Capítulo 549
Al salir de la oficina, Luciana trafa el ceño fruncido, «¿Y ahora qué?» pensó, casi obligada a pedirle un favor a Alejandro que, claramente, no la quería ni ver.
-Luciana -dijo Rosa, que seguía esperando, Cuidado con tu barriga, me parece que ha crecido más.
-Gracias–contestó Luciana con una mueca de cansancio.
-No hay de qué–agregó Rosa con amabilidad. Estaba cumpliendo su promesa de vigilar que Luciana no tuviera sobresaltos, tal como se lo pidió el señor Guzmán. Aun así, captó la preocupación en su rostro. Oye, Luciana, ¿de verdad es cierto que tú y el señor Guzmán… discutieron?
Luciana se quedó un instante en silencio, antes de responder de manera ambigua:
-No exactamente.
Porque, más que una pelea, lo suyo había sido una ruptura total.
-No me lo ocultes insistió Rosa, con el ceño fruncido-. ¿Es por Mónica? Al final, ella no deja de dar lata, sabiendo que él es un hombre casado…
-No es por ella terció Luciana, cortando la perorata de Rosa-, Créeme, los problemas entre él y yo son cosa nuestra; Mónica no tiene realmente nada que ver.
Aunque no tenía la mejor opinión de Mónica, tampoco pensaba culparla de todo. El hecho de que Alejandro pasara tiempo con ella solo dejaba claro que Luciana nunca fue su prioridad.
Rosa parpadeó, sorprendida:
–Vaya, Luciana… eres muy sensata -exclamó, aludiendo a que muy pocas mujeres tolerarían a una “tercera en discordia” sin resentimientos.
–Ya no hablemos de eso -dijo Luciana con un suspiro-. Estoy exhausta. Salgo de turno, así
que me voy,
-Oh… -murmuró Rosa, pensativa-. Así que el señor Guzmán y Luciana de veras discutieron … ¿será posible que…
“¿Acaben divorciándose?», pensó. El simple hecho de considerarlo la hizo ruborizarse y sentir su corazón acelerado.
Luciana, pese a haber terminado su jornada, no se dirigió a su departamento. Tenía que ir a la
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Casa Guzmán, pues no podía contactar a Alejandro de otro modo: él la había bloqueado.
Al llegar, Amy la recibió con gran sorpresa.
-¡Luciana! -exclamó, antes de sonreír con genuina alegría-. ¡Qué bueno que volviste! Anda, dime qué quieres cenar, ite lo preparo ahora mismo!
-No es que… haya regresado -aclaró Luciana con un gesto de desánimo-. Amy, necesito ver a Alejandro. ¿Se encuentra en casa?
–Tú… ¿no vienes a quedarte? -Amy la miró con una mezcla de esperanza y desconcierto.
Luciana negó con la cabeza.
-¿Entonces? Bueno, en cuanto a Alejandro… no, no está. Desde la noche que te fuiste, solo regresó una vez y ya no ha vuelto a quedarse aquí.
-¿En serio? -comentó Luciana, sorprendida. ¿Entonces… dónde vive ahora?
-No tengo idea -respondió Amy, un tanto apenada-. El señor Alejandro no nos informa de
sus asuntos.
Luciana frunció el ceño, reflexionando.
-¿Te importa si lo espero un rato aquí?
-¡Claro que no me importa! -Amy no cabía de gozo, como si fuera una oportunidad para que Luciana regresara-. Anda, siéntate en la sala y descansa, te traeré algo de fruta.
-De verdad, no hace falta… -intentó rehusar Luciana.
-¡Cómo no! -replicó Amy, entusiasmada. Al rato regresó con un plato de fruta-. Mientras tanto, iré a preparar la cena rapidito. ¿Te apetece algo en especial?
Luciana notó que no habría manera de evitarlo, así que optó por pedir algo simple:
–Pues… una sopa de fideos con trocitos de masa, un poco ácida y picante…
-¡Perfecto! -asintió Amy-. Ahora mismo la hago.
–Gracias, Amy.
-¿Gracias de qué? -respondió ella con una sonrisa.
Luciana se sentó en el sofá, comiendo la fruta mientras aguardaba. Sin embargo, para cuando terminó de cenar la sopa, Alejandro seguía sin aparecer. Ya eran casi las once de la noche.
–Luciana, ¿por qué no pasas la noche aquí? -le sugirió Amy-. Hay habitación lista en la planta de arriba.
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No, no es lo adecuado -repuso Luciana, levantándose-. Es demasiado tarde, me voy. Pero, si Alejandro regresa, ¿le podrías decir que necesito hablar con él?
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