Capítulo 506
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Después de todo, esos secuestradores habían provocado las terribles quemaduras de Mónica, y por ende la brecha que ahora había entre Luciana y él. ¡No podía quedarse de brazos cruzados!
-Entendido.
***
A la mañana siguiente, cuando Luciana bajó, Alejandro seguía en casa, esperándola.
-¿Despertaste? -le dijo, invitándola a sentarse mientras la examinaba con la mirada, preocupado. ¿Te sigue doliendo la cabeza? Amy preparó un caldo de pescado. Tómate una taza para que te repongas.
En ese instante, Amy apareció con el desayuno y, señalando la olla de caldo, comentó:
-El señor Alejandro se levantó muy temprano para pedirme que lo hiciera. Me dijo que anoche bebiste un poco de alcohol y quería ayudarte a reponerte.
-Gracias respondió Luciana, sin dejar claro si hablaba para Amy o para Alejandro.
Mientras ella se disponía a probar el caldo, Alejandro sacó una pequeña caja de su bolsillo y la colocó en la mesa:
—Luciana, esto es para ti.
Ella no dijo nada.
-Es un reloj–explicó Alejandro, frunciendo ligeramente el ceño-. Un regalo por tu nuevo puesto de trabajo.
¿Un reloj? Luciana miró de reojo la cajita y negó con la cabeza.
-No lo quiero.
-¿Por qué no? -replicó él, notoriamente contrariado-. ¿Aún estás molesta por lo de anoche?
-No es eso contestó Luciana-. Seguro que el reloj es carísimo, y yo apenas soy una recién graduada que acaba de entrar a trabajar. Es demasiado lujoso para mí.
-¿Demasiado lujoso? -Alejandro dejó escapar una risa-. Podrás ser principiante, pero tu esposo no lo es…
Dicho esto, abrió la caja y sacó el reloj: un Patek Philippe que hacía juego con el que él llevaba puesto, aunque más pequeño y delicado.
-Es la versión femenina del que uso yo. Un par de relojes a juego.
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Con cuidado, tomó la mano de Luciana para ponérselo, pero ella reaccionó como si la hubiese electrocutado y retiró el brazo de inmediato.
-¡No, no lo quiero! -exclamó con evidente rechazo, como si el reloj fuese un animal peligroso que pudiera morderla.
La expresión de Alejandro se endureció enseguida, claramente descontento.
-Luciana. Póntelo.
-i…!
La mirada de Luciana se congeló un segundo. Vio cómo él fruncía el ceño y repitió, con un tono más imperativo:
-Póntelo. No me hagas enojar.
¿Qué pasaría si se negaba? Se le ocurrió un solo escenario: seguramente él volvería a usar a Pedro para intimidarla.
Ese pensamiento la hizo estremecerse y, con un ligero temblor, accedió con prisa:
-Está bien, me lo pondré… -respondió con voz apagada, tomando torpemente el reloj y abrochándoselo.
-¿Listo? Ya me lo puse -murmuró.
La pulsera de acero resaltaba su muñeca blanca como la porcelana, y Alejandro, satisfecho, asintió.
Sin embargo, Luciana dijo algo que lo descolocó por completo:
-Ya hice lo que querías. Pero por favor, no le hagas daño a Pedro.
Alejandro se quedó helado. ¿De verdad ella pensaba eso? ¿Que sólo cumplía porque temía su hermano?
—Luciana… —musitó, tratando de tomarle la mano para explicarle.
Ella se soltó sin contemplaciones.
-Debo terminar rápido mi desayuno o llegaré tarde.
por
No hizo ningún drama, no alzó la voz ni se quebró, pero logró dejar al hombre con un nudo en el pecho. Estaba claro que la mudanza de Pedro a otro sanatorio le había dejado una herida profunda. Y ésa, no era la relación que Alejandro deseaba.
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Mientras tanto, en la casa de los Herrera, la situación estallaba con una furia inusitada.
-¡Ricardo! -Clara gritaba, fuera de sí-. ¡Dime dónde quedó el dinero! ¿Y la escritura de la casa en Calle del Nopal? ¿Por qué ya no está?
Estaba tan alterada que Ricardo no se veía mucho mejor. Él la miró con los ojos abiertos de par
en par.
-¿Cómo te enteraste de que no está el título de propiedad? ¿Y de que falta dinero? -espetó con incredulidad, para luego soltar una risa amarga—. ¿Te atreviste a revisar mis cuentas? Acaso te metiste a hurgar en mi caja fuerte? ¡Qué valor tienes, Clara!
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