Capítulo 234
-Elena, necesito una cocinera en casa. Te enviaré la dirección, avísame cuándo puedes venir -le dijo Dafne.
Elena le respondió con una sonrisa-: Ahora mismo estoy disponible. ¿Estás en casa? ¿Puedo pasar ahora?
-Sí, está bien. Ven.
Después de colgar, Elena le comentó a Agustín-: Sr. Junco, la Srta. Rosales ha aceptado.
-Bien, ella a veces se olvida de comer cuando está ocupada, y su oficina está cerca. Necesitarás llevarle comida al mediodía durante los días que vaya a trabajar. Yo te pagaré, pero no rechaces el salario de Dafne. No le digas que fui yo quien te envió.
Al escuchar que recibiría un salario doble, Elena se alegró mucho y le respondió repetidamente-: Claro, Sr. Junco, no se preocupe, cuidaré bien de la Srta. Rosales.
Después de ver a Dafne ese día, Agustín estaba tan ocupado en la empresa que apenas tenía tiempo para descansar.
No se atrevía a detenerse, porque en cuanto tenía un momento libre, empezaba a pensar en
Dafne.
En su oficina, Agustín estaba ocupado trabajando frente a su computadora.
Jaime, sentado en el sofá, lo observaba con una mirada complicada-: Agustín, hay algo que no sé si debería decirte.
Sin levantar la mirada, Agustín le respondió con frialdad-: Entonces no me lo digas.
Jaime se detuvo, pero al final le dijo: Tiene que ver con Dafne, ¿estás seguro de que no quieres saber?
Agustín detuvo lo que estaba haciendo y levantó la cabeza-: ¿De qué se trata?
Jaime pensó: Lo sabía, si se trata de Dafne, es obvio que va a escucharme.
Pero el asunto en cuestión, bueno, si se lo decía, no iba a ser un motivo de alegría.
-Ejem… -Jaime tosió a propósito-. Iris ha estado diciendo que quiere presentarle a Dafne a unos estudiantes de su universidad…
Mientras hablaba, le echó un vistazo al rostro de Agustín, y como era de esperar, su expresión se oscureció.
Agustín apretó los dientes, visiblemente molesto-: ¿Estudiantes de su universidad?
-Sí–le dijo Jaime, tragando saliva y pensando en cómo decírselo de la manera más suave posible.
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Agustín frunció los labios, y sus ojos oscuros brillaban fríamente-: ¿De quiénes estás hablando?
-Hay uno de un metro ochenta y con abdominales, otro de un metro noventa y deportista, y luego hay algunos con apariencia inocente y otros de aspecto salvaje… un montón de ellos.
La cara de Agustín se oscureció más y más, y Jaime no se atrevió a seguir hablando.
Se quedó todo en un silencio sepulcral.
Jaime, nervioso, no sabía qué hacer para calmarse, así que tomó un sorbo de agua-: Sabes cómo es Iris, siempre le gusta meterse en cosas extravagantes. Ya le llamé la atención por ti.
Eso último era más bien una invención de Jaime.
La realidad era que cuando Iris mencionó lo de esos jóvenes, Jaime se irritó sin motivo y le respondió de forma sarcástica, lo que provocó que Iris lo pellizcara con fuerza, y todavía le dolía.
-¿Qué dijo ella? -le preguntó Agustín fríamente.
-¿Ah? ¿Qué? -Jaime no entendió de inmediato.
-Tu hermana quiere presentarle unos hombres a Dafne. ¿Qué dijo Dafne al respecto?
Jaime puso una expresión extraña, dudando en decírselo o no-: ¿De verdad quieres saber?
-Sí.
-Entonces, no te enfades cuando te lo diga.
Jaime, temblando, le respondió-: Según Iris, en la fiesta, Dafne aceptó.
-¿Aceptar qué?
La boca de Jaime fue más rápida que su cerebro y lo dijo sin pensar-: Aceptó que le presentaran a esos hombres.
Tan pronto como lo dijo…
“¡Pum!”
Agustín tiró al suelo la taza de cerámica sobre el escritorio de un manotazo.
Por suerte, la oficina tenía una alfombra, y la taza no se rompió al caer,
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