Capítulo 580
Levantó la voz al final, con un gesto adusto:
-¡Lárgate!
Los ojos de Luisa se abrieron con pánico, reflejando el temor que le producían la furía y la determinación de Alejandro. Murmurando su frustración, dio media vuelta y huyó llorando.
Al irse ella, un silencio incómodo se instaló entre Luciana y Alejandro. Ella apretó los labios y no supo qué decir.
—Luciana, yo… —empezó él, aún ansioso por aclararlo todo-. No es lo que estás pensando. Aquella noche salí con Salvador y los demás a tomar algo…
-No tienes que explicarme nada -lo interrumpió Luciana, agitando las manos con nerviosismo-. Nuestra situación actual no lo amerita.
Después de todo, aunque seguían legalmente casados, sus sentimientos estaban rotos. La vida de Alejandro apuntaba a Mónica, ¿no?
Él la miró fijamente, sin comprender del todo. Tenía el ceño fruncido.
El ambiente se volvió todavía más tenso.
-Ja, ja… —Luciana agitó la mano y soltó una risita forzada-. No soy Mónica, y qué bueno, ¿ no crees? De lo contrario, habrías quedado muy mal parado, ¿cierto?
Al terminar de hablar, la expresión de Alejandro se ensombreció aún más. Luciana sintió un leve malestar en la garganta y tosió para romper el silencio. ¿Tal vez había metido la pata? Definitivamente, no era buena para suavizar tensiones.
-Vamos. Te llevo a casa -dijo él con sequedad, dándole la espalda para encaminarse hacia el
auto.
Luciana suspiró, molesta consigo misma, y se apresuró a seguirlo. Una vez en el vehículo, partieron sin cruzar palabra. Alejandro conducía con semblante serio, sumido en sus propios pensamientos. Su voz sonó muy baja, casi un murmullo:
–“Con la relación que tenemos ahora“… ¿Qué se supone que significa eso?
Fue tan tenue que Luciana no alcanzó a oírlo por completo.
-¿Dijiste algo? -preguntó ella.
Él esbozó una sonrisa irónica, echándole un vistazo de soslayo.
-Me preguntaba si, al menos, podemos considerarnos amigos.
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Luciana se quedó callada uno o dos segundos, pensándolo con franqueza, y al final asintió.
-Si no te importa que intente “alcanzarte“-respondió con sencillez-. Supongo que sí, podemos ser amigos.
Siempre es mejor ganar un amigo que hacer un enemigo, pensó ella. Además, Alejandro acababa de ayudarla mucho; cerrarle las puertas de golpe sería muy desagradecido.
Él soltó una risilla casi inaudible y meneó la cabeza.
-No me molesta para nada.
“Amigos“, se repitió interiormente. Al menos era preferible a la total indiferencia.
Esa noche, Alejandro fue a Serenity Haven, donde Jacobo y Jael estaban jugando billar. Él se sentó en un sofá, encendió un cigarro y se dedicó a fumar en silencio. Al poco rato llegó Salvador, quien se acomodó a su lado. Ni bien apoyó la espalda en el asiento, Alejandro soltó:
-La tal Luisa que intentó perjudicar a Luciana… es la misma a la que le compré un baile aquella
vez.
-¿En serio? -Salvador sonrió con diversión. ¿Luciana se enojó mucho?
Alejandro exhaló una voluta de humo y negó con la cabeza.
-Al contrario… no se molestó.
-Vaya… -murmuró Salvador, sin atreverse a mirarlo directamente. Le dio unas palmaditas en el hombro-. Tranquilo, hombre.
Sabía lo que aquello significaba: si Luciana no se había puesto celosa, tal vez era porque no sentía nada por Alejandro.
El otro dio una calada profunda al cigarrillo.
-¿Crees que me quita el sueño? No es algo que haya descubierto hoy: que no me quiere.
Salvador guardó silencio, adivinando la frustración que realmente lo embargaba.
-Alex–dijo con un tono inusual de seriedad, déjame hacerte una pregunta. Quiero que me la respondas con sinceridad.
-¿Cuál?
-¿Te gusta Luciana? -inquirió Salvador.
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Alejandro soltó un bufido.
-¿Qué clase de pregunta es esa? -respondió con irritación. Era obvio que sentía algo, o no se habría volcado en ayudarla así.
-Bien. Entonces te pregunto algo más añadió Salvador-: ¿La amas?
-¿Qué? -Alejandro se quedó mudo, sorprendido.
Salvador continuó su interrogatorio implacable.
-¿Y qué hay de “Mariposita“? Sabemos que estuviste enamorado de ella por años. Pero hoy, en este momento, ¿sigues amándola? ¿De verdad todavía amas a esa Mariposita que resultó ser Mónica?
