Capítulo 496
-Sí… -respondió ella, aún asustada.
Mientras tanto, Mónica no dejaba de gritar descontroladamente:
-¡Señorita Soler, cálmese!
-¡Rápido, necesitamos un sedante!
-¡De acuerdo!
El doctor y la enfermera hicieron todo lo posible para sujetarla, pero ni entre los dos lograban contenerla.
-¡Señorita Soler, por favor, deje de moverse! ¡Va a lastimarse más!
—¡Fue ella…! —Mónica gritaba, señalando a Luciana-. ¡Fue ella quien me hizo esto! ¡Aaaah…!
El médico miró a Luciana con el ceño fruncido:
-¿Qué pasó aquí?
-Eh… —Luciana se quedó perpleja. Ni siquiera entendía por qué Mónica había reaccionado así, ni qué significaba esa acusación de “hacerle daño.”
-¡Que se vaya! ¡Que salga! ¡Aaah! —exclamó Mónica de pronto, presa de otra oleada de agitación.
-Doctora Herrera, será mejor que salga. -El médico se volvió a Luciana-. Vea cómo está la paciente. Su estado es demasiado inestable en este momento. Usted misma, como doctora, sabe lo delicado que es.
-De acuerdo…—asintió Luciana, sin más opción que abandonar la habitación.
Ya en el pasillo, se sentía frustrada. Claramente, no sacaría nada en limpio de Mónica por ahora. ¿Cómo podría saber ella quién era aquel hombre del Hotel Real? ¿Habría otro testigo?
Dentro de la habitación, el personal sanitario administró un sedante que al fin logró calmar a Mónica.
Naturalmente, Simón le comunicó lo sucedido a Alejandro, quien, tras escucharlo en silencio, contestó con serenidad:
-Entiendo… A partir de ahora, no dejes que Luciana vea a Mónica.
-Sí, Alejandro.
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Capítulo 496
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Luego de colgar, Alejandro permaneció unos instantes sumido en sus pensamientos. Aquella noche, de vuelta en Casa Guzmán, encontró a Luciana en el estudio, sentada bajo la lámpara, enfrascada en un libro.
-Luciana, tenemos que hablar.
Ella alzó la vista y con sólo una mirada entendió su estado de ánimo. Estaba molesto.
¿A causa de Mónica, verdad?
–
-Bien dijo ella con una sonrisa irónica-. ¿De qué quieres hablar?
Alejandro buscó las palabras adecuadas.
-Fuiste a ver a Mónica hoy, ¿cierto?
Como se esperaba, era por Mónica.
-Sí–admitió Luciana.
-Luciana… Alejandro frunció el ceño-. Mónica está muy inestable últimamente. Preferiría que no la visites por ahora. Cualquier cosa la altera.
¿Alterarla, ella?
¡Vaya forma de culparla!
Luciana soltó una risa helada.
-Entonces, ¿crees que Mónica se volvió loca esta tarde por mi culpa? ¿Que fui yo quien la alteró?
Alejandro siguió en silencio, mirándola sin decir palabra, pero con un gesto que parecía
corroborar exactamente eso.
<<¿Acaso no es así?», parecían gritar sus ojos.
<<¿De verdad me vas a echar el muerto a mí?»
–
-Ja… La mueca sarcástica de Luciana se hizo más evidente, su mirada se heló como un témpano-. ¡Sí, claro, la alteré! Total, ella me provocó primero, ¿no crees? Tú lo sabes mejor que nadie. ¡La sola existencia de Mónica es ya mi mayor tortura!
—¡Luciana! —increpó Alejandro, sujetándole la mano con fuerza-. ¿No puedes ser razonable? Por más que te lleves mal con Mónica, ¿no te conmueve su estado? Al menos como doctora, podrías mostrar un mínimo de compasión.
-¿Compasión? ¡No la tengo! -espetó ella, con los dientes apretados de rabia. Su mirada ardía
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tanto rencor que parecía que Alejandro fuera su peor enemigo-. Sí, soy así de mezquina y ojalá le pase lo peor. ¡Será mejor que no la dejes sola, porque en cuanto tenga la oportunidad… voy a hacerle daño!
Dicho eso, soltó de un tirón la mano de Alejandro.
-Luciana… Él se quedó en blanco, hasta que fijó la vista en su rostro.
—Alejandro… —repitió ella, levantando la mirada. Sus ojos se llenaban de lágrimas, cada vez más gruesas, hasta que bajó los párpados y éstas rodaron por sus mejillas-. No me hostigues así. Yo también tengo un límite y no sé si, cuando lo supere, podré aguantar…
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