Capítulo 490
-Entendido.
Calle del Nopal no quedaba lejos del hospital UCM ni del departamento de Martina. Ricardo entró en el complejo habitacional y estacionó el auto en la parte de abajo. Sacó las maletas y caminó al frente.
-¿Tienes la llave? Yo no tengo copia.
-Si, la traigo -confirmó Luciana.
Subieron y, en cuanto abrió la puerta, Luciana prendió la luz. Esta era apenas su segunda visita, pero todo se notaba distinto: la renovación estaba terminada y el lugar lucía completamente amueblado.
Ricardo dejó el equipaje en la habitación principal y, al salir, le preguntó:
—¿Te gusta cómo quedó?
-Mucho–admitió Luciana con un leve asentimiento.
-Me alegra… —Ricardo suspiró, pero enseguida frunció el ceño y se llevó la mano al estómago.
Luciana notó que su semblante estaba pálido. Él ya venía mal de salud y, además, había estado cargando maletas y subiéndose y bajándose del auto.
-¿Te sientes bien? -preguntó con preocupación.
-Estoy bien, no te asustes
contestó Ricardo con una sonrisa cansada—. Luciana, ¿podrías
traerme un vaso con agua? Necesito tomar mi medicamento.
-Claro,
Ella asintió y fue a la cocina por un vaso de agua.
-Toma.
-Gracias.
Ricardo tomó el vaso, sacó un frasquito de pastillas y se llevó unas cuantas a la boca. Bebió un sorbo largo.
-Tal vez deba sentarme un momento.
Luciana notó lo pálido que estaba y ya no se atrevió a pedirle que se fuera de inmediato.
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-Sí, descansa un poco.
De pronto, el timbre resonó por el departamento. Ambos se miraron sin saber quién podría ser.
-Voy a ver -dijo ella.
Al abrir la puerta, se encontró con Alejandro, de pie, con la postura erguida y un semblante enigmático, donde apenas se ocultaba su disgusto.
Luciana frunció el ceño, pero Alejandro no esperó invitación: dio un paso al frente y entró.
-¡Alejandro! -exclamó ella, intentando detenerlo.
Él no hizo caso. Recorrió el lugar con la mirada hasta toparse con Ricardo, sentado en el sofá, y esbozó una sonrisa irónica.
—Vaya… la remodelación no está mal. ¿Así que planean vivir juntos aquí?
-¿Qué tonterías dices? -soltó Ricardo, indignado.
Luciana dio un paso al frente y lo sujetó del brazo.
-Esta es mi casa, y a ti no te invité a pasar. Te agradecería que te retires.
-¿Tu casa? -repitió Alejandro, sin moverse ni un milímetro-. ¿Tú la compraste? ¿De dónde sacaste el dinero? Ah, claro… fue él quien te la dio, ¿no?
Luciana respiró hondo, harta de su actitud. Lo miró fijamente.
-Sí ¿Y eso qué?
-¿Y eso qué? -Alejandro dejó escapar una risa despectiva, hasta que de pronto alzó la voz–.j Luciana! ¿Se te olvidó que te ofrecí una mansión y no la quisiste? Te di la oportunidad de ser la señora Guzmán, con todo en regla, ¡y tú lo rechazaste! 1
Se volvió hacia Ricardo, señalándolo con enojo.
-¿Y prefieres meterte en este pobre departamento con un viejo?…
¡Paf!
Luciana, temblando de rabia, le propinó una bofetada en plena mejilla. Tenía el rostro blanco como el papel y su cuerpo apenas lograba contener los temblores.
—¡Ya basta! ¡Basta, Alejandro! ¡Sal de mi casa ahora mismo!
Viendo que
él no se movía, gritó aún más:
-¡Te dije que te largues! ¿No me oíste?
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-Luciana… Alejandro apretó los labios, sin intención de irse. También su expresión se había puesto rígida.
De pronto, dirigió la mirada a Ricardo. Él era el culpable. En un par de zancadas se plantó frente a él, lo tomó de la solapa y lo levantó del sofá.
-¡Maldito viejo! ¿Se puede saber qué ganas? Ya te queda poco de vida y aun así te atreves a meter mano donde no debes… ¡con mi esposa, nada menos!
Antes de que terminara de hablar, le asestó un puñetazo que hizo tambalear a Ricardo y lo mandó al piso.
-¡Ah! -gimió Ricardo, sin fuerzas para defenderse. Soltó un quejido y cayó al piso con el cuerpo vencido.
-¡No! —gritó Luciana, corriendo hacia él. Se arrodilló para sostenerlo—. ¿Estás bien? ¿Te lastimaste mucho?
-No… no te preocupes -respondió él, intentando calmarla a pesar de su propio dolor.
Alejandro se quedó como en pausa. Jamás hubiera imaginado que Luciana se mostraría tan angustiada por ese hombre.