Capítulo 597
Con la licencia médica justificada, Luciana decidió descansar en casa. Ya en el último trimestre de embarazo, debía cuidarse mucho; así que dormir era su mejor remedio. Desde que llegó a su apartamento, comía algo ligero y se dormía otra vez. Incluso al día siguiente estuvo la mayor parte del tiempo descansando, hasta que llegó la tarde y despertó por fin sintiéndose mejor.
Al correr las cortinas, vio que la nevada había parado, pero el paisaje seguía gris, frío y desolado. Sintió un vacío en el estómago y, de pronto, se le antojó un ramen instantáneo. “Por una vez, no pasa nada”, pensó, revisando su refrigerador. Había huevos y vegetales que podía añadirle, así que se dispuso a cocinarlos.
En pleno proceso de preparación, su teléfono sonó. Miró la pantalla: era Alejandro.
-¿Hola?
-¿Estás en el departamento?
-Sí, ¿por qué?
-Estoy aquí abajo. Subo en un momento.
-Ah, está bien -aceptó Luciana. Suponía que venía a hablar de los trámites del divorcio.
Pocos minutos después, sonó el timbre. Ella fue a abrir. Alejandro llevaba un abrigo color camel y una bufanda del mismo tono, que destacaban su porte elegante.
-Pasa–lo invitó. Dio media vuelta para encaminarse a la sala—. No tengo pantuflas grandes, pero con tus calcetines estarás bien; hay calefacción, no hace frío.
Mientras Luciana iba a la cocina por agua, Alejandro se acomodó en el sofá.
-Toma -le ofreció ella, acercándole el vaso-. Está tibia. Tu estómago anda delicado y con este clima tan helado, mejor evita lo frío.
Él se sintió conmovido. Sus labios esbozaron una curva leve.
-¿Te preocupas por mí?
-¿Vas a tomarla o no? -replicó ella, frunciendo el ceño, molesta por su comentario.
Al ver que se enfadaba, Alejandro cedió de inmediato.
-Sí, gracias–dijo, y bebió un sorbo.
Luciana se sentó y fue al grano:
-Viniste a hablar del acuerdo, ¿verdad? ¿Ya lo tienes preparado? -extendió la mano—.
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Déjame revisarlo.
-Ehm… -Alejandro casi se atragantó, sin saber qué decir. Optó por desviar la conversación, olfateando el aire-. ¿Qué es ese olor?
-¿Olor? -Luciana alzó una ceja-. Ah, seguro es el ramen instantáneo. Tienes un olfato muy fino.
-¿Ramen? -repitió Alejandro con el ceño fruncido-. ¿Otra vez comiendo eso?
Recordaba que la última vez que Clara fue a reclamarle algo en el hospital, Luciana también estaba con un tazón de ramen instantáneo. En su mente, pensó: “No sabe cómo cuidarse bien“.
-Si estás embarazada, ¿cómo se te ocurre comer tanta comida chatarra?
-No…
Luciana quiso explicar, pero se contuvo; aquella era apenas la segunda vez que comía ramen durante el embarazo, y justo él tenía que verla de nuevo. Qué mala suerte.
-Levántate -ordenó Alejandro, poniéndose de pie con decisión.
-¿Para qué? -preguntó Luciana, sospechando la respuesta y negándose con la cabeza.
-Para ir a comer algo decente.
Efectivamente, la intención de Alejandro era sacarla a cenar. Pero Luciana torció los labios. Creía que él había venido para tratar lo del divorcio, no para salir a comer. ¿Qué era esto? ¿Una cena de despedida?
-No quiero ir–rechazó ella-. ¿Trajiste el acuerdo de divorcio? Enséñamelo primero.
-No te lo mostraré -replicó Alejandro sin titubear-. Si no aceptas salir a cenar, no hablaremos de ese tema.
Luciana se quedó pasmada. “¿En serio?” pensó. Pero vio la firmeza en su mirada, dándose cuenta de que estaba decidido.
-Bueno… entonces me voy. -Él hizo el ademán de marcharse.
-¡Oye! -Luciana reaccionó rápido, sujetándole la manga del abrigo-. Está bien, iré a comer. ¿Contento?
No le quedaba de otra. “¿Qué más da? Solo es una comida, no veneno“, pensó, encogiéndose de hombros.
-Así me gusta–concedió Alejandro, con un aire satisfecho-. Ve a cambiarte de ropa. Abrígate bien; hace frío afuera.
—Sí, papá… —murmuró Luciana rodando los ojos. ¿Qué, Mónica no se queja de lo mandón que eres?
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Al escucharla pronunciar el nombre de Mónica, la sonrisa de Alejandro se congeló. ¿Por qué tenía que mencionarla justo ahora?
Aun así, Luciana fue a ponerse otra ropa. Cuando salió, llevaba el abrigo acolchado que él mismo había comprado durante su estancia en Reeton. Era de una reconocida marca canadiense, muy cálido. A Alejandro se le escapó una ligera sonrisa al verla así.
-Vámonos -dijo él.
-De acuerdo.
Se encaminaron a “Áurea Restaurante“. Para complacer el gusto de Luciana, Alejandro pidió una mesa repleta de platos que sabía que le encantaban. (14)
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