusiasmo:
-¡Bienvenidos! ¿Buscan flores para un paciente? ¿Se trata de un familiar mayor o alguien de la misma generación?
Alejandro no estaba seguro, así que miró a Luciana.
-¿Qué flores quieres? ¿Para quién son?
Luciana evitó su mirada y se dirigió a la vendedora:
-Necesito crisantemos y claveles.
-¿Ah, sí? -La sonrisa de la vendedora se congeló un segundo, pero se repuso enseguida—. ¿ Algún color en particular? Tengo muchos tonos.
-Prefiero los suaves, gracias. Combínalos con variedad de tonos claros.
-Hecho.
Mientras preparaban el encargo, Alejandro, algo confundido, pensó: «¿Crisantemos? Suelen usarse para ofrendas, y los claveles, suelen usarse para los mayores. ¿Qué está planeando
ofrendas, y los claveles, suelen usarse para Luciana?»> 5
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