Capítulo 486
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Al doblar la esquina, en lugar de volver al departamento de Martina, tomó un autobús directo
al Sanatorio Cerro Verde, donde planeaba visitar a Pedro.
Al llegar, encontró a Balma arreglando la habitación.
-Señora Guzmán, me alegra verla.
-Hola. ¿Dónde está Pedro? -preguntó Luciana, dejando su bolso en una silla.
Balma señaló el dormitorio de Pedro y bajó un poco la voz.
-El doctor Manzano está con él, dándole una sesión de terapia. Es mejor no molestarlos por ahora. ¿Por qué no toma asiento un momento?
-De acuerdo aceptó Luciana, sentándose.
Balma le ofreció un vaso con agua y, mientras tanto, le comentó:
-El estado de Pedro ha mejorado mucho. El doctor Manzano es muy profesional, de verdad.
-Les agradezco lo que hacen por él -respondió Luciana con una ligera sonrisa.
-No es nada; es mi trabajo, señora.
Luciana asintió.
-Esta noche me quedaré con Pedro. Tómate el resto del día libre, Balma. En cuanto termines de ordenar, puedes irte a descansar. Mañana regresas.
-¿Está segura? -Balma se sorprendió.
Claro, cuando Pedro me ve, se aferra a mí y no deja que nadie más lo atienda. Sería un desperdicio que te quedaras sin hacer nada, así que aprovecha y descansa un poco.
-Se lo agradezco, señora Guzmán.
-No hay de qué.
Balma terminó de acomodar todo y se marchó con una sonrisa. Luciana dejó su mochila a un lado y se puso a lavar las fresas que había comprado, listas para ofrecerle a Pedro cuando saliera de su sesión. Ese día parecían estar especialmente dulces.
Poco a poco cayó la tarde y con ella el aire otoñal empezó a sentirse más fresco. A la entrada del sanatorio, se detuvo una camioneta negra. Al abrirse la puerta, Alejandro bajó con paso firme.
-¡Alejandro! -Simón, que lo estaba esperando, corrió hacia él-. Después de verse con
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Ricardo, Luciana vino directo para acá y no ha salido en todo el día.
-Entiendo. Alejandro asintió, encaminándose hacia la puerta principal.
Sin embargo, en la entrada se interpuso el guardia de seguridad:
–Disculpe, señor, pero ya pasó la hora de visitas. Es muy tarde y la mayoría de los pacientes están descansando. Tal vez deba volver mañana.
Alejandro revisó su reloj: faltaba poco para las diez de la noche. Forzar la entrada no era imposible, pero despertaría a Pedro y podría alterarlo. No valía la pena arriesgarse.
Resignado, buscó su teléfono y marcó el número de Luciana. Pasaron varios tonos antes de que ella contestara, con un deje de sueño en su voz:
-¿Hola?
—Luciana, ¿estabas dormida? -preguntó él en tono grave.
-Sí, un poco… ¿Necesitas algo?
-Sí. -Alejandro fue directo-. Estoy aquí afuera, en la puerta del sanatorio. Sal a verme. Te
espero. 2
-¿Ah? -La mente adormilada de Luciana se despejó de golpe-. Ya es muy tarde. Quiero descansar. Mejor hablamos mañana.
¿Mañana? Él no podía esperar tanto. Necesitaba resolver lo de Ricardo de inmediato. Ni siquiera estaba de humor para rogarle. 3
-Tú decides: o sales por tu cuenta o entro yo a sacarte. Solo que, sinceramente, no ando de muy buen humor. No prometo no hacer escándalo ni despertar a Pedro. 2
Era una amenaza, en toda regla.
Luciana se quedó atónita y llena de rabia, pero no podía arriesgarse con Pedro.
-Está bien–cedió con un deje de frustración-. Dame un minuto, ya voy.
-No tardes.
Alejandro cortó la llamada y se apoyó en la puerta de su camioneta. Sacó un encendedor chamuscado y un trozo de lija fina de su bolsillo. Desde aquella vez que el encendedor cayó en el fuego, le había quedado manchado de hollín; poco a poco, lo estaba puliendo de nuevo.
No pasó mucho tiempo antes de que Luciana apareciera en la entrada. Al verla, él guardó todo en el bolsillo y continuó recargado sobre el vehículo.
-Ven–le indicó con un ademán-. Acércate.
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Luciana frunció los labios con disgusto, avanzando con lentitud hasta quedar frente a él.
-¿Qué quieres?
-Dame tu mano -dijo Alejandro, extendiendo la suya.
Ella lo miró desconcertada.
-¿Disculpa?
–
-Te lo repito: -murmuró él, con la mirada fija en sus ojos, acércate y toma mi mano.