Capítulo 746
Martina, que regresaba con un recipiente de agua, se acercó:
—Señor Guzmán, tráigale sus manos. Necesita limpiarlas.
-De acuerdo.
Con cuidado, Alejandro sujetó las manos de Luciana y frunció el ceño: estaban llenas de sangre seca. Martina sostuvo la palangana, y él, con movimientos suaves, las sumergió y frotó para quitar la sangre, luego las secó con una toalla.
De repente, una lágrima enorme cayó de los ojos de Luciana y se estrelló contra la mano de Alejandro.
-Luciana… -susurró él, sobresaltado.
Ella lo miró con los ojos enrojecidos.
—¿Por qué me salvó? —murmuró con voz temblorosa-. Él nunca me consideró su hija… ¿por qué ahora, de golpe, tendría que dar su vida por mí?
Otra lágrima rodó por su mejilla.
— Ni un solo día me demostró cariño, pero estuvo dispuesto a morir por mí. ¿Por qué?
Alejandro cubrió sus manos con las suyas:
–Quizás no eras tan insignificante para él. Tal vez sí te quiso, aunque no lo demostrara.
—¿Tú crees? —replicó Luciana con una inseguridad absoluta, sintiendo ese pequeño rayo de esperanza. Y, sin embargo, la atormentaba más.
-¡Luciana!
La voz de Mónica, que acababa de aparecer, sonaba agresiva. Se acercó con el ceño fruncido y apuntó a Luciana con un dedo acusador.
-¿Qué pasó? ¿Por qué mi papá fue a buscarte? ¿Por qué ocurrió este accidente?
-No lo sé–contestó Luciana tras un breve silencio-. De veras no sé.
-¿Cómo que no sabes? –Mónica se mostró incrédula-. ¡Debiste llamarlo o algo! ¿Por qué si recién salió de la UCI vendría aquí si no es porque tú lo citaste?
-De verdad no lo sé–Luciana repitió con voz apagada.
-¡Claro, con un “no sé” te lavas las manos! Te advierto: si a mi papá le pasa algo… ¡lo pagarás!
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-gritó Mónica, perdiendo los estribos.
-Mónica… intentó frenar Alejandro-. Luciana no miente. Cuando Ricardo despierte, él podrá decirte la verdad.
-¿Defendiéndola? -Mónica lo miró con rabia-. ¡A ver si tu “defensa” sirve de algo cuando mi padre no despierte nunca!
Luciana soltó una risa amarga.
-¿“Tu papá”? ¿Estás segura de que es tu padre? -susurró con un tono helado.
-¿Qué dijiste…? —Mónica se quedó rígida, pálida de golpe. Por dentro, sabía que Luciana decía la verdad: Ricardo no era su padre biológico.
Alejandro captó la tensión, pero al intentar hablar, notó que Luciana no estaba dispuesta a retroceder:
-¿También vas a abogar por ella? -agregó Luciana, cruzando miradas con él. Yo solo enuncié un hecho.
Él se sintió sin argumentos para mediar y mejor guardó silencio. De pronto, las puertas de urgencias se abrieron. El médico salió.
-¿Doctor, cómo está mi papá? -exclamó Mónica, corriendo a su encuentro.
Luciana se levantó con la mano en la cintura, y cuando Alejandro intentó sostenerla, ella dio un paso al costado para evitarlo. Su expresión se volvió más sombría.
El médico negó con la cabeza:
-Su situación es muy delicada, la verdad no es nada alentador… Veremos si logra pasar esta noche. Lo vamos a pasar a cuidados intensivos; sería bueno que los familiares lo acompañen.
Ante esas palabras, Mónica y Luciana quedaron tan impresionadas que no supieron qué decir.
Mónica agarró al médico con desesperación y le preguntó, alzando la voz entre sollozos:
-¿Cómo que “si logra pasar esta noche“?
El doctor suspiró, consciente de lo delicado de la situación:
-Significa que, si sobrevive hasta el amanecer, habrá esperanzas de que se recupere. De lo
contrario… se tomó un instante antes de proseguir-, vayan preparándose para lo peor. Más
–
vale tener todo listo y no correr después, en medio del caos.
Luciana sintió que el suelo se le desvanecía bajo los pies, y su corazón se quedó en un vacío completo.
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-¡Luciana! -exclamó Alejandro, sosteniéndola en el acto. La miró a los ojos, notando el brillo de angustia que ensombrecía su rostro.
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