Capítulo 472
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-¿Y si sí? -Alejandro, con gesto hosco, murmuró—. Da igual. No me voy a morir.
Luciana soltó un resoplido frío. ¿Creerá que con esto la conmovería?:
-Pues muérete si quieres soltó con ironía.
—¿Qué…? —Alejandro abrió mucho los ojos, encendido de ira-. ¡Luciana!
—¿Por qué me miras así? -replicó ella, con absoluta indiferencia-. No fui yo quien te hizo esa herida. ¿Te crees con derecho a dar lástima conmigo?
Con esa frase, se levantó del asiento:
-Si llegas a morirte, seguro que Mónica llorará a mares y hasta se querrá morir contigo. Serían “tórtolos trágicos,” ¿no? Perfecto final para ustedes dos. Felicidades.
—¡Luciana…! —Alejandro se irguió, hecho una furia, sintiendo la sangre hervir-. ¿Planeas matarme de un coraje? ¡Pareces empeñada en que explote!
-Si lo dices tú, así será. —Dio media vuelta y miró a Amy-. Llama a emergencias. Su fiebre no va a bajar así, podría sufrir un colapso.
Acto seguido, se encaminó a las escaleras. Sin embargo, apenas había avanzado unos pasos cuando un estrépito sonó a sus espaldas, acompañado del grito de Amy:
-¡Señor Alejandro!
Luciana giró rápidamente y vio cómo Amy se hincaba junto a Alejandro, que había caído al suelo sin fuerzas.
–
-¿Luciana… qué hacemos? -exclamó la empleada, cerca del llanto.
-¿Qué va a ser? ¡Llamar a la ambulancia! ¡Pronto!
Poco después se escucharon las sirenas acercándose. Los paramédicos entraron y colocaron a Alejandro en la camilla, listos para llevarlo al hospital. Uno de ellos sugirió:
-Algún familiar, por favor, que nos acompañe.
Amy miró a Luciana, dudando:
-¿Luciana?
-No iré. -Luciana sacudió la cabeza-. No te preocupes, en el hospital lo atenderán bien.
Sin más, dio media vuelta y subió por la escalinata, dejando a Amy boquiabierta, sin saber qué
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decir. 4
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Mientras tanto, Alejandro se sentía flotar en un sopor candente, con la mente a ratos consciente y a ratos sumida en la fiebre. Sus labios ardían y tenía un dolor sordo en el brazo. Cuando volvió en sí, distinguió a una figura sentada a su lado:
-¿…Salvador?
El hombre de cabello oscuro le dedicó una media sonrisa, mientras quitaba la cáscara a una manzana con parsimonia:
-Buenos días a ti también. Ya era hora de que despertaras.
Alejandro barrió con la mirada la habitación, con un deje de ansiedad. Salvador leyó su intención y soltó un bufido:
-No la busques. Luciana no está aquí… ni se ha aparecido.
La sombra de decepción en los ojos de Alejandro fue evidente. Salvador mordió un trozo de manzana y, tras saborearlo, comentó:
-El doctor dijo que, de haber esperado un poco más, habrías arriesgado la movilidad de tu brazo. O sea, casi lo pierdes, compadre.
Alejandro escuchó sin inmutarse, como si aquello le resultara irrelevante.
-Te lo advertí, ¿recuerdas? -insistió Salvador-. El resultado de que fueras tú a rescatar a Mónica en lugar de Luciana sería distinto. Pero bueno, lo hecho, hecho está. 5
El aludido no respondió; se limitó a fruncir el ceño. «Es cierto, de nada sirve la culpa. El daño está hecho.»>
Salvador se fijó en el vendaje grueso que cubría todo el antebrazo de Alejandro:
-Me contó Sergio que te quemaste para recuperar el encendedor que Luciana te regaló. ¿No se lo mencionaste?
-No -admitió Alejandro, con un tono áspero.
-¿Por qué no? -Salvador se extrañó-. A veces basta un detalle así para conmover a una mujer. Podrías haber ganado algo de su empatía.
Alejandro cerró los ojos y sonrió con amargura:
-¿Decirle que me quemé al entrar de nuevo al fuego solo porque, en mitad de salvar a Mónica, perdí su obsequio? Sonaría aún peor, como una excusa. Seguiría siendo… la misma realidad: que fui con Mónica primero.
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Capitulo 472
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-Cierto. -Salvador masticó el último pedazo de manzana con gesto pensativo-. Al final, parece que diste la vida por Mónica, y a Luciana apenas le ha tocado “una simple quemadura en tu brazo,”
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