Capítulo 748
Alejandro dudó un segundo y luego decidió cubrirla él mismo con cuidado.
-Listo.
-Gracias…-repitió ella, con la voz temblorosa.
-No te preocupes…
La noche siguió tornándose más y más fría, como si el ambiente reflejara la tensión que ellos sentían por dentro. El tiempo transcurrió de forma lenta y angustiosa; en esa vigilia interminable, Luciana, que dormitaba recostada sobre Martina, de pronto abrió los ojos de golpe, sobresaltada.
-¿Qué pasa? -preguntó Martina, sosteniéndola para evitar que se tambaleara.
Con una especie de presentimiento, Luciana dirigió la mirada a la puerta de la sala de cuidados intensivos. Y casi de inmediato, la puerta se abrió. Una enfermera salió a toda prisa, inspeccionó el rostro de cada uno y preguntó:
-¿Quién de ustedes es Luciana?
-¡Yo! -respondió Luciana, poniéndose de pie de un salto. Su chaqueta cayó al piso sin que siquiera lo notara.
-Rápido, ven conmigo -apremió la enfermera-. El paciente está muy grave y no deja de llamarte… Si quieres despedirte, será mejor que entres ya.
La sangre se le congeló en las venas a Luciana, y por un instante casi le fallaron las piernas. Aun así, asintió con vehemencia.
-Sí… voy contigo.
Y, sin perder un segundo, siguió a la enfermera hacia el interior.
-¡Espera! -exclamó Mónica, deteniéndola al pasar-. Yo soy la hija del herido. ¿No preguntó por mí?
La enfermera, algo molesta, le respondió con brusquedad:
-¿Acaso te llamas “Luciana“?
Tras lanzar esa pregunta retórica, se zafó de Mónica y se llevó a Luciana adentro, dejando a Mónica en el pasillo con la palabra en la boca.
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Capitulo 748
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Ricardo yacía en la cama del hospital, con la cabeza fuertemente vendada y el cuerpo conectado a varios tubos. Bastó una sola mirada para que a Luciana se le llenaran los ojos de lágrimas.
En un par de pasos llegó hasta la cabecera de la cama; de inmediato notó cómo Ricardo, al percibir su presencia, hizo un esfuerzo por levantar la mano.
-Estoy aquí…
susurró Luciana, indecisa, antes de sujetarle los dedos con ternura. ¡Soy yo, Luciana! ¿Qué quieres decirme?
-Pedro… -mencionó él con voz ronca, el esfuerzo casi agotándolo.
Apenas escucharlo pronunciar aquel nombre, Luciana sintió que el llanto se le desbordaba: Ricardo era muy consciente de que no le quedaba mucho tiempo, y en sus últimos momentos deseaba asegurarse de que sus dos hijos estuvieran bien.
-¡Pedro está bien! -se apresuró a decir, sacando su teléfono y abriendo la galería de fotos-. Mira… —le mostró imágenes y videos de Pedro-. Sigue estudiando, creciendo sano… Todo va a estar bien.
Ricardo pareció soltar un débil suspiro y, con mucho esfuerzo, la comisura de sus labios se alzó
apenas un poco.
-Luci… -gimió él, la garganta áspera.
-Aquí estoy contestó ella, sujetándolo con fuerza-. Tranquilo, voy a cuidarme muy bien. ¿ No decías que soy fuerte? Que sé arreglarmelas sola…
-Mónica… -alcanzó a pronunciar.
-¿Eh? —Luciana titubeó-. ¿Quieres ver a Mónica? Ella está afuera, puedo llamarla…
Aunque las dos hermanas tenían grandes diferencias, Luciana jamás le negaría a Ricardo la oportunidad de despedirse. Pero cuando se dio la media vuelta para salir a buscarla, él la agarró con una fuerza que la sorprendió, impidiéndole avanzar.
-¿No quieres verla? -preguntó ella, sin entender la mirada de angustia de Ricardo. ¿A qué te refieres?
–Mónica… no… no… -balbuceó, como si quisiera decir algo más profundo.
Luciana se quedó perpleja. ¿Acaso estaba tratando de confesar que Mónica no era su hija?
-Alejandro… —murmuró Ricardo, aunque su voz ya casi no se oía.
-¿Quieres ver a Alejandro? -preguntó Luciana, confundida.
Ricardo arqueó la espalda repentinamente, con los músculos en tensión y las venas marcándole la frente, como si quisiera incorporarse de la cama.
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-¿Qué haces? — se alarmó Luciana, sosteniéndolo. ¡No te muevas!
~~~ Luci… es… es por Alejandro… logró soltar con extrema dificultad, intentando transmitirle un último mensaje.
Con el corazón oprimido, Luciana apretó su mano y asintió repetidamente:
—Sí, sí… Descuida, él y yo estamos bien… Vamos a estar bien, te lo prometo….
—Es… Ale….. ja… —Ricardo agotó sus últimas fuerzas y, en un instante escalofriante, sus ojos se abrieron desmesuradamente, como si fueran a salirse de las cuencas. De golpe, su cuerpo se puso rígido.
Luciana se quedó inmóvil, atrapada en ese segundo trágico.
—¡Ah! —exclamó entre dientes al sentir un chorro de sangre que brotó de la boca de Ricardo y le manchó la cara.
