Capítulo 620
-¡Alejandro Guzmán!
-Está bien, ya entendí. Él alzó ambas manos en señal de rendición-. Te prometo que me voy cuando termines de ducharte y te acuestes. El baño está resbaloso y prefiero quedarme para asegurarme de que no te pase nada.
¡Qué atento!
Luciana, molesta, se giró con un movimiento brusco y se metió a la habitación.
No pasó mucho tiempo antes de que, al salir de la ducha, se encontrara a Alejandro esperando con una toalla limpia. Sin darle oportunidad de replicar, él se adelantó:
-Deja que te seque el cabello y me voy. Si mantienes los brazos arriba tanto rato, te agotas.
-Tch. Luciana lo miró con frialdad-. ¿Sabes qué? Pareces un chicle.
Se refería a que se le estaba pegando demasiado, imposible de sacudir.
-Ajá. —Alejandro no se dio por ofendido, esbozó una sonrisa. Me encanta esa clase de elogios.
Luciana arqueó las cejas con expresión incrédula.
-¿Elogio?
—Anda, ven. Te seco el pelo y así puedes dormir.
Luciana cerró los ojos y optó por ignorarlo, resignándose a que hiciera lo que quisiera.
Los días transcurrieron de la misma manera. Alejandro “checaba” con ella dos veces al día. Por las mañanas llegaba con el desayuno; si no podía ir a mediodía, pedía a Simón que le llevara la comida a casa. Por las noches, a veces llegaba temprano y cenaban juntos; otras, se presentaba más tarde y compartía con ella una merienda ligera. Siempre esperaba a que Luciana se bañara y ofrecía secarle el cabello.
Luciana intentó mil veces echarlo, hablar con él o ignorarlo, pero nada funcionaba.
Aquella mañana, Luciana fue al hospital anexo, donde se realizaba una asamblea para los nuevos empleados. Había sido una de las internas más sobresalientes, así que era imprescindible su asistencia. Allí se encontró con Jhonny.
-¡Luciana! la saludó con entusiasmo.
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-¿Jhonny? -exclamó ella, contenta de verlo-. ¿Te quedaste a trabajar en el hospital? ¿Por qué no me habías contado nada? ¡Si estábamos en la misma área!
-Me daba un poco de pena–contestó él, rascándose la nuca-. Solo tengo plaza temporal por la licenciatura, nada que ver con lo tuyo.
-¿Por qué dices eso? -Luciana sabía que, en ese entorno, conseguir quedarse con solo el título de licenciatura era un gran logro-. Lo importante es que vas avanzando.
-Además, acabo de hacer el examen para la especialidad -agregó Jhonny-. Creo que me fue bien.
-¡Felicidades! -sonrió Luciana-. Así podremos seguir siendo compañeros, además de excompañeros de clase.
—Sí… gracias…
-¡Oigan, Jhonny, Luciana! -varios antiguos compañeros que también permanecían en el hospital se acercaron con risas-. ¿Así que ustedes también se quedan? ¡Genial!
-Estamos organizando una reunión navideña–comentó uno de ellos. ¿Se apuntan?
-¡Claro! -respondió otro-. Ya saben lo complicado que es vernos después de graduarnos.
-Jhonny, Luciana? ¿Qué dicen?
Jhonny lo pensó unos segundos y asintió.
-Por mí, ningún problema.
Luciana, que de momento no estaba trabajando, lo tuvo claro de inmediato.
-Yo menos. Cuenten conmigo.
-¡Excelente! Estén atentos al aviso en el grupo. Ahí pondremos fecha y lugar.
-Ok, entendido.
Una vez terminada la asamblea, Luciana salió caminando con tranquilidad. Como no estaba en activo, aprovecharía para ejercitarse un poco. Al pasar junto a una cafetería de postres y bebidas, se antojó de un pudín de leche (o “doble crema“), así que se metió a la fila. No había demasiada gente, por lo que pronto solo tenía a una persona delante.
Sin embargo, aquel cliente no decía nada.
-Señor, ¿qué desea? –preguntó con paciencia la empleada, mostrándole el menú.
-Eh… -El hombre se veía incómodo, hacía gestos con las manos, como si no supiera
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expresarse.
Luciana alzó la vista para fijarse en él. Era un hombre muy atractivo.
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