Capítulo 444
-¡Listo! —dijo la vendedora, entregándole un ramo bastante voluminoso.
-Gracias… -respondió Luciana.
-¿Dónde se paga?
-Por aquí, señor.
Mientras Alejandro pasaba la tarjeta, Luciana sostenía el arreglo. Al salir de la tienda, él le ofreció llevarlo:
-Dame eso, lo cargo yo.
-No hace falta–contestó ella. Luego, con un suspiro, añadió-: ¿No tienes trabajo? Puedo ir con Simón, no quiero entretenerte.
-¿Qué clase de frase es esa? -ironizó él, notoriamente ofendido—. ¿Crees que es igual que me acompañe Simón a que te acompañe yo?
-No, claro que no -admitió Luciana-. Solo es que temo que te aburras.
Alejandro tomó las flores y la miró con atención:
-¿Vas a algún entierro, verdad?
-¿Ya lo suponías?
-Es obvio. Llevas crisantemos y claveles con tonos suaves; se usan a menudo Pero, ¿a quién se las dedicas? Ni siquiera es Día de Muertos.
Luciana tragó saliva, bajando el tono de su voz:
-A… una persona mayor. Me quiso mucho.
para
ofrendar.
-Entiendo. -Alejandro la tomó del brazo-. Entonces vamos. Yo no tengo nada pendiente; te acompañaré.
Ella habría preferido seguir sola, pero no tuvo cómo librarse. Subieron al coche y se dirigieron a la zona oeste de la ciudad. Al llegar, Luciana suspiró:
-Quiero subir a solas. Esperen aquí tú y Simón.
-No. La negativa de Alejandro fue firme-. ¿No has aprendido la lección? ¿Cuántos
–
percances has tenido en tan poco tiempo: secuestro, accidente, heridas…? ¿De verdad no te asusta ir sola?
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Sí, estaba asustada, pero esta ocasión era diferente.
-Tengo que hacerlo sola, por favor.
E
La testarudez de Luciana le provocó un ligero enfado, y estaba a punto de discutir, cuando ella lo miró con un ligero tirón en la manga, casi como una súplica:
-Solo esta vez, ¿sí?
Alejandro, sabiendo lo vulnerable que resultaba a los ruegos de Luciana, acabó cediendo:
-Está bien. Nos mantenemos a distancia, pero no pierdas de vista que debemos verte en todo momento. ¿Aceptas?
-Trato hecho -asintió ella.
Se bajó del coche y empezó a subir el sendero. Alejandro y Simón la seguían a lo lejos. Después de un trecho, Luciana se detuvo en una hilera de tumbas; ahí, según recordaba, descansaba su madre. Pero al acercarse notó algo inesperado: un ramo de lirios blancos frescos, colocado frente a la lápida. «¿Quién habrá sido?»>
Luciana colocó sus propias flores en el suelo y, de pronto, sintió una presencia tras ella:
-Luciana.
Era Ricardo. Al parecer, se había marchado, pero al ver a Luciana, decidió volver.
-Justo hoy es el aniversario de la muerte de tu madre. Supe que vendrías -comentó con suavidad. A ella le gustaban mucho los lirios…
El ramo, entonces, era de él. «¿De qué sirve que recuerde las flores favoritas de mamá si durante años apenas se apareció?»>
El corazón de Luciana se retorció de rabia contenida. Escupió una risa helada:
-Hay gente tan despreciable que no tiene rival… -lanzó sin piedad.
Ricardo se estremeció:
-¿Qué…? ¿Por qué me dices eso?
-¿No lo entiendes? —replicó Luciana, con la voz temblorosa de furia—. ¿Ya olvidaste cómo la obligaron a trasladar su tumba? ¡Tú y los tuyos la hostigaron hasta las últimas consecuencias! Se necesita un descaro infinito para aparecer por aquí fingiendo homenajes.
-Yo… -balbuceó Ricardo, incapaz de sostenerle la mirada—. Luciana, sé que me equivoqué. Fui un tonto, estaba cegado…
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-Por favor resopló ella, cortando sus excusas. Márchate. No quiero discutir frente a la tumba de mi madre. No quiero que allá abajo se inquiete. Y, de paso, llévate tus flores.
Terminadas esas palabras, Luciana se dio la media vuelta y dejó de prestarle atención.
Pero Ricardo siguió hablando, con la voz cargada de vergüenza:
-Luciana. Sobre lo de Pedro, me lo contó Mónica. Fue cosa de Clara, un arrebato suyo… Yo nunca pensé en…
-¡Cállate! -exclamó Luciana, girándose de golpe para mirarlo con furia-. ¿Vas a seguir hablando de eso aquí? ¿Encima de la tumba de mi mamá? ¿Quieres perturbar su descanso?