Capítulo 266
<<¡Mírate, qué falta de carácter!» pensó para sí misma. ¿No era este su objetivo? ¿Recuperar lo que le correspondía? ¿Y ahora se sentía intimidada?
Solo era un departamento. Aunque la familia Herrera no podía compararse con los Guzmán, ella sabía perfectamente que esto no era gran cosa dentro del patrimonio familiar.
«¿Por qué Ricardo estaba actuando de forma tan extraña? Mejor ir paso a paso», pensó.
-Aquí está perfecto -dijo con una sonrisa suave y encantadora, mostrando un aire juvenil—. Me gusta mucho.
-¡Qué bien! -Ricardo dejó escapar un suspiro de alivio, visiblemente contento. La tomó de la mano y la guió por el departamento-. Ven, quiero mostrarte algo. Aquí estaba pensando hacerte un vestidor… y esta área podría ser tu estudio. Eres buena para estudiar, y tienes tantos libros que aquí quedaría perfecto.
Luciana escuchaba con una sonrisa, asintiendo de vez en cuando y respondiendo con pequeños comentarios de acuerdo. Se dio cuenta de que, cuando dejaba de pensar en los sentimientos y se enfocaba solo en el patrimonio, se sentía mucho más cómoda.
En el camino de regreso, Ricardo mencionó algo sobre su próximo viaje a Canadá.
-El Instituto Wells dijo que sería hacia fin de año, ¿no?
-Sí, es lo que dijeron.
-Entonces, ¿no deberíamos ir antes para conocer cómo está todo? -sugirió Ricardo.
Luciana estuvo de acuerdo.
-Sería lo mejor.
-Hay que empezar a prepararlo ya. Los trámites para salir del país toman tiempo -calculó Ricardo. Pasaportes, visas… podemos encargarnos juntos.
Eso no sería un problema.
-Claro, está bien -respondió Luciana, asintiendo.
***
A la tarde siguiente, Luciana fue al ala VIP del hospital.
Miguel seguía internado, y ella le había prometido que lo visitaría con frecuencia.
Cuando llegó, Miguel acababa de cambiarse con ayuda de una enfermera y estaba sentado en su
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Capítulo 266
silla de ruedas.
-¡Luci! —dijo con entusiasmo al verla. ¿Viniste a ver al abuelo? Hoy hace un buen clima. Justo estaba pensando en dar un paseo por el jardín. ¿Me acompañas?
-¡Claro que sí!
¿Cómo podría negarse?
Luciana dejó su mochila a un lado y tomó las riendas de la silla de ruedas de manos de la enfermera.
-Vamos, a ver las flores, tomar un poco de sol y respirar aire fresco.
-¡Ja, ja! -Miguel soltó una carcajada—. ¡Sí, a ver flores! Pero la flor más bonita de todas es nuestra Luci.
El anciano estaba genuinamente feliz.
No habían avanzado mucho cuando Alejandro llegó al hospital.
-Señor Guzmán -dijo la enfermera, señalando por la ventana hacia el jardín. Desde ahí se podía ver claramente al anciano y a Luciana abajo-. El doctor Herrera está acompañando al señor Miguel.
-Entendido.
Alejandro permaneció de pie, mirando hacia el jardín.
No sabía qué le estaba diciendo Luciana a su abuelo, pero lo hacía reír sin parar.
Luciana pelaba una mandarina, separando cada gajo para dárselo en la boca.
La escena era demasiado hermosa. Alejandro deseó, con todo su ser, que las cosas pudieran quedarse así para siempre.
De repente, un timbre rompió la tranquilidad.
El sonido de un celular. Alejandro apartó la vista.
Pero no era su teléfono. ¿De quién era entonces?
Finalmente, lo encontró en el bolsillo lateral de la mochila de Luciana.
Un número desconocido aparecía en la pantalla.
Dudó un par de segundos antes de deslizar el dedo y contestar.
-¿Hola?
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-Hola -respondió una voz al otro lado, haciendo una pausa evidente-. Usted no es Luciana. ¿Es el señor Ricardo?
¿Ricardo?
El rostro de Alejandro se ensombreció, pero no dio ninguna respuesta clara.
-¿Qué necesitas?
-Llamamos desde la Oficina de Migración -dijo la voz-. Queremos confirmar la fecha de la cita que tienen usted y Luciana para los trámites.
Alejandro no dijo nada. Simplemente escuchó, con una expresión cada vez más fría.
-Usted solo necesita renovar su pasaporte y visa. Pero Luciana, al ser su primer trámite, necesitará un proceso más detallado. ¿Les agendamos el mismo día?
Alejandro no dejó que terminara de hablar. Cortó la llamada sin más.
Sin pensarlo dos veces, alzó el teléfono y lo lanzó con fuerza.
El celular dibujó una curva en el aire antes de estrellarse contra la pared con un golpe seco.
¡Crack!
El dispositivo quedó destrozado, al igual que la mirada de Alejandro, que ahora reflejaba un dolor roto en mil pedazos.
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