Capítulo 727
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Ese mismo día, Luciana había invitado a Rosa a comer. Rosa había terminado su etapa de prácticas y había conseguido empleo, así que partiría pronto a su nuevo destino. Hacía tiempo que no veían a Martina, así que también la incluyeron. Las tres chicas charlaron y rieron mientras disfrutaban la comida.
Rosa, con cierta admiración, comentó mirando a Luciana:
-Entonces, después de todo, te has convertido en una mujer adinerada. Imagino que ya no necesitas trabajar.
Tenía algo de razón: con los últimos cambios en el testamento de Ricardo, Luciana se había vuelto la mayor beneficiaria. Incluso si no fuera la señora Guzmán, tendría mucho más que la mayoría de la gente corriente.
-Ay… Rosa suspiró-. A diferencia de ti, no sé qué me depare el futuro. 2
Se levantó:
-Disculpen, iré un momento al baño. ¿Ustedes no?
-No, gracias respondieron Luciana y Martina.
En cuanto Rosa se retiró, Martina tomó la mano de Luciana: (1)
-No hagas caso a lo que dice. Eso de “mujer adinerada” y “ya no tienes que trabajar“… solo nosotras sabemos lo que has pasado para estar donde estás. El dinero jamás compensaría todo ese dolor.
-Lo sé–asintió Luciana, devolviéndole la caricia-. Pero agradezco tenerte a ti de amiga.
Miró la bolsa de Martina, que contenía unos documentos:
-¿Qué es eso?
-Ah… -Martina se rió con un dejo de cansancio-. Tengo que ir al banco en la tarde. Ya sabes que mi familia… bueno, necesitan un préstamo.
Luciana asintió en silencio; lo sabía. Pero parecía que la situación estaba peor de lo esperado.
Martina, captando su preocupación, trató de sonreír:
-Bueno, mientras más personas busquemos ayuda, más probabilidades tenemos, ¿no? Y la verdad estoy libre últimamente, así que me ocupo yo de los trámites.
Luciana supo,
supo, sin
que lo explicara, que era una posición difícil. Pero no había mucho que pudiera hacer para ayudarlos.
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Capítulo 727
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Al terminar la comida, cada una partió por su lado. Martina fue al banco a lidiar con el asunto del préstamo. Pero entre su falta de experiencia, su poca habilidad para manejar situaciones formales y las complicaciones económicas de la familia Hernández, no lo consiguió.
-Ay… —exclamó con desaliento al salir del banco, levantando la mirada hacia el cielo. ¿Qué estará pasando con mi hermano?
Su teléfono sonó. Era Marc.
-¿Hermano?
-¡Marti, tengo noticias! -respondió él con entusiasmo. Quedé con el gerente, quiere cenar para concretar los detalles.
¿De verdad? —los ojos de Martina se iluminaron.
-Sí —responde Marc, entusiasmado-. Quedé con el gerente para cenar esta noche y discutir
los detalles.
-¡Genial! ¡Hermano, yo también quiero ir!
Esa misma noche, Marc llevó a Martina a la reunión. Más que una cena, era prácticamente una velada de copas. Martina vestía un largo vestido de tirantes finos, uno de aquellos que Vicente les había comprado, idénticos para ella y Luciana. Era inusual verla en un sitio así, así que se sentía bastante incómoda, siguiendo de cerca a Marc.
-Señor Velasco, gracias por sacar tiempo para vernos. Brindo por usted -dice Marc, llenando de nuevo las copas y levantando la suya-. Señor Velasco, yo me la tomo primero.
-Por favor, no se moleste -responde el hombre.
Tras un par de tragos, Teodoro Velasco desvió la mirada hacia Martina.
Señor Hernández, ¿quién es la señorita?
-Oh, es mi hermana, Martina. Dale un saludo.
—Sí… —Martina se puso de pie con cierto nerviosismo y levantó su copa-. Señor Velasco…
Desde un rincón semioculto, Salvador la observaba con los ojos entrecerrados. Notó que esa noche se veía distinta: con su vestido y el cabello recogido, parecía una niña jugando a ser adulta. Junto a ella, seguramente su hermano mayor, Marc. “Vaya imprudencia —pensó—, ¿ Traer a su hermana a una reunión de negocios?”
