Capítulo 519
-Fernando.
-Luciana -dijo él con una ligera sonrisa, más rápido que ella para saludar-. Cuánto tiempo sin vernos.
—Sí… Ha pasado un buen rato -respondió Luciana, aun sabiendo que, en realidad, no había sido tanto.
Sin embargo, el cambio en Fernando era evidente. Cada vez que lo volvía a encontrar desde que terminaron, lo notaba más delgado. A Luciana se le revolvían las emociones al verlo así; no encontraba palabras para describir ese nudo en la garganta.
-¿Qué haces aquí? -preguntó, tratando de sonar casual.
Fernando se encogió de hombros con la misma sonrisa tranquila de siempre y miró de reojo a
Lorenzo.
-El doctor Lorenzo Manzano es amigo mío, vine a saludarlo, pero ya me voy.
¿De verdad era solo eso? Luciana supuso que había más detrás de su visita, pero decidió no confrontarlo.
-Entonces… ¿te acompaño a la salida?
-Claro aceptó Fernando.
–
Conversaron brevemente mientras salían de la estancia. Luciana notó que él desviaba la mirada de vez en cuando hacia su vientre.
-Te ha crecido bastante comentó, con un matiz de nostalgia en la voz.
-Sí, ya pasé el cuarto mes -respondió Luciana, acariciándose el abdomen-. A partir de ahí, la pancita se me nota más cada día.
-Qué bien… -murmuró Fernando, y luego preguntó-: ¿Estás bien? ¿Él… te trata bien?
Luciana guardó silencio unos instantes y asintió con discreción. Al ver el deterioro evidente de Fernando, prefirió no abrumarlo con sus propios problemas.
Cuando llegaron a la puerta de la estancia, él se detuvo.
–Hasta aquí está bien. Pedro debe salir pronto de su clase, regresa con él.
-De acuerdo…
-Nos vemos.
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-Nos vemos–repitió Luciana.
Se quedó en la entrada, observando cómo Fernando se alejaba cada vez más. Al regresar al interior, Pedro aún no terminaba su lección. Entonces, el doctor Lorenzo la vio y se apresuró a explicarle:
–Disculpa, hoy coincidió que era el día de terapia para Fernando, y yo no podía ausentarme de aquí. Por eso, lo traje para atenderlo en este lugar.
-No te preocupes. —Luciana le sonrió con naturalidad, restándole importancia al asunto. Luego, sin poder contener su inquietud, preguntó-: ¿Podrías contarme un poco sobre él… sobre cómo está Fernando?
Un destello de incomodidad cruzó el rostro de Lorenzo.
-Señora Guzmán… —titubeó-. Usted sabe que no puedo revelarle detalles. Además, por lo que pude notar, Fernando prefiere mantenerlo en reserva. Espero que lo comprenda.
Luciana se sintió decepcionada al ver que su intento no prosperaría.
-Lo entiendo. Disculpa por ponerte en un aprieto.
Mientras se resignaba a no insistir más, Lorenzo agregó:
-Señora Guzmán, si bien no puedo hablarle de su diagnóstico, hay algo que sí debo decirle: Fernando… no está bien. De hecho, está bastante mal. (1
-¿Cómo…? -Luciana sintió un vuelco en el pecho-. ¿Qué tan grave es?
-Lo siento, de verdad no puedo dar más explicaciones -repuso Lorenzo, con sincera preocupación en la mirada-. Ya con esto me he excedido.
-Comprendo. -Luciana asintió, notando cómo un peso enorme parecía hundirle el corazón.
***
Mientras tanto, en la villa de Playa Plateada…
Fernando regresó a su apartamento, sumido en la oscuridad. No encendió la luz principal; apenas pulsó un interruptor para iluminar tenuemente la pared. Tiró el maletín en el sofá de cualquier manera y, con un gesto rápido, aflojó el nudo de su corbata mientras avanzaba hacia el mueble bar. Abrió la puerta del gabinete y sacó una botella de whisky. Sin molestarse en buscar un vaso, giró la tapa y bebió a tragos largos, inclinando la cabeza hacia atrás.
La intensidad del licor se precipitó por sus labios y parte se desbordó por la comisura de la boca, escurriendo por el cuello hasta su ropa. Apenas en unos minutos, se había bebido casi media botella. Se detuvo un segundo para recuperar el aliento y se quitó la corbata, arrojándola
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al piso sin cuidado. Acto seguido, volvió a beber, decidido a no dejar ni una gota.
En poco tiempo, la botella quedó vacía, y Fernando, junto con el aire a su alrededor, quedó impregnado de un denso olor a alcohol. Bajo los efectos de la bebida, su cabeza empezó a dar vueltas y su conciencia se volvió difusa. Finalmente, perdió el equilibrio y se desplomó en el suelo con un golpe sordo. Ni siquiera sintió dolor; se quedó allí, profundamente dormido, sumido en la inconsciencia…