Capítulo 747
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Aquella noche estaba destinada a ser interminable. Nadie se movería del pasillo del hospital. Resignados a esperar, Alejandro hizo que trajeran algo de comer para que pudieran mantenerse en pie.
-Luciana, ¿quieres probar un bocado? -le ofreció él con suavidad.
-Un poco más tarde -respondió ella, asintiendo con la cabeza. Luego, con delicadeza, ayudó a Martina a incorporarse-. Marti, ¿me acompañas al baño?
-Claro aceptó Martina, sosteniéndola con cuidado mientras se alejaban.
De vuelta en el pasillo, Alejandro trataba de convencer a Mónica:
-Come un poco, ¿sí?
-No me pasa nada -murmuró ella, con los ojos enrojecidos-. No tengo hambre.
-Necesitas alimentarte insistió Alejandro, preocupado—. Para que tu herida sane bien y no te vengas abajo cuando tu papá supere esto. -Mientras hablaba, sacó un sándwich y se lo acercó―. Ándale, agarra.
Con lágrimas contenidas, Mónica tomó el sándwich y respiró hondo.
-No tengo ganas de comer…
-Entonces solo un poco…
En ese momento, Luciana y Martina regresaron, y Luciana pasó de largo, sin inmutarse ante la escena. Caminó con la ayuda de Martina hasta sentarse en una banca. Alejandro se apresuró a acercarse, pero ella ya estaba enfrascada en otra conversación.
-Marti -susurró Luciana, inclinando la cabeza hacia la bolsa con la comida-, ¿qué hay para comer? Se me antoja algo con pan.
-Hay unas tapas de pescado con un toque de salsa contestó Martina, revisando entre los
empaques.
–Dame una de esas, por favor.
Martina desenvolvió el envoltorio y se la ofreció. Sin que nadie tuviera que rogarle, Luciana tomó un gran bocado; apenas masticó, se atragantó un poco.
-Ten, bebe un sorbo -Martina llenó un vaso con caldo y se lo acercó con cuidado-. Despacio, no te vayas a quemar.
—Sí, gracias… -musitó Luciana, agradecida.
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Alejandro se quedó a un lado, sin saber muy bien cómo ayudar.
Mónica, al ver a Luciana tan tranquila comiendo, soltó un bufido cargado de ironía:
-¿De verdad? ¿Puedes comer en un momento como este?
Luciana escuchó el comentario pero no respondió. Tenía que pasar la noche en vela y, además, ella no estaba sola; llevaba a alguien más en su vientre que también necesitaba nutrirse.
Con el estómago un poco más satisfecho, Luciana se recargó contra Martina, dejando escapar un suspiro de puro cansancio:
-¿Puedo apoyarme un momento en ti?
–Claro –contestó Martina, acomodando la chaqueta de Luciana para que se hiciera una almohada-. Descansa.
Luego, la cubrió con otra prenda para que no se enfriara.
-No te vayas a enfriar.
—Sí… —murmuró Luciana, abrazándose a Martina y cerrando los ojos.
-Tss… -bufó Mónica, dejando escapar una risa sarcástica—. ¡Vaya! Comiendo, durmiendo… ¿ Para qué quedarse aquí si puedes irte a casa a descansar?
Esta vez, Luciana ni siquiera tuvo oportunidad de contestar. Martina soltó un suspiro impaciente y volteó hacia Alejandro.
-¿Puedes decirle a tu “novia” que se calle de una buena vez? Si sigue soltando tonterías, no voy a quedarme de brazos cruzados.
¿Su “novia“? A Alejandro le crispó el ceño aquella forma de referirse a Mónica. Alzó la mirada en dirección a Luciana, pero ella ni se inmutó; seguía con los ojos cerrados y se aferraba más al brazo de Martina.
Conteniéndose, Alejandro se dirigió a Mónica con un tono conciliador:
-No es que Luciana no esté afectada… No la juzgues tan pronto.
Luciana, con los párpados aún cerrados, esbozó una ligera sonrisa, casi imperceptible. Entonces Alejandro, preocupado por si ella sentía frío, se quitó el abrigo y lo extendió sobre sus hombros.
-No lo quiero -replicó Luciana de inmediato, abriendo los ojos y arrugando el entrecejo mientras apartaba el abrigo-. Pesa demasiado, me resulta incómodo.
-Ah… está bien, lo quito… —aceptó él, con cautela, intentando evitar que su gesto lá
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molestara aún más-. Si quieres, puedo pedir que te preparen una habitación…
-No es necesario cortó Luciana, rechazando su oferta. Estoy bien con Marti.
Alejandro se quedó callado, sin saber a qué se refería Luciana con tanto desdén. Ella volvió a cerrar los ojos y se negó a seguir hablando. Él, incapaz de forzarla, prefirió guardar silencio y dejarla descansar.
La noche avanzó. Mónica cruzó los brazos y se frotó las manos, sintiendo el aire helado del pasillo. Alejandro lo notó, levantó el abrigo que Luciana había descartado y se lo ofreció a Mónica.
-Toma, cúbrete un poco.
-Gracias… -Mónica estiró el brazo para agarrarlo, pero la lesión que tenía le dificultó el movimiento.
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