-El bebé no presenta problemas, el inconveniente recae en usted… ya experimentó episodios de ceguera temporal. Si esto progresa, siendo usted médico, sabe bien que no podemos predecir con certeza qué pueda pasar.
-Sí, lo comprendo. -Luciana asintió. En medicina, cada caso evoluciona de modo distinto, y no hay garantías absolutas.
-Gracias, doctora.
-No hay nada que agradecer.
Al salir del consultorio, Luciana estaba pálida. Un escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Bajó la vista y llevó una mano a su vientre.
Al principio, ni siquiera estaba muy convencida de tenerlo. En estos meses, el embarazo le había causado muchas molestias. Pero ahora que el bebé ya era tan grande, podía sentir sus movimientos y latidos, esa conexión sanguínea tan especial…
Había hecho planes para su vida, incluyendo a Pedro y a este pequeño ser que llevaba dentro. ¿Cómo había terminado en esta encrucijada?
¿Debería renunciar a él? Ya era un feto muy desarrollado, casi una personita formada. ¿Tanto esfuerzo para llegar aquí y, de pronto, desecharlo a medio camino?
Pero si continuaba con la gestación… ella misma correría peligro. El riesgo de perder la vista era real, quizá incluso complicaciones mayores.
Luciana cerró con fuerza los ojos.
-Dicen que dar a luz es como atravesar el umbral del infierno-, pensó. Puede que no sea ninguna exageración.
Después, recordó a Alejandro y comprendió por qué, de pronto, había hecho que la suspendieran de su trabajo. Quería que reposara, cuidando su embarazo, ya fuese por cariño a ella o por cuidar a ese bebé. Incluso se había esforzado por no mencionarle nada, yendo y viniendo a su lado con discreción.
Si ella no fuera médico, con esa intuición profesional, seguramente la habrían mantenido al margen de la verdad todavía más tiempo…
***
S
Aquella noche, en Muonio nevaba intensamente. Luciana se acostó en el sofá, comiendo algo mientras mir noticias en la televisión. La presentadora mencionaba una tormenta de nieve como no se había visto en diez anos. Era cierto: desde el inicio del invierno había nevado sin parar, intermitentemente. Un período lleno de infortunios.
Luciana acarició su vientre con suavidad. Si todo salía bien, el bebé nacería en primavera, cuando florecieran las plantas. Pero, ¿acaso llegaría a ver esos días de sol?
A las nueve sonó el teléfono: era Alejandro.
-¿Ya terminaste? ¿Tomaste tu medicina? -preguntó Luciana al responder.
Sí, todo en orden. ¿Y ustedes? ¿Tú y el bebé se encuentran bien hoy?
Luciana se quedó muda por un instante. ¿Ella y el bebé?
Aquella frase sonaba como si él ya supiera que era su hijo. Sintió la garganta cerrarse.
–
-Estarnos… bien logró decir al final.
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Capítulo 680
-Me alegra mucho oírlo. La voz de él sonaba contenta- Por fortuna, terminé antes de lo previsto. Mañana regreso y podré verlos.
Luciana apretó los labios, intentando articular una despedida. Lo que le salió fue:
-Ya es tarde, creo que iré a dormir.
-Sí, descansa. Buenas noches.
-Buenas noches.
Tal vez por culpa de las hormonas del embarazo, justo en cuanto colgó, Luciana se quedó abrazada al celular, echada sobre el sofá, y rompió a llorar en silencio.
“Él no lo sabe… no sabe que este bebé es suyo.”
Aun así, le ofrecía toda su dedicación a ella y al niño. ¿Cuánto más los querría si supiera la verdad, que era su propio hijo? Probablemente se volcaría todavía más.
¿Qué debía hacer?
Tal vez Martina tenía razón: su esposo era justamente el hombre que le gustaba y, además, resultaba ser el padre de su hijo. ¿Por qué habría de “cedérselo” a otra mujer?
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