Capítulo 449
En lugar de responder con palabras, Alejandro la levantó en brazos y la metió de inmediato en el auto, llevándola directamente a casa.
***
Casa Guzmán, edificio principal.
La puerta principal estaba abierta de par en par, y se notaba el rastro de ropa tirada: zapatos revueltos, un saco de vestir, una corbata, un chal femeninos… esparcidos por todo el vestíbulo.
Minutos después, Luciana yacía tendida en la cama, inmóvil, con la respiración aún agitada. Se sentía tan cansada que no quería moverse, aunque su cuerpo pegajoso le producía incomodidad.
—Oye… —murmuró, sin abrir los ojos, dándole una ligera patada al hombre a su lado—. ¿No planeas bañarte?
Alejandro, sabiendo cuánto le gustaba la pulcritud, negó con una mueca divertida:
-¿Quién se mete primero?
Luciana abrió los ojos y lo fulminó con la mirada:
-¿Insinúas que vaya yo sola? ¿Te parece que tengo energías?
-Ja… Él rió con agrado. De acuerdo.
—
Volvió a cargarla en brazos y se la llevó al baño. No era la primera vez que Alejandro la ayudaba a bañarse; él lo consideraba una faceta interesante de la vida en pareja. Sin embargo, esta vez le resultó casi una tortura contenerse.
Mientras la enjabonaba con sumo cuidado, Alejandro de pronto se inclinó y la besó. Más que un beso, era casi una pequeña mordida.
… —se quejó Luciana con el ceño fruncido-. ¿Por qué me muerdes?
—Ay…
Él no respondió, continuó besándola en un juego entre caricias y leves mordiscos.
-¿Y cuándo va a nacer nuestro bebé? —murmuró de pronto Alejandro.
Luciana se quedó desconcertada. «¿En serio no sabe lo de los nueve meses?» pensó. Pero él prosiguió, pasando la mano por su vientre mojado:
-Ese hijo debe ser agradecido conmigo. -Esbozó una sonrisa algo amarga-. Por su culpa, soy quien la está pasando difícil.
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Tras captarle la intención, el rostro de Luciana se tiñó de un rojo intenso.
***
Esa noche durmieron profundamente.
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Hoy tocaba el control prenatal de Luciana.
Normalmente, a esa altura del embarazo, bastaba con revisiones mensuales. Pero, debido a las indicaciones de Alondra -y con la excusa de que en el primer trimestre tuvo ciertas complicaciones-, Alejandro insistió en revisarla cada semana. Y como siempre, él la acompañó.
Tras completar todos los estudios, Alondra volvió a pedirle a Alejandro que la siguiera a un lado, dejando a Luciana en la sala de espera.
-Nada mal–comentó la doctora, revisando los resultados con una sonrisa-. Se ve más
estable que la última vez.
Al oírlo, Alejandro respiró con alivio.
-Me alegra… -murmuró, sintiendo una gran carga quitándose de los hombros.
-Claro que no hay que bajar la guardia -agregó Alondra. Pero cuida también de no mostrarte demasiado nervioso. Si Luciana te ve inquieto, podría percibirlo y le haría más mal que bien.
—Entiendo —asintió él-. Trataré de ser prudente.
Concluida la revisión, Alejandro la llevó de vuelta a Rinconada, pero tuvo que marcharse casi de inmediato a atender asuntos en la empresa. Ni siquiera entró a la casa.
Luciana, en cambio, volvió sola y, apenas al cruzar la puerta, oyó un bullicio.
—¡Luciana, al fin llegas! -la llamó Amy-. Ven a tomar un caldo. Está a la temperatura perfecta. Calculo que ya era hora de que llegaras.
-Está bien–respondió ella, encaminándose al interior.
Por el pasillo, se cruzó con Felipe, que bajaba de la planta alta dando instrucciones a unos trabajadores.
-¿Felipe? -lo saludó con curiosidad-. ¿Organizando algo?
-Así es, Luciana -replicó él—. Ando atareado preparando la habitación del bebé,
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-¿Ah? -soltó ella, sorprendida de que fuera para su hijo. ¡Vaya, Felipe, qué pena! Nunca se me ocurrió que…
-No te preocupes. Tú eres primeriza, es normal no pensar en todo la tranquilizó él, sonriendo con amabilidad.
-¿Pero no es muy pronto para eso? -preguntó Luciana, todavía desconcertada.
-Para nada. -Felipe negó con la cabeza, divertido-. Hay un montón de cosas que hay que encargar con anticipación. Y el señor Alejandro quiere todo perfecto, así que no es tan pronto
como crees.
—¿Alejandro… lo pidió? —repitió ella, atónita. Creyó que tal vez era idea de Miguel.
Sí, él mismo contestó Felipe, con un tono risueño. El señor Miguel acertó al decir que, desde que se casó, el señor Alejandro cambió mucho, se ve más centrado… y ya verás: estoy seguro de que será un gran padre.
—Sí… -musitó Luciana, devolviéndole la sonrisa, aunque algo forzada.
Aquella noche, Luciana sacó una cajita de su armario. Dentro guardaba el encendedor que misma había fabricado y que nunca llegó a entregar. «En su cumpleaños tenía pensado dárselo, pero…>> Apretó los labios, dudando: ¿sería buena idea darle su regalo hoy?
ella
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