Capítulo 616
-¡Luciana! -Alejandro frunció el ceño y le apretó la mano sin darse cuenta de que usaba más fuerza de la debida-. Ahora mismo estoy hablando de ti.
-Bien, hablemos de mí -replicó Luciana, alzando las cejas con sarcasmo-. ¿De verdad piensas que soy una niña ingenua a la que puedes deslumbrar con unas cuantas palabras bonitas para que corra a tus brazos?
-No, nunca lo pensé así. -Con un nudo en el pecho, Alejandro negó con la cabeza-. Estoy dispuesto a esforzarme… a conquistarte de verdad.
-¡Basta! —exclamó Luciana sin titubear, con la mirada firme-. ¡No lo acepto!
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El ambiente quedó en silencio y sus miradas chocaron. Por un momento, Alejandro solo la contempló con sus ojos oscuros, hasta que soltó una risa breve.
-Me lo imaginaba… pero debes entender algo, Luciana: que yo sienta algo por ti no lo decides tú… ni siquiera yo puedo evitarlo.
Acercó el ramo de rosas hasta casi rozar el rostro de ella.
-Las enviaron en vuelo especial desde Bulgaria. ¿Te gustan?
Luciana ni siquiera las miró. Se debatía entre la indignación y lo absurdo.
-¿Te parece que estoy para fijarme en flores? ¡No me gustan!
Al oírla, Alejandro frunció el entrecejo. Quizá se estaba molestando, pensó Luciana, y rogó porque tomara sus cosas y se marchara de una buena vez.
-¿No te gustan las rosas? -repitió él en voz baja-. Entendido, traeré otras la próxima vez.
-¿Cómo…? -Luciana se quedó atónita. Ni de lejos quería decirle eso.
-Ten. -Alejandro giró sobre sí mismo y le pasó el ramo a Martina, que esperaba en silencio –. Por favor, ponlas en agua para Luciana.
Oh… sí. -Martina tomó las rosas, casi por reflejo.
Luego él miró a Luciana.
-Me voy. No te desveles, ¿de acuerdo? Descansa.
Luciana desvió la cara, negándose a verlo. Esperó hasta que el eco de sus pasos desapareció pasillo abajo.
Ya se fue -musitó Martina.
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-Sí. -Luciana trató de tranquilizarse y sonrió con cierta ironía-. No le hagas caso; esto fue totalmente absurdo. Vamos, entremos.
Sacó las llaves y abrió la puerta.
-De acuerdo. -Martina entró detrás de ella, aún sosteniendo el enorme ramo.
Luciana le dirigió una mirada de reojo y Martina, nerviosa, preguntó:
-¿Lo tiro?
-Haz lo que quieras.
-Vale. -Pese a ello, no se atrevió a botarlas. Buscó un florero vacío, lo llenó de agua y colocó las rosas con cuidado.
Se dio cuenta de que Luciana la miraba con recelo y se excusó, sonriendo:
-Las flores no tienen la culpa… están hermosas, todavía llevan gotas de rocío. Imagínate, ¡ llegaron hasta acá en avión desde Bulgaria!
–
-Si te gustan, déjalas ahí. Luciana encogió los hombros, restándole importancia. Después de todo, era solo un ramo de flores.
Las dos se recargaron en el sofá, cabeza con cabeza. Martina rompió el silencio:
-Dijo que le gustas. ¿Qué piensas de eso?
-Lo que pienso ya se lo dije. -Luciana suspiró con desgano.
—Ajá… —Martina ladeó el rostro para mirarla. ¿Y qué harás si aparece de nuevo?
Luciana entornó los ojos.
-Si vuelve, lo vuelvo a echar.
-Ya veo. Pero dime, ¿no le crees eso de que le gustas, o no quieres aceptarlo?
—¿Eh? —Luciana parpadeó, confundida—. ¿Hay diferencia?
—¡Claro! Piénsalo bien. —Martina le dio unos golpecitos cariñosos en el hombro y se levantó
–. Voy a darme un baño. Luego te toca a ti.
–
-Ok. -Luciana desvió la mirada hacia las rosas. Su intenso color escarlata era casi cegador.
Alargó la mano para rozar sus pétalos frescos, dejando escapar un murmullo:
-¿Realmente me gustan?
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La verdad era que aún no había procesado lo ocurrido. La confesión de Alejandro había llegado tan de golpe que se sentía empalagosa e imposible de digerir… casi como un pastel crudo.
-¿De verdad pasó todo esto? -murmuró, desconcertada, preguntándose si aquella escena había sido real o un espejismo.
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