Capítulo 52
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Esta era la primera vez que Luciana publicaba algo desde que se hicieron amigos.
Fernando miró por la ventana. Con el tifón que se anunciaba esa noche, ¿Luciana estaba sola en Pomacollo? Sin pensarlo dos veces, agarró su abrigo, el teléfono y las llaves del auto antes de salir apresuradamente.
-Fernando, ¿a dónde vas?
La voz que lo detuvo era la de su madre, Victoria.
Fernando se detuvo, con un tono cargado de frialdad:
-Ya soy adulto, ¿necesito tu permiso para salir?
-Eso no es lo que quiero decir -respondió Victoria, incómoda-. Solo que… el clima no está bien. Además, esta noche, tu padre invitó a algunos de tus tíos a cenar…
Fernando dejó escapar una risa amarga.
-¿Tíos? Seguro que no faltarán las hijas de ellos también, ¿no?
Desde que había vuelto, su familia no había dejado de organizarle este tipo de cenas. En realidad, eran citas arregladas. Todas esas chicas eran claramente las elecciones meticulosas de Victoria, quienes cumplían con sus estándares para una futura nuera.
Fernando decidió hablar con claridad.
-Deja de organizarme estas cosas. Ninguna de esas chicas que te gustan me interesa. -Dijo, mientras su mano se posaba sin querer sobre su muñeca izquierda-. Y cuando me presiones, piensa si estás lista para perderme para siempre. -Tras decir eso, la dejó atrás y salió por la puerta principal.
–
-Fernando… La voz de Victoria tembló mientras su cuerpo se estremecía y su rostro palidecía. ¡Su hijo aún la odiaba! Desde aquel día en que intervino y obligó a Fernando a romper con Luciana, su hijo la había visto como su enemiga.
Pero, ¿realmente había hecho mal?
***
Pomacollo.
La lluvia se intensificaba, mezclándose con ráfagas de viento que hacían que las ramas de los árboles se sacudieran violentamente. Algunas incluso se rompieron, cayendo en medio del camino. El tifón había llegado. Luciana finalmente había recuperado los manuscritos del
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profesor Delio, pero estaba claro que no podría salir de allí. Esta noche, no tendría más remedio que quedarse en Pomacollo.
-Lo siento, pero debido a la llegada del equipo de filmación, no tenemos habitaciones disponibles -le informó el recepcionista.
Luciana suspiró, dejando caer los hombros con desaliento. Había hecho el check–out. temprano, sin prever que no podría irse. Con el estómago gruñendo de hambre, decidió dirigirse al restaurante. Mientras entraba, casi se estrelló contra la puerta de vidrio, pero una mano se interpuso justo a tiempo para evitarlo.
-¡Ah, gracias! -dijo Luciana, deteniéndose apresuradamente para agradecer.
Alejandro frunció el ceño, claramente molesto.
—¿No miras por dónde caminas? ¿Pensabas atravesar la puerta?
-Jaja -rio Luciana, un poco avergonzada-. El vidrio está tan limpio que pensé que estaba abierto. Sin embargo, su comentario no hizo que el rostro de Alejandro se relajara en lo más
mínimo.
–
-Alex. —Mónica llegó poco después, tomando con familiaridad el brazo de Alejandro—. ¿Has esperado mucho? Estoy muerta de hambre, entremos ya… -Al girar la vista, notó a Luciana como si recién la hubiera visto. Doctora Herrera, ¿también estás aquí?
-Sí -respondió Luciana con un ligero asentimiento, dándose la vuelta para dirigirse al
interior del restaurante.
-¡Espera un momento! -la detuvo Mónica con una sonrisa radiante—. Doctora Herrera, ¿por qué no cenas con nosotros? No tuve oportunidad de agradecerte adecuadamente por cuidar de Alejandro.
-No es necesario…
-Vamos, únete -interrumpió Alejandro, extendiendo la invitación. Al verla tan delgada, decidió que luego le compraría algo nutritivo.
El restaurante era pequeño y no había muchas opciones, así que Luciana decidió no complicarse y aceptó:
-Gracias, entonces.
Al momento de pedir, Luciana examinó el menú durante un buen rato. Alejandro, sentado frente a ella, comenzó a fruncir el ceño cada vez más, preocupado por el tiempo que tardaba en decidirse. ¿No le apetecía nada? Alejandro empezaba a inquietarse.
-Este está bien -dijo finalmente Luciana, entregando el menú al camarero-. Quiero un gran plato de sopa de tortellini, con mucho cilantro y un poco más de aceite picante.
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-Enseguida.
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Al escucharla ordenar, Alejandro suspiró aliviado y esbozó una leve sonrisa.
Mónica, observando la interacción entre ellos, no pudo evitar sentirse desconcertada. ¿Era posible que solo fueran doctora y paciente? Algo no cuadraba.
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