Capítulo 631
La lógica de Alejandro parecía tener sentido, pero Luciana lo escuchó con un gesto desapasionado. Guardó silencio por unos segundos, como si dudara antes de hablar. Él lo notó y le espetó:
-Si tienes algo que decir, dilo.
-De acuerdo -respondió ella, dejando a un lado toda reserva. La verdad era que no le gustaba mencionar a Mónica, porque siempre quedaba la sensación de que estaba celosa o algo parecido. Pero él mismo había sacado el tema.
-Creo que no entiendes el punto. Desde que decidimos divorciarnos, no me importa si sigues o no atado a Mónica, si aún te queda algún sentimiento por ella o si quieren continuar con su historia.
Alejandro dejó de respirar por un instante. En su mirada se reflejó una oscuridad inquietante, cargada de furía contenida. Pero Luciana no había terminado.
No lo comprendo, en serio. Tú mismo dijiste que la amabas, así que ahí está tu oportunidad para recuperar lo que tenían. ¿Por qué no la aprovechas?
-¡No!-Alejandro negó con firmeza, sin pensarlo un segundo-. Jamás he pretendido eso.
-Sé que antes no lo habías considerado -replicó ella con un suspiro, como si estuviera hablando con un niño testarudo-. Alejandro, eres un hombre con mucha ética y no serías capaz de traicionar tu matrimonio. Pero las cosas cambiaron. Antes tu abuelo no aceptaba, y ahora él mismo ha dado su visto bueno.
Con una mirada algo melancólica, agregó:
-Ahora ya puedes planteártelo.
Luciana recordaba perfectamente esas noches cuando Alejandro, obligado a casarse con ella, solía emborracharse para calmar su frustración. Por muy forzado que se hubiera sentido ante la boda, ella sabía cuánto le dolía separarse de Mónica.
Tras sus palabras, se quedó observándolo fijamente. Dentro del coche se hizo un silencio pesado, El brillo en los ojos de Alejandro titilaba con rabia contenida, al tiempo que esbozaba una sonrisa amarga. Al final, la conclusión de todo era que Luciana no confiaba en él. Sí, en un inicio se habían casado por insistencia de su abuelo. Pero el acercamiento, ese deseo de tenerla a su lado, era algo que él había decidido por su propia voluntad.
“Algún día… te haré creer en mí”, se dijo Alejandro para sus adentros.
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Capitulo 631
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Aquel día, la discusión con Alejandro terminó en un desencuentro total. Durante los siguientes dos días, él no apareció por ningún lado. Luciana pensó, en silencio, que al parecer sus palabras finalmente habían surtido efecto. Así estaba bien, se dijo, aunque no podía evitar sentir una repentina sensación de soledad cada vez que se quedaba completamente quieta y sin compañía.
Fue en ese estado de aburrimiento que llegó la fecha de la reunión de excompañeros. Para asistir, Luciana se dio el gusto de maquillarse ligeramente, algo poco habitual en ella. Justo cuando estaba por salir, recibió una llamada.
-Hola, señor Enzo Hernández… Sí, ya casi estoy lista. Perfecto, nos vemos pronto.
Al colgar, se levantó, cambió de atuendo y tomó su bolsa antes de abandonar el departamento. Ese día, aunque no nevaba, hacía un viento helado y seco. Al bajar las escaleras, no vio el auto del señor Enzo por ningún lado.
Enzo Hernández era el hombre de mediana edad, de aspecto atractivo, a quien Luciana había conocido en una tienda de té. Él hablaba algo de francés, y ella se había ofrecido a ayudarlo a encontrar un traductor. Precisamente, la reunión de antiguos alumnos de Luciana se llevaría a cabo en Macroplaza, y la persona que podía traducir para Enzo una compañera del área de idiomas también se reuniría allá con su propio grupo. Por ello, Luciana quedó en presentársela y, ya que Enzo tenía coche, él se ofreció a pasar por ella
ella para
Mientras Luciana seguía mirando en todas direcciones, al fin lo vio llegar.
llevarla.
-¡Por aquí! -llamó Enzo, tras bajarse del auto en la acera de enfrente. Con una sonrisa, avanzó a paso rápido hacia ella.
Observó un segundo su vientre y le dijo con cortesía:
-Hay algunos tramos con hielo sin derretir. Déjame ayudarte para que no vayas a resbalar.
Luciana, consciente del riesgo, no se negó.
-Te lo agradezco, señor Enzo.
-Disculpame si soy demasiado atrevido añadió él, sosteniéndola suavemente del brazo—.
Vamos…
-¡Luciana!
Apenas había dado un paso cuando escuchó un grito furioso. Alejandro surgió de pronto, cruzando la calle con el ceño fruncido y la mirada tan gélida como el hielo.
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