Capítulo 263
Era una imagen vibrante, llena de juventud y energía. La sonrisa en el rostro irradiaba una vitalidad contagiosa.
Era su madre, Lucy.
Luciana reconoció la foto. La había visto antes en la billetera de Ricardo. Pero esta parecía diferente, más reciente, recién impresa.
Sostenía la billetera con una mezcla de emociones difíciles de explicar. Sabía que Ricardo amaba profundamente a Lucy.
Lo que no entendía era cómo alguien que decía amar tanto a su madre podía haberle sido infiel en su momento.
Además, la gente solía decir que cuando amas a alguien, también amas lo que viene con esa persona. Si tanto quería a Lucy, ¿por qué había sido tan cruel con ella y Pedro?
Demasiadas cosas no tenían sentido.
En la calle, Ricardo llegó conduciendo. Luciana, disimuladamente, cerró la billetera y la guardó de nuevo en el bolsillo de su saco.
-Luciana, sube al auto.
-Sí, está bien.
Después de eso, no fueron a ningún lado más. Ambos tenían cosas que hacer por la tarde, así que Ricardo llevó a Luciana de regreso al departamento de Martina.
***
En el departamento de Martina.
En el interior de un Bentley Mulsanne estacionado frente al edificio, Alejandro sostenía el volante mientras echaba miradas furtivas a la caja de pastel que estaba a su lado.
<<<Maldita sea. Esto no tiene remedio.>>>
Después de mucho pensarlo, había terminado yendo al restaurante Caracola para ordenar un pastel.
Y ahora, ahí estaba, esperando frente al edificio, con el pastel listo para entregárselo a Luciana.
Pero dudaba. ¿Debería llevárselo o no?
Tras una lucha interna, finalmente soltó el volante. Por supuesto que debía entregárselo.
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No era solo un capricho. Había arruinado su pastel anterior, y lo mínimo que podía hacer era reponerlo.
Sí, eso era.
Bajo del auto con la caja y se dirigió al edificio.
***
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Luciana salió del auto, seguida por Ricardo. 1
-No te preocupes, puedo subir sola.
-¿Sola? ¿Cómo vas a cargar esto sola? -Ricardo negó con la cabeza, mientras sacaba del asiento trasero dos pilas de reportes de laboratorio. En su camino, habían pasado por la UCM para recogerlos. Era el trabajo pendiente de Luciana.
-Es demasiado, no puedes cargarlo todo.
Ante su insistencia, Luciana no discutió más.
-Está bien, gracias.
Subieron uno detrás del otro.
El departamento de Martina estaba en un edificio viejo, sin elevador. Muchas de las luces del pasillo estaban quemadas, así que el lugar estaba mal iluminado. El departamento quedaba en el tercer piso, al fondo del pasillo. Era la unidad más pequeña y la más barata.
Martina no estaba; había salido a comer. Fue Luciana quien abrió la puerta. Ricardo entró tras ella, dejando los reportes sobre una mesa mientras echaba un vistazo alrededor.
Era un departamento para una sola persona, con solo una cama. Por suerte, era lo suficientemente grande como para que dos chicas pudieran compartirla sin problemas. El lugar era antiguo, pero estaba impecablemente limpio y ordenado. Más que nada, lo que había por todos lados eran libros. Normal, considerando que ambas eran universitarias preparándose para exámenes importantes.
Ricardo permanecía de pie, mirando alrededor, hasta que Luciana carraspeó para llamar su
atención.
-¿Quieres un vaso de agua?
-No, no es necesario -respondió Ricardo, volviendo en sí y fijando la mirada en su hija—. ¿ Te resulta cómodo vivir aquí?
-Sí–contestó Luciana, mientras dejaba su mochila sobre la mesa. No tenía intención de entrar en detalles. Está bien. Sobre todo porque Martina es muy buena conmigo, me cuida
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mucho.
Aunque pagaba la mitad del alquiler y los servicios, no cualquiera aceptaría compartir su espacio personal tan fácilmente.
-Ya veo–Ricardo suspiró-. Algún día, tengo que invitarla a cenar para agradecerle.
Miró su reloj. Aún tenía pendientes por la tarde, así que se apresuró.
-Bueno, me voy.
-De acuerdo.
Padre e hija salieron juntos del departamento. Luciana lo acompañó hasta la puerta.
-Ya está, yo bajo solo. No necesitas acompañarme más —dijo Ricardo, agitando la mano antes de girar y marcharse.
Luciana se quedó ahí, observándolo, hasta que desapareció al doblar por las escaleras.
Se dio la vuelta para regresar al departamento, pero al hacerlo, soltó un grito.
-¡Ah!
Se llevó la mano al pecho, sobresaltada.
—¡Alejandro! ¿Eres un fantasma o qué? ¡No haces ni un ruido!