Mi multimillonario 610

Capítulo 610 

Había varios platos, todos en porciones pequeñas, lo justo para que pudiera probar cada uno sin sentirse demasiado llena. 

Con solo probar el primer bocado, supo que era la sazón de Amy. Hacía un tiempo que no comía su comida y la había extrañado bastante, así que disfrutó cada bocado con evidente placer. Aunque estaba disgustada con Alejandro, jamás se privaba de comer bien. No veía la necesidad de castigarse a sí misma por un enojo pasajero. 

Alejandro le sonrió casi imperceptiblemente; admiraba ese rasgo en Luciana. 

Al terminar, ella se limpió la boca y él le alcanzó un vaso de agua. 

-¿Quedaste satisfecha? 

-Sí. 

Luciana bebió un par de sorbos y entonces lo miró de frente, con gesto serio. 

-Con respecto a lo que me dijiste hace un rato… no te creo ni una sola palabra. 

-Luciana… 

-No importa si lo haces por Mónica o no… —dijo con frialdad. Esta noche, cuando salgas de aquí, no vuelvas. Ahora vete, necesito darme un baño y dormir. Cuando te marches, hazme el favor de asegurar la puerta. Gracias. 2 

Se apoyó en la mesa para levantarse con lentitud. 

—Luciana… 

Alejandro quiso ayudarla, pero ella se apartó y se metió directamente a la habitación. Él se quedó recogiendo los platos y tardó un poco más. Para cuando entró al cuarto, Luciana ya estaba en el baño, con el agua de la ducha corriendo a todo volumen. 

Se acercó a la puerta de cristal y tocó con suavidad. 

-Luciana. 

No recibió respuesta. 

-Termina rápido y descansa. Tengo que pasar a ver al abuelo, así 

que me voy. 

Ninguna reacción desde dentro. Alejandro suspiró, se frotó el entrecejo y dio media vuelta para marcharse. 

Mientras tanto, bajo el chorro de agua, Luciana tenía la cabeza alzada, los ojos cerrados. Sentía 

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Capítulo 610 

el agua tibia cayendo sobre su rostro y se restregó la cara con fuerza, queriendo sacudirse cualquier pensamiento. Esa noche, sin duda, iba a costarle conciliar el sueño. 

*** 

A la mañana siguiente, la despertó el timbre de la puerta. Abrió los ojos con un humor terrible: se había dormido tardísimo y no había descansado lo suficiente. Al abrir la puerta y reconocer al visitante, su enojo se intensificó. 

-¿No te dije que no volvieras? 

Alejandro, sosteniendo varias bolsas, conocía demasiado bien el genio de Luciana. Sabía que cuando dormía lo suficiente, simplemente guardaba silencio y mostraba una cara de pocos amigos. Pero si no había descansado bien, podía esperar un temperamento explosivo. 

-¿No descansaste bien? 

– 

Descarado, entró como si nada y se cambió los zapatos por unas sandalias de estar en casa. 

-Ya que estás despierta, ven a comer algo. Así luego puedes seguir durmiendo. 

Él quería verla relajada, comiendo, descansando. Esa era su manera de cuidarla. Luciana, por su parte, se dejó caer en el sofá, inflando las mejillas en señal de fastidio. 

Al notar que solo llevaba puesta la bata de dormir, Alejandro se preocupó de que pudiera tener frío. 

– 

-¿Por qué no tomaste una chaqueta o un chal? Voy por él a la habitación. 

Y sin esperar respuesta, desapareció tras la puerta. Luciana negó con la cabeza con cierta ironía. ¿De verdad pensaba quedarse ahí a toda costa? 

Al cabo de un momento, él regresó. 

-¡Luciana! 

Ella se sorprendió al oírlo tan irritado. ¿Y ahora por qué estaba enojado él? No era su culpa que fuera a buscarle algo para cubrirse. 

Con el ceño fruncido, Alejandro se acercó: 

-¿Qué estuviste haciendo anoche? 

-¿Eh? -Luciana parpadeó, perpleja-. ¿A qué te refieres? ¿Tanto lío por algo que hice? 

-Hmph -él soltó un leve gruñido sarcástico-. ¿No sabes de qué hablo? Entonces, ¿qué eran todas esas cosas que había en tu cama? 

-¿“Cosas“? ¿Te refieres… a los libros? -recordó Luciana. Por la noche no pudo conciliar el 

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sueño y terminó rodeada de manuales y apuntes. Pero ¿qué tenía de malo? 

-¡Exacto! -replicó Alejandro con enojo evidente, al punto de que una vena se marcaba en su frente. Sin embargo, en medio de su molestia, le colocó una mantita sobre los hombros. ¿ Cómo que te quedas hasta tan tarde revisando libros? Queda prohibido hasta que nazca el bebé. Y si te atreves a hacerlo de nuevo, ¿quieres que los queme todos?