Capítulo 524
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Tomó asiento junto a la cama y revisó de reojo las cifras del monitor. Eran preocupantes.
–Fer… soy yo, Luciana. He venido -susurró con la voz ahogada en llanto.
No obtuvo respuesta, ni siquiera un leve movimiento. Luciana se debatió un momento antes de alargar su mano y rozar, con delicadeza, los dedos de Fernando. Luego se atrevió a sostener su mano con cuidado. Habló de nuevo, esta vez con la voz entrecortada:
-Fer, estoy aquí… vine a verte.
-¿Por qué hiciste esto? ¿Por qué no me dijiste que te sentías tan mal? Soportarlo tú solo… debió ser terriblemente difícil.
Se limpió las lágrimas que brotaban sin control.
-No te rindas, por favor… No te dejes ir. Todo va a mejorar, ¿sí?
–Quédate conmigo… yo estoy aquí, a tu lado, Fer.
Luciana murmuraba en voz baja, sintiéndose impotente. Ella no padecía depresión, y no alcanzaba a comprender cómo podía él hundirse tanto. ¿Qué debía hacer para ayudarlo?
Como doctora, sabía que, pese a su estado, Fernando podía oírla. De pronto, se le ocurrió algo y se levantó para salir.
-¿Luciana? -preguntó Victoria, al verla en la puerta con Diego a su lado. ¿Qué sucede?
Supusieron que ella se marcharía, y en ese momento no querían que se fuera.
-Simón… -llamó Luciana, mirando hacia una esquina del pasillo. Al oír su nombre, Simón se aproximó-. ¿Me necesitabas?
-Sí–asintió ella, hurgando en su bolso hasta sacar una llave-. ¿Conoces la casa de la Calle del Nopal?
-Sí, claro.
—
-Te pido un favor. -Le extendió la llave-. En el estudio, en el mueble de la izquierda al lado del escritorio, hay una bolsa de tela. ¿Podrías traerla por mí?
-Esto… -Simón vaciló. No era que no quisiera hacerle el favor, sino que su prioridad era velar por la seguridad de Luciana. Temía que, si se alejaba, pudiese ocurrir algún imprevisto.
-Tranquilo -dijo Luciana, entendiendo su preocupación. Miró a Victoria y Diego-. Estaré con el señor y la señora Domínguez. Ellos cuidarán de mí.
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Capitulo 524
-¡Por supuesto! –Victoria asintió de inmediato, más colaboradora que nunca-. No te preocupes, si algo sucediera nos encargaríamos de protegerla.
Para Victoria y Diego era claro que si algo le pasaba a Luciana, Fernando estaría acabado.
-Bueno… está bien -aceptó Simón con algo de incertidumbre-. Iré y volveré rápido. Tomó la llave y se apresuró a salir. No pasó mucho tiempo antes de que regresara con un gran saco de tela. El cierre era de cordón, y se notaba que no estaba muy apretado. Desde fuera podían verse… cartas. Parecía un montón de cartas. En estos tiempos, las cartas eran casi una
rareza.
-Aquí tienes, Luciana.
-Gracias–respondió ella, tomando la bolsa y entrando de nuevo a la habitación. Cerró la puerta tras de sí.
En el pasillo, Victoria apretó con fuerza el brazo de Diego.
-¿Qué… qué crees que sea eso?
-¿Qué pasa? ¿Qué viste?
Victoria respiró hondo, hablando en voz baja:
-Alcancé a ver… la letra es de Fernando.
Diego se quedó helado. ¿Serían todas cartas escritas por su hijo para Luciana? ¿Tantas? Quizá habían subestimado la intensidad de los sentimientos de Fernando hacia ella.
Mientras tanto, Luciana se sentó de nuevo junto a la cama, colocando con cuidado la bolsa a su lado. Abrió el cordón con calma. Aquellas cartas las había recibido tiempo atrás, escritas durante los tres años que estuvieron separados. Fernando las enviaba a la casa de los Herrera, pero Mónica las interceptó… (1
Luciana nunca se animó a leerlas. Hasta hoy.
Vertió el contenido en la cama, quedando las misivas esparcidas por la colcha. Tomó una al azar, rasgó el sobre y sacó la hoja. Desdobló el papel con atención y, viendo la caligrafía tan familiar, sus labios se entreabrieron. Comenzó a leer en voz baja, casi en un susurro.
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