Capítulo 479
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Capítulo 479
Con la cara colorada, Juan bajó la vista, confirmando sin palabras que Luciana acertaba.
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-Vaya, pues ya sabes. -Luciana se puso el bolso al hombro. Ve con ella. Yo tengo que ir a trabajar.
-¡Luciana! —exclamó él, sosteniéndola todavía—. ¿Estás enojada?
-¿De qué serviría reconocerlo? -replicó ella, soltándose-. Si te dijera que sí, ¿acaso dejarías de ir a verla?
—Luciana… —Alejandro suspiró—. Mónica está… realmente mal.
—Sí. Lo sé. Y no te lo impido; ve a cuidarla contestó con frialdad. Pero mi trabajo me importa mucho, y si me lo estorbas, te lo juro, te voy a aborrecer.
La palabra “aborrecer” lo hirió como un dardo. Con el semblante descompuesto, aflojó la mano y ella se marchó sin mirar atrás.
Más tarde, al llegar a su área en el hospital, Luciana apenas terminó de rendir su pase de turno, se dejó caer en la silla de la oficina. Entonces su teléfono sonó.
-Luciana -se oyó la voz inconfundible de Alejandro.
-¿Necesitabas algo? -respondió ella con frialdad.
-Me voy a la oficina de la empresa.
—¿Ah, sí? ¿Y tu brazo? ¿Tu suero?
-Seguiré con la terapia. Por el día, iré a trabajar; en la noche, regresaré al hospital a ponerme las medicínas.
<<Un obseso del trabajo», pensó Luciana, recordando cómo la vez anterior, con la herida de arma blanca, igual se negaba a quedarse quieto.
-Esta noche, cuando termines tu turno, paso por ti -anunció él.
-No es… empezó a replicar, pero él la cortó.
-Dalo por hecho. Te espero abajo -concluyó y colgó sin más.
Luciana se quedó sosteniendo el teléfono, entre molesta y perpleja. «¿Cree que con eso resuelve algo?»> Suspiró y prefirió enfocarse en la jornada que la esperaba.
Trabajó durante todo el día. Cuando miró el reloj, eran casi las seis. El personal de enfermería ya había relevado guardia; algunos médicos jóvenes también se habían ido. Luciana, en
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Capitulo 479
realidad, seguía en un limbo laboral: no era todavía parte oficial del staff.
Guardó los expedientes y expedió el papeleo necesario, dejándolo listo para la mañana siguiente.
Al salir del despacho del jefe de servicio, escuchó voces alteradas desde la oficina general. Se acercó y vio a la doctora Leticia Sánchez, conocida por su mal genio, despotricando contra una
enfermera.
-¿Dónde rayos se metió Jhonny? ¿O Rosa…? ¡Aquí no hay nadie!
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-Doctora, ya es hora de salida. Se marcharon al terminar su turno -explicó la enfermera, algo tímida.
-¡Esto es inaceptable! -Leticia arremetió con fastidio-. ¿Se van sin preguntar si queda algo pendiente? ¡Estos jóvenes de ahora no tienen ni pizca de responsabilidad!
La enfermera murmuró en voz baja que los internos y residentes no perciben remuneración extra, y que se les pasaba pidiendo favores sin fin.
-Pero, ¿qué se supone que haga yo con esto? -continuó Leticia—. Del archivo dicen que en una hora lo necesitan listo. ¡Qué prisa! Además, tengo una cita.
-Doctora Sánchez–intervino la enfermera, disimulando un suspiro-. Según ellos, usted lleva un mes retrasando esos expedientes. Ya le mandaron varias notificaciones.
-¡Ch! -Leticia torció la boca, con ganas de replicar, pero entonces se fijó en Luciana, que pasaba cerca-. ¡Luciana!
-¿Eh?
-¡Llegaste justo a tiempo, Luciana! -soltó con fingida cortesía-. Necesito que me prepares este historial clínico. El archivo lo está pidiendo y tienen prisa.
Luciana arqueó una ceja, conteniéndose para no soltar una réplica hostil: 1
-Doctora Sánchez, no creo que sea lo adecuado. Esta no es mi paciente; no conozco su proceso
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-¿Así que no quieres ayudarme? -interrumpió Leticia, frunciendo el ceño-. Claro, es que al ser la señora de un gran millonario, nadie puede pedirte nada, ¿no? A menos que seas Delio, supongo… ¿O me equivoco? 24
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