Capítulo 673
-¿Qué…?–Luciana sentía cómo se le encendía el rostro.
-Si sabías que ibas a entrar, ipodrías haberlo dicho para que no pasara!
-¿Y qué problema hay?-inquirió él con falsá inocencia No es la primera vez que me ves sin nada, ¿o me equivoco?
Luciana se quedó sin palabras, recordando que, en otro tiempo, la situación era muy distinta. Prefería no discutir al respecto.
Él, viéndola tan cohibida, se rió con ligereza.
-¿Te sonrojas? Anoche, fuiste tú quien me desnudó. A menos que yo mismo me quitara la ropa mientras dormía …-añadió burlón.
-¡Suficiente! -dijo Luciana, intentando recuperar la compostura. Aún sostenía la muda limpia-. ¿Quieres tu ropa o no?
-Claro que sí -asintió él, acercándose con una sonrisa ladeada. Bajó la cabeza hasta situar sus labios junto a su oído, y exhaló con suavidad-. Salir así sería todo un espectáculo, ¿no crees?
Luciana se apartó de inmediato, con la cara ardiendo.
-Por favor, date prisa y vístete. Te espero afuera.
-De acuerdo…
Un rato después, cuando Alejandro terminó de arreglarse, Luciana ya tenía preparado el desayuno.
-Siéntate a comer.
Alejandro echó un vistazo a la mesa: había leche, sándwiches, tacos, ensalada con bistec… un banquete completo. Frunció el ceño.
-¿Y el café?
Para él era casi una ley empezar el día con una taza de café negro. Luciana le respondió con firmeza:
-No tengo café. Bebe leche, ¿sí?
-No. -Alejandro se negó rotundamente-. Necesito mi café.
-Te digo que no hay café. -Luciana se enfadó un poco y, en un tono más seco, insistió. ¿Acaso no recuerdas cuántas veces has vomitado últimamente? ¿Cuántos dolores de estómago has tenido?
El hombre guardó silencio.
…Varias, la verdad.
-El café negro es muy agresivo para el estómago. -explico ella mientras le quitaba la cáscara a un huevo duro-. Tienes que dejarlo una temporada.
-Luciana…-El quiso replicar, pero ella lo cortó:
Come de una vez.
Alejandro, con cara de resignación, empezó a engullir su desayuno como si fuera medicina. Justo cuando estaba en medio de un taco, escuchó a Luciana decir:
Capítulo 673
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-Por cierto, pregúntale a Sergio cuándo podría disponer de un par de horas o, si es posible, medio día. Si está demasiado ocupado, con dos o tres horas bastaría.
Él, con la cuchara en la mano, se quedó pasmado.
-¿Para qué?
-Conozco a un médico tradicional excelente. Es jefe de medicina integrativa en la UCM y fue mi profesor por un tiempo. Anoche me puse en contacto con él pára que te revise el estómago.
No era un padecimiento que requiriera cirugía; en su opinión, un tratamiento más natural le vendría mejor. Al oír eso, Alejandro se alegró visiblemente. ¿Así que, después de haberse dormido, Luciana se tomó la molestia de pensar en su salud?
-¿De verdad lo haces por mí? –preguntó con una chispa de ilusión en la mirada.
.
-Sí. Luciana recordó la queja que él le había soltado la noche anterior: “No me tratas bien ni un poquito“.
Con una sonrisa sarcástica, aclaró-: No te equivoques, no es que lo haga solo por ti. Más bien pienso compensarte por la sangre que le donaste a Pedro… no quiero que digas que soy desagradecida.
-Entonces no lo quiero. -El ceño de Alejandro se ensombreció en un segundo-. Ese médico, que lo vea quien le venga en gana.
-¿Qué? -Luciana lo miró con sorpresa, abriendo los ojos como platos-. ¿Por qué no?
-¿Tú qué crees? -reviró él, observándola con una mezcla de enfado y decepción-. Soy el cuñado de Pedro. Si le dono sangre, es mi obligación. No necesito que me pagues ningún favor. Y si lo ves como un “obsequio“, no lo acepto.
-Alejandro… Luciana abrió la boca, sin saber qué responder.
-No intentes convencerme -la cortó con brusquedad-. No pienso ir.
Con gesto hosco, le dio un mordisco al sándwich.
–Ojalá mi malestar empeore y ahí termine todo.
“¿Qué le pasa ahora?“, pensó Luciana, atónita ante el berrinche infantil.
-De acuerdo… -No le quedó más remedio que ceder-. Retiro lo que dije antes, ¿sí?
-No es suficiente -Alejandro curvó los labios con una expresión obstinada-. Piensa en cómo vas a persuadirme para que vaya al médico.