Capítulo 694
y Alejandro lo desautorizó de inmediato, argumentando que “no lo merecía“. ¿Y ahora era el mismo Alejandro quien insistía?
Al comprenderlo, la comisura de sus labios se curvó. Era más valiosa esa palabra que cualquier “señora Guzmán”.
Simón, sentado ya en el asiento del conductor, miró por el retrovisor y vio cómo Luciana sonreía. Al parecer, apreciaba ese apodo de “cuñada“.
Simón la llevó a su clase de yoga y, después de la sesión, la dejó de nuevo en su apartamento. Al salir del ascensor, Luciana notó mucho movimiento en el pasillo:
-¿Qué sucede? -pensó, viendo a los vecinos de al lado entrar y salir cargando cajas.
-Oh, señora Guzmán -la saludó la señora Brown, dueña de la casa contigua-. Sí, nos
mudamos.
—¿En serio? ¿Tan de repente? -preguntó Luciana, sorprendida. Hacía apenas unos meses que eran vecinos.
-Nos ofrecieron un buen precio por la vivienda. Era una oportunidad que no podía rechazar, ¿ no cree? -explicó la mujer con una sonrisa-. Bueno, disculpe, debo seguir empacando.
-Claro, señora Brown, no se preocupe.
Con la cabeza llena de dudas, Luciana entró a su apartamento. Más tarde, cuando Alejandro llegó, le contó lo ocurrido:
—Mis vecinos se van… no sé, me parece raro, vivían bien ahí. ¿Qué pasará con sus futuros vecinos?
Alejandro se encogió de hombros, sentándose a su lado en el sofá, abrazándola mientras veían la tele:
-Son solo vecinos, ¿no? ¿Tanto importa?
-Sí importa. Buenas amistades pueden surgir entre vecinos. Me preocupa quién ocupará esa
casa…
-En fin, pronto lo sabrás.
Él bajó la cabeza para besarla suavemente y entonces mencionó:
-Pasado mañana tengo que ir a Estados Unidos.
-¿Trabajo? -inquirió Luciana, con un presentimiento extraño.
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-No. -Alejandro negó con la cabeza. Voy a consultar con un especialista en quemaduras.
Como temía, era por Mónica. Luciana sintió un nudo en la garganta y bajó la vista, sin saber qué contestar.
Alejandro la atrajo con más fuerza:
-Luciana, debo encontrar la forma de curarla.
-Ajá… -susurró ella, sin levantar los ojos.
-No te enfades, por favor -susurró él con cautela-. Preferí contártelo ahora que ocultártelo
y que luego lo descubrieras, provocando otro disgusto. ¿No estás molesta, cierto?
-No lo estoy contestó. De verdad no estaba enojada, solo… un poco celosa.
Se acurrucó más contra él, ocultando el rostro en su pecho.
-Ve y regresa pronto.
—Sí. —Alejandro le acarició la barbilla, su voz ronca—. Quiero besarte.
Luciana, con un respingo de nervios, cerró los ojos.
-…De acuerdo.
En cuanto sintió los labios de él, su corazón empezó a latir desbocado, como si un choque de autos retumbara en su interior. Sin pensarlo, enredó los brazos alrededor de su cuello para estrecharlo más.
-Luciana, ¿quieres mi vida o qué? -susurró él con un brillo intenso en la mirada, consciente de la fragilidad del embarazo de ella.
Ella no entendió. Lo miró con desconcierto, con la inocencia reflejada en su rostro.
Alejandro sonrió y volvió a besarla:
-Toma. Si me lo pides todo, te lo daré.
