Capítulo 618
-Gracias contestó Luciana.
-A sus órdenes.
Pedro miró las diferentes secciones del frutero y señaló una en particular.
-Esa mandarina es muy dulce.
-¿Sí? -Luciana le sonrió-. ¿Ya la probaste?
-Ajá. Él asintió. Me la trajo mi tío.
La sonrisa de Luciana se congeló al instante. El “tío” de Pedro solo podía ser Ricardo.
-¿Vino a verte?
-Sí–confirmó Pedro-. Ayer por la tarde.
Así que había estado allí apenas al salir del hospital… ¿Lo hizo por mera apariencia, o de verdad
le importaba Pedro? Luciana sintió un nudo de emociones contradictorias.
-Hermana dijo Pedro, con un dejo de timidez-. ¿Está mejor mi tío?
El corazón de Luciana latió con fuerza.
-¿Por qué lo preguntas?
-Él mismo lo mencionó -explicó el chico-. Me dijo que no había podido visitarme en un buen tiempo porque estaba enfermo.
El pulso de Luciana se aceleró aún más. ¿Para qué le contaría eso a Pedro?
-¿Te dijo de qué estaba enfermo?
-Sí. -Pedro asintió.
-¿En serio? -La voz de Luciana tembló-. ¿Qué enfermedad le contó que tenía?
-Que había tenido gripe.
¿Gripe? Luciana dejó escapar un suspiro de alivio. Por suerte, Ricardo no le había dicho nada más comprometedor.
-Hermana -repitió Pedro-. Creo que fue una gripe fuerte, porque ayer se veía un poco pálido.
Había en su rostro cierta preocupación genuina.
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Capitulo 618
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-¿Te cae bien tu tío? quiso saber Luciana con suavidad.
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-¿“Bien“? -Pedro se quedó pensando. No lo sé, pero no me molesta… Él me trae regalos, me visita y juega conmigo.
¡Caramba! Aquello le dolió a Luciana. Para Pedro, que era tan reservado, no sentir rechazo hacia alguien ya era mucho. ¿Qué pasaría si Ricardo se enteraba de que Pedro, de algún modo, le estaba tomando afecto? ¿Se alegraría? Después de tantos años de abandono y silencio… Y, sin embargo, un par de visitas bastaban para que Pedro se sintiera tranquilo con él.
Luciana se quedó todo el día en la Estancia Bosque del Verano. Mientras Pedro tomaba sus clases, ella descansaba en la habitación, esperando a que terminara. No se fue hasta la noche, luego de cenar con él.
Cuando pasaban de las siete, la nieve volvió a caer. A lo largo de la entrada principal, una hilera de faroles iluminaba el camino, y debajo de una de esas luces se veía estacionado un Bentley. Luciana lo distinguió desde lejos. Luego, la puerta del auto se abrió y Alejandro bajó, abriendo un paraguas mientras se acercaba hacia ella.
Luciana decidió quedarse quieta en el mismo lugar, sin moverse.
-Luciana.
Alejandro se detuvo a su lado y colocó el paraguas sobre su cabeza. Con la otra mano, se quitó la bufanda y se la acomodó a Luciana alrededor del cuello.
-¿Tienes frío?
-Estoy bien.
Aunque Luciana no se resistió, tampoco dio señal de aceptar el gesto. Pensó que armar un alboroto frente a la puerta de un centro de rehabilitación no se vería nada bien. Terminó de acomodarle la bufanda y, de inmediato, Alejandro sujetó su mano.
-Vamos, antes de que la nevada empeore y sea difícil manejar.
Ella se quedó inmóvil, observándolo fijamente.
-¿Pasa algo? -preguntó él, inclinando un poco la cabeza hacia ella.
Luciana dejó escapar un ligero suspiro.
-Alejandro, ¿qué más tengo que hacer o decir para que me dejes en paz?
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