Capítulo 607
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Era la primera vez que Martina besaba a alguien. Con los ojos muy abiertos, olvidó por completo cómo respirar, como si el cerebro se le hubiera puesto en blanco.
Salvador terminó el beso rápido, pero conservó las manos firmes, apoyando su frente contra la de ella. Respiraba con fuerza, sonando agitado y molesto.
-¿Dormiste con él? -soltó entre dientes.
-¿Eh? -Martina entendió las palabras, pero su cerebro no podía procesarlas tras la conmoción. No supo responder.
-Te estoy preguntando -repitió Salvador, apretando un poco más su mandíbula, mirándola con furia—. ¿Acaso dormiste con Vicente? ¿Fue anoche… o llevan tiempo durmiendo juntos?
Solo entonces Martina recobró la consciencia. Sentía una mezcla de vergüenza infinita y una ira incontenible. Con un impulso irrefrenable, alzó la mano y le propinó a Salvador una bofetada sonora.
-¡¿Quién demonios te crees…?! -exclamó con los ojos llenos de lágrimas, que rodaban como pequeñas perlas-. ¡Eres un maldito pervertido!
Trastornada, comenzó a forcejear con las puertas de nuevo.
-¡Ábranme! ¡Quiero bajarme! ¡Bájenme aquí mismo!
El chofer no se movió; sin una orden de Salvador, no podía arriesgarse a abrir la puerta.
-¡Martina! -Salvador intentó calmarla, temiendo que se lastimara-. Por favor, tranquila… no te hieras. Déjame revisar si te lastimaste…
-¡No me toques! ¡No te me acerques! -gritó ella con más fuerza, aterrada. Quería bajar a toda costa, aunque eso significara patear la puerta hasta romperla.
El chofer, mirando por el espejo retrovisor, dudó si debía intervenir y susurró:
-Señor Morán… ¿abro la puerta?
Salvador frunció el ceño, sintiéndose en un aprieto. Observó el estado de pánico de Martina por fin cedió:
y
-Ábrela.
Apenas el seguro cedió, Martina descargó otra patada y la portezuela se abrió. Entonces se zafó de los brazos de Salvador y se lanzó fuera del auto, tropezando casi al caer.
-¡Martina! Salvador reaccionó asustado, intentando ayudarla.
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Capítulo 607
-¡Ni se te ocurra! -lo detuvo ella con un ademán desesperado. Aún llorando, se alejó corriendo, como si él fuera una plaga.
Salvador entrecerró los ojos, sintiendo una mezcla de frustración y lástima.
-¿Soy un virus, o qué? -murmuró con ironía, mirando de reojo a Manuel Pérez, quien iba en el asiento delantero.
Manuel no se atrevió a responder; desde la perspectiva de la chica, Salvador sí estaba actuando como un peligro.
***
Mientras tanto, en el coche de adelante, Luciana mantenía la espalda rígida y las manos fuertemente unidas. Sentía la ira de Alejandro irradiando, y temía que fuera a tomar represalias contra Pedro, así que intentaba no hacer ningún movimiento brusco.
-¿A dónde, Alex? -preguntó Juan desde el puesto del conductor.
-A casa. -respondió él con tono cortante.
Luciana reaccionó de inmediato:
—No. ¡Yo no voy a Casa Guzmán! —protestó. Si hasta el abuelo estaba de acuerdo en que se divorciaran, ¿por qué insistía en llevarla allá?
—Luciana… —él pronunció su nombre con una mezcla de exasperación y enojo-. Estoy muy molesto ahora mismo. Te aconsejo que no me lleves la contraria.
-¿Estás furioso porque escapé con Pedro y no lograste tu objetivo? ¿Será que no podrás darle a Mónica el hígado que necesita? –La mirada de Luciana era filosa, taladrándole el pecho—. Escucha, Alejandro: aunque me encuentres, no podrás obligarme a firmar nada. Mientras yo no lo autorice, Pedro jamás subirá a la mesa de operaciones.
-Luciana… Un amago de sonrisa amarga cruzó los labios de Alejandro-. Jamás quise hacerle daño a Pedro.
-¿Ah, no? -replicó ella con sarcasmo-. ¿Por eso me suspendiste del trabajo? ¿Por eso me atrapaste?
-¿Habrías huido si no? -inquirió él, cansado-. Hazme caso: deja el empleo por un tiempo, descansa en casa. Te doy mi palabra de que nadie tocará a Pedro.
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