Capítulo 557
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Frunció el entrecejo, observándola con profundidad, y de pronto soltó:
-Sobre el tema del trasplante de hígado… ¿Alguna vez le preguntaste a Pedro su opinión?
-¿Qué? -Luciana no esperaba esa pregunta. Enmudeció un par de segundos, luego sonrió con frialdad. Soy su tutora. Me encargo de sus asuntos.
–Tengo entendido que Pedro ya cumplió 14 años. A partir de esa edad, la ley le concede voz propia en ciertas decisiones. Además insistió Alejandro, con ese tono mesurado-, su salud y su condición física son más que aptas para donarle parte del hígado a tu padre, desde el punto de vista fisiológico y psicológico.
Cada palabra resultaba perfectamente lógica… y cada palabra apuntaba a Mónica, a complacerla. Luciana notó la mirada esquiva de Mónica y no pudo evitar soltar una risa amarga. «Alejandro, por la mujer que ama, es capaz de decir cualquier cosa», pensó.
-¿De verdad equiparas los 14 años de Pedro, con el de un adolescente promedio?-contestó Luciana, con un deje de ironía—. Él no entiende de estas cosas, así que mis decisiones son las que cuentan, no las suyas.
-No seas tan obstinada -replicó Alejandro, notándosele cierta impaciencia-. Pedro es un niño muy inteligente; tiene dificultades emocionales, no de razonamiento. ¿Estás tan segura de que si algún día Ricardo muere… y Pedro se entera de que pudo salvarlo, no se culpará?
Al oír esto, Luciana dejó de fingir serenidad. Su sonrisa se desvaneció.
-¿Culparse? -repitió con una mueca fría-. ¿Hablas de “culpa” por
Ricardo?
Miró a Alejandro con ojos desafiantes-. Escucha bien: a lo largo de nuestra vida, seguramente tendremos arrepentimientos y le quedaremos mal a algunas personas, pero Ricardo nunca se va a contar entre ellas.
-No seas tan categórica -insistió Alejandro, entrecerrando los ojos, como si no supiera qué más argumentar-. Eso es lo que tú crees, pero no puedes hablar por Pedro. Además, eres doctora y, para un médico, la vida de cualquiera –sea un héroe o un criminal— tiene el mismo
valor.
Tras esa declaración, reinó un silencio tan denso que parecía romperse con un susurro. Luciana se quedó inmóvil, sin lograr pronunciar réplica alguna. Era como si Alejandro la hubiera empujado al borde de un precipicio donde no podía avanzar ni retroceder.
Sus uñas se clavaron en la palma de la mano, produciéndole un dolor penetrante. Con un susurro cargado de amargura, murmuró:
-¿Tú qué entiendes? ¿Qué sabrás de esto?
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Capitulo 557
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Por un segundo, Alejandro creyó ver el brillo de unas lágrimas en sus ojos. El corazón le dio un vuelco, involuntario. Pero recordando su frialdad hacia él, endureció otra vez su expresión.
-Lo único que hago es sugerir. Al final, la decisión es tuya -zanjó con voz seca.
Luciana no contestó, solo ladeó la cabeza para no mirarlo más.
En cambio, Clara, viendo que se presentaba una ocasión, aprovechó para arremeter:
-¡El señor Guzmán tiene razón! Luciana, Pedro ya no es un bebito. Si actúas de forma tan autoritaria y un día Pedro se entera de que por tu culpa su padre murió… ¡va a odiarte por siempre!
-¡Señora Clara! -exclamó Alejandro con severidad-. Deje de decir sandeces. Ya hablé todo lo que podía. Mónica se siente mal.
Clara se encogió de hombros, fastidiada, y se acercó a Mónica para ayudarla:
-Sí, será mejor que nos vayamos. 1
Rosa, atónita, veía cómo llegaban, armaban un escándalo y se marchaban tan rápido. Sin poder contenerse, miró a Luciana con incredulidad:
-¿Qué diablos pasa con el señor Guzmán? Luciana, ¿por qué no vas tras él?
Luciana, por su parte, se dejó caer en la silla. Tomó de nuevo el tenedor:
-Rosa, ¿vas a comerte tu ramen o no? Porque si no, me lo termino yo… (1)
-¿Qué…? -Rosa abrió los ojos como platos-. ¿Cómo puedes bromear en un momento así? ¡ El señor Guzmán se fue! ¡Ve y búscalo, es tu esposo! 3
Luciana guardó silencio, metió otro bocado, sin mostrar la menor urgencia. Indignada, Rosa salió corriendo. (2
-¡Rosa! -La llamó Luciana, pero ella ignoró el llamado y siguió su camino.
Rosa se detuvo en el área de ascensores, donde Alejandro y Mónica seguían esperando a que el elevador llegara. (30)
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